Casi 80 años atrás, en La Paz (Bolivia), una manifestación con notable presencia estudiantil y supuestamente de izquierda se convirtió en horda e invadió el Palacio Quemado (de Gobierno), arrasando lo que encontraba para secuestrar al Presidente Gualberto Villarruel y parte de su gabinete. Se ensañaron con el mandatario, lo castigaron, hubo flagelaciones y, por último, lo arrastraron herido a la Plaza Murillo y lo lincharon en un farol, junto a tres colaboradores. Era un militar nacionalista, reformista, defensor de los indígenas sometidos. Con el tiempo, muchos universitarios confesaron su error político y el disparatado ahorcamiento.
En 1968, en Paris, transcurrió otra algarada estudiantil con harta publicidad que pensaba alcanzar la revolución desde la izquierda y, si era necesario matar: estaban dispuestos a cualquier exageración, aun en Francia. En un caso, contribuyeron a instalar un régimen militar más cercano a los Estados Unidos y, en el otro, reforzaron el poder y vigencia de la grandeur, Charles De Gaulle, al que consideraban de derecha.
Mucha economía y poca historia o política en el gobierno Milei. Falta alimento en ese sentido. Inclusive, magra información sobre el gravitante rol estudiantil en diversas concentraciones en otros países: ni siquiera se tomó en cuenta los episodios previos que le facilitaron a Gabriel Boric alcanzar la Presidencia de Chile. Han sido un revulsivo esos movimientos juveniles, para bien o para mal. Con advertir ciertos antecedentes públicos Milei hubiera enfrentado con mejor cobertura a la burocracia del mundo universitario que esta semana le arrebató la calle con una multitudinaria marcha.
Desnudo y mal nutrido apareció el mandatario, sin un defensor atinado, ante quienes le endilgan “la intención de eliminar la enseñanza pública que ha generado 5 Premios Nobel y a René Favaloro”. También a una galería notable de delincuentes. Hubiera debido mencionar el gobierno, antes, que la craneoteca de la UBA bendijo al Fondo de Garantía Sustentable para vender bonos que pertenecían a los jubilados al precio de 22 dólares y que hoy se cotizan a 60. Una pérdida irreparable para la clase pasiva solo para justificar la artificialidad del tipo de cambio de un gobierno que se alineó y acompañó a la marcha en esta ocasión. Y uno de cuyos integrantes se imagina como asesor de fondos internacionales.
La “casta” universitaria no puede igualarse a la sindical, aunque —Dios no lo permita— fuera peor. No es la CGT ni los “gordos” para el gran público. Dispone de buena prensa y hasta medios vinculados al gobierno sorpresivamente defendieron la marcha como si fuera propia, quizás porque algún importante productor televisivo estaba afectado por la iniciativa oficial de cortarle fondos a ciertos directivos universitarios. Los amigos son los amigos y, si son socios, mejor. En algunos casos, los negocios de la salud y la educación pasan por los mismos protagonistas.
No tuvo material el gobierno —ahora que le vuelven a suministrar plata reservada a la AFI— para descolocar a la “casta” que para Milei reina en el universo radical de la Capital Federal (Martín Lousteau, Emiliano Yacobitti, Enrique Nosiglia & Cía.) y buena parte de la provincia de Buenos Aires al servicio del kirchnerismo. Raro ese vacío entre funcionarios que les encanta el escrache.
Casi no converso el vocero Manuel Adorni sobre el anuncio de la marcha en sus sketchs con los periodistas de la Casa Rosada —sí, claro, después, una vez que pasó el quejoso sacudón— y menos lo hizo Milei en su discurso sobre el déficit cero el día anterior a la manifestación. Como si no les importara. Podría decirse que los manifestantes, si algo lograron, fue tapar el mayor anuncio de la Administración en sus primeros 4 meses: un recorte gigantesco en el gasto que supone una baja inflacionaria. Yerro de aficionado.
Hasta cometió el gobierno la tontería de impugnar a las distintas facultades por adoctrinamiento doctrinario, manipulación incomprobable para quien se forma en Odontología, Ingeniería u otros institutos técnicos. Nadie sigue las instrucciones para extraer un diente con un libro prologado por Carlos Marx. Como tampoco nadie va al médico por su orientación política. Ni Cristina de Kirchner. Además, señalar esa condición subordinada a jóvenes que creen haber conquistado el mundo antes de terminar su carrera constituye una irreverencia: es tratarlos de estúpidos y sumisos, cuando en verdad son así en algún caso y todo lo contrario en el otro.
Como la colisión entre Milei (a quien, curiosamente, no se lo encarnizó demasiado en la pacífica marcha) y el aparato dominante en las universidades se produce solo por plata, la vil moneda. Si hubo una carencia notoria en el oficialismo fue dejar desierta esa categoría informativa, pedir que se audite el destino monumental de los fondos a las universidades: no aportó datos de desvíos, nepotismo o amiguismo, menos de construcciones o bienes en otros países —como acostumbraba el mentor de la juventud radical de otros tiempos, Oscar Shuberoff, sobre todo en Delaware—, tampoco de enriquecimiento insólito por contratos o depósitos en el exterior.
Para exigir una seria auditoria, ya que la de hoy es sospechosa, por lo menos Milei hubiera denunciado alguna anomalía. Y, sobre todo, antes que nada, señalar que su intención no es suprimir la educación pública, más allá de vouchers u otras iniciativas semejantes, sino mejorarla, ampliarla. Raro en un gobierno que vende futuro perder porque los universitarios piensan que se quedarán sin futuro por culpa del gobierno.
Quizás no resbale Milei en los escalones universitarios debido a que aparecieron en el escenario una línea de enemigos declarados que, también, son poco gratos a la misma clase media que ahora dicen defender. Una contradicción más de quienes, a través de adolescentes empoderados, vuelven a respirar gracias a su oxígeno. Ni hablar de los dirigentes partidarios que debieron esconderse en los laterales para que nadie les atribuya protagonismo y menos se confunda la marcha con la “casta” política.
Las imágenes de ese teatro de verano saludando al público favorecen al mandatario, quizás este sábado Cristina se monte en el espectáculo con un soliloquio semejante en la Feria del Libro. Prometedor, extenso e intenso. Para cumplir con su auditorio. Como el reciente mensaje de Milei en Parque Norte, exclusivo para economistas, interesante y explicativo, más de candidato que de Presidente y con algún desliz que no le corrigió un asesor: la sal no era más cotizada que el oro porque cambiaba el gusto de la comida y Wassily Leontief no era tan comunista como dijo Milei, se tuvo que escapar de la Unión Soviética e incorporó ideas por las cuales el Politburó lo hubiera asesinado.
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