Al debutante ejecutivo Javier Milei lo acompaña un doble propósito en la jura de hoy. Más bien, un albur. Además de presidir un gobierno exitoso, espera romper la última costumbre de los mandatarios argentinos: la imposibilidad de renovarse en el cargo, reelegirse. Uno perdió, el otro marcho por la trastienda: Mauricio Macri y Alberto Fernández no pudieron superar un solo mandato.
Parece prematura esta pretensión atribuible a Milei, aunque se advierte un indicativo: la voluntad para suprimir las PASO, ese artefacto caro y cuestionable en materia electoral. Un presidente que, además, habla de procesos económicos a consolidar entre 15 y 20 años para convertir a la Argentina en un país razonable y poderoso, revela que en su cabeza añade la conveniencia de permanecer ocho años en la gestión. Un proyecto contrario al de otros tres eventuales opositores que, justamente, también ahora se incorporan a la máxima ambición pública en 2027.
El trío hoy lanzado se arma con las piezas de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires, Jorge Macri en la Capital Federal y Martín Llaryora en Córdoba, siempre que el sucesor de Juan Schiaretti sea capaz de atravesar el cómodo cascarón mediterráneo que otros –como su antecesor– no lograron hacerlo. Estos tres protagonistas, más Milei, son los sepultureros políticos de Cristina Fernández de Kirchner y de Macri, aunque ambos se retuercen por evitar ese destino jubilatorio e invernal. Sergio Massa, otro a integrarse a esa lista 2027, dispone de un ticket de preembarque y, para no caer en el vacío, teje una combinación con otros desplazados para evitar el retiro, una cooperativa de perdedores: su amigo y socio Horacio Rodríguez Larreta (quien iba a ser su jefe de gabinete si no perdía la elección), el neorradical Martín Lousteau y Emilio Monzó. Entre los cuatro piensan inventar una escudería influyente, una usina de opiniones que los mantenga en la superficie y, de paso, borrar a La Cámpora de los lugares que solía frecuentar (detalle a no obviar: la presencia de Malena Galmarini en la conferencia del intendente Grey contra Cristina y Máximo Kirchner). Puede ocurrir, en esta visión futurista, que repentinamente aparezca un fenómeno nuevo como el del libertario que hoy asume. Pero de la nada esos milagros no se repiten.
Empieza otro relato este domingo festivo: habla un Milei retocado al conocido, más en su contenido que en las formas. Difícil que se extravíe por el poder, menos por el dinero, conserva la austeridad como valor y hasta por la cábala insiste con la misma ropa oscura como habitualidad: los trajes azules, el tapado de cuero negro con dudosas reminiscencias germánicas, el camperón del mismo color o el básico chaleco deportivo que debe lavar todas las noches cuya marca comparte con las remeras de Roger Federer.
Hombre sencillo, como la hermana que está a su lado y se niega a responsabilizarse de los presupuestos o de cualquier ocupación pública en la que intervenga el dinero. Tal vez, para muchos, Milei perdió cierta identidad al apartarse de su pregonada dolarización y cierre del Banco Central. Pero aún amenaza con mantener la promesa del shock en las medidas de mañana, dramáticas amputaciones para alcanzar un recorte presupuestario del 5 al 5,5%. Y no emitir, el acto más determinante. Falta saber quién pagará ese ahorro; trabajadores y jubilados ya no saben si agarrarse la cabeza o el bolsillo desfondado.
Nadie podía imaginar el peso que, en apenas 15 días, adquirió Luis “Toto” Caputo. Casi obeso, no para de engullir el ministro de Economía: se quedó con una parte de Energía (tarifas), el BCRA (Bausili), varios directores, la AFIP (es amigo del marido de Diana Mizrahi), el titular del Banco Nación (Tillard) y otros derivados. Encima, se dulcificó en lo personal con un postre que antes de ganar enojaba a Milei: nada de independencia del Central, le cambió la hoja de ruta, las Leliqs a un segundo lugar (hoy ya reemplazadas por los pases) y hasta se manifiesta intervencionista en los mercados: el otro yo. Si es una rareza esa comilona, más extraños son los pactos simultáneos de Milei con Massa (la continuidad de Lavagna en el Indec, Madcur en el FMI), con Alberto Fernández (Yanina Martínez en Turismo), con Schiaretti (Giordano en la Anses, entre otros) y hasta con Cristina por congeniar en la designación de Martín Menem al frente de la Cámara de Diputados. Se impuso a Christian Ritondo, quien tuvo un tenso cruce con Guillermo Francos, al reclamar el cargo como recompensa por su aporte en el control electoral cierto de La Libertad Avanza en la provincia de Buenos Aires. Helado, Francos le transmitió la conversación a Milei, quien replicó: “A mí nadie me extorsiona”. Y Ritondo no fue.
Con Cristina igual más tarde tuvo problemas: ella le rebotó al candidato que el había elegido para el Senado, un formoseño. En ese cuerpo, Milei va a estrellarse con dos mujeres, una batalla indeseada: por un lado, la viuda de Kirchner; y por el otro, con su vicepresidenta Victoria Villarruel, indignada porque no la invitaron a la cena del reparto. Flaquea el nuevo presidente en su dogma económico, debió afeitar ciertas lucubraciones anunciadas, pero al operar en el terreno político obtuvo numerosos entendimientos como campo fértil para aprobar sus futuras leyes. Perdió en lo que sabe, ganó en lo que desconocía. Aprobó un examen de Real Politik, como si fuera digno seguidor de Otto Von Bismarck, un enemigo contra el socialismo y el formador del imperio alemán. Pero aún no ingresó al catálogo de sus lecturas, ni de su historia. Lo necesita al menos para afrontar los próximos cuatro años; de los otros, mejor dejarlos en suspenso.
(Perfil)