Cuatro días atrás, la vacuna rusa cotizaba en La Salada. Desde entonces, se valoriza en Wall Street. Milagro de un medio hegemónico, The Lancet, un poder concentrado de la salud según los criterios kirchneristas, que ahora beneficia al Gobierno y desata un explosivo en el internacional “mercado de los brazos”: la revista determinó que la Sputnik es eficaz en más de 90%. Salta Rusia a una posición dominante para vender el antídoto y desplaza poderosos laboratorios de otras naciones, atrasados en el proceso de fabricación.
La mercadería sanitaria que por desconfianza Putin no podía colocar en Europa (apenas había logrado un convenio menor con Hungría), de pronto aparece demandada desde diversos rincones del mundo. Incluida la Argentina, que había contratado la vacuna con reservas y como alternativa única, ahora hasta estimula a una planta local para que la industrialice en el país. Se dio vuelta la hoja de un día para otro.
La doctora Cristina –quien, menos irritable, ha vuelto a hablar con Alberto Fernández, luego de sus críticas y el receso oral que se impuso antes de las vacaciones– se anotó en el triunfo científico ruso y elogió a su propio gobierno con una palabra cortada en 5 partes: “Es-pec-ta-cu-lar”. Supone que destrozar un adjetivo con guiones realza su valor. También, claro, expresa limitaciones en su diccionario personal para servirse del castellano, seguro que nunca utilizó esa forma de la lengua en los escritos que presentó como abogada exitosa. Lo que no quiso fue privarse de alzar la copa, cobrar en la boletería, aunque nunca se había pronunciado sobre el virus y las dificultades oficiales para enfrentarlo.
Típico. También Alberto festejó, la noticia le llegó como un ansiado bálsamo al descreimiento colectivo sobre la vacuna. Y en la vorágine, más veloz que una liebre, alcanzó la meta Ginés González García, un gran opositor al acuerdo con los rusos en un principio, había tildado de “disparate” esa compra. Tanta oposición provocó litigios con su segunda, Carla Vizzotti, y enfrentamientos con Alberto y con quienes lo habían llevado al gabinete como Eduardo Valdez: no lo renunciaron porque resulta insostenible cambiar a un ministro de Salud en medio de la pandemia. Ahora sorprende la veloz adecuación de Ginés: hasta parece que aprendió a hablar en ruso.
En rigor, la operación con Moscú fue gestada por terceros, como se escribió en estas columnas en su momento, en particular por un productor y cineasta argentino, Fernando Sulichin, un mercader del celuloide que junto a Oliver Stone se aprovechan de la vanidad de algunas figuras populares de la política para consagrarlos en documentales. Así llegaron a Putin. Y gracias a ese testimonio fílmico, Sulichin aproximó al jefe ruso con la administración Fernández para alcanzar un convenio óptimo en los dos lados: uno carecía de vacunas, el otro de clientes y necesitaba propagar su producto para entonarse en la figuración política y, de paso, desplegar influencias en el mercado comercial de los laboratorios. Hubo improvisaciones y torpezas, los rusos tampoco son aplicados en la formalidad, sospechas de que la vacuna no servía y al pobre Sulichin hasta lo convirtieron en el Chapo Guzmán. Pero el viento cambió el escenario y, a la gratificación científica de The Lancet, se agrega que este mes piensan traer 4 millones de dosis y hasta contratar un supercarguero aéreo en lugar de hacer varios viajes con Aerolíneas y sus plañideras azafatas. Alivio parcial para los Fernández, cuya autoridad aparece mellada, de ahí que reanude el diálogo la pareja central. Ya han pasado 45 días desde el anuncio de Alberto, Kicillof, Massa y Máximo en que modificaban la cúpula oficial del PJ bonaerense a favor del vástago oficial. No pudo ser, nadie renunció. Para colmo, hoy aparecen los Duhalde armando una agrupación para participar en la interna y Pichetto amenaza con su núcleo para captar votos propios: si le quitan dos o tres diputados al contigente que piensa cosechar Cristina, fracasa su sueño del quórum propio en Diputados.
Habrá que ver si soplan otros vientos y si la organización precaria de La Cámpora supera al tiempo, como decía el general. Al menos, al desarmadero opositor. Mientras, la insaciable búsqueda de dólares promete conflictos, sea por aumentar retenciones al campo o por el delirio de manejar YPF con escaso conocimiento y falta de flexibilidad financiera. Hasta Cristina se siente desangelada por el legado de Galuccio (ahora parece que entendió que la deuda se contrajo en su administración), reconoce que no puede estar al borde de la quiebra la empresa con el petróleo a 60 dólares y vuelve al tiempo en que desconfiaba del llamado Mago: en Cuba, cuando fue a visitarla, ella dijo que debía hacer dos paradas para ir y venir de la Argentina mientras “este hombre viaja en vuelo directo en su propio avión”.
Pero de esa influencia tampoco puede saltar a la de Kicillof, quien recomendó al ejecutor financiero (Alejandro Lew) que llevó adelante una propuesta que antes de nacer ya se imaginaba rechazada. Un iluso, por decir una ligereza, secundado por el influyente hijo del finado Chodos, Sergio, y el mismo ministro Guzmán, ahora desentendidos de esa iniciativa. Una suma de fracasos que empezó años atrás, con aquella estatización de la compañía ya kirchnerista con un Kicillof reclamando ver las cajas fuertes para encontrar dinero secreto, como más tarde otros de signo contrario se dedicaron a excavar tierra en la Patagonia sin encontrar un billete o un pedazo de oro.
Como el enemigo del peronismo nunca fueron los opositores, sino la inflación, ahora comienza otra repetición histórica. Para contenerla, se anuncia un pacto de precios y salarios. Fotos, tele, declaraciones voluntaristas, un añejo entretenimiento que implica la violación de una ley contraria a la física: la economía no es inmóvil, no se congela como la vacuna. Pero hay que llegar con el país maniatado a las elecciones para poder decir: Es-pec-ta-cu-lar.
(Fuente www.perfil.com)