Se resume en dos condiciones el embudo de interrogantes para saber si Máximo Kirchner será el próximo titular del PJ de la provincia de Buenos Aires:
1) ¿Quién tiene la plata para afrontar las elecciones?
2) ¿Quién acapara los votos en ese sector partidario?
Ninguno duda en la respuesta: Cristina es la dueña de ambas alternativas. Entonces, el desenlace parece inevitable: ella impone a su hijo candidato en la interna y desaloja en comicios anticipados al rebelde Fernando Grey (Esteban Echeverría), el único intendente peronista que se manifestó contra esa anomalía interruptora, se niega a renunciar como cabeza del partido y se opone a entregar la confección de las listas partidarias.
Compite por un bien preciado: la lapicera, instrumento que le quedará a la viuda de Kirchner, a su vástago y a La Cámpora, para integrar la hilera de candidatos del PJ. Por ahora, mudo, expectante y resignado el resto de los intendentes, como casi siempre: cada uno piensa negociar a su modo. Viven reclamando que siempre los taponan con alguien fuera de la Provincia –Ruckauf, Scioli, Solá, Kicillof–, pero jamás coinciden en alumbrar un postulante de su propia raíz. Inclusive ahora aceptan en silencio al tardío bonaerense Máximo, al menos en su inscripción en el PJ: un peronista repentino. Pero esas son formalidades.
Grey resiste desde hace tres meses contra un trámite de dudosa transparencia y confía en que la Cámara Electoral revierta un fallo que lo puso, hace dos semanas, con el tanteador uno a cero en contra: el nuevo juez Ramos Padilla ya avaló las elecciones anticipadas. Falta la Cámara Electoral, cuyos miembros saben que si votan en sentido opuesto serán tildados como perseguidores de la actual vicepresidenta. Gajes del oficio.
Quienes objetaban a Ramos Padilla por cierta inclinación cristinista, ahora consolidan esa crítica y ya lo alinean en la estela de su antecesor, Manuel Blanco, quien era conocido como “el Negro”. Bromas bonaerenses. De aquel magistrado no se recuerda que Eduardo Duhalde se haya molestado por sus fallos durante las décadas en que dominó la Provincia a su gusto, casi como una mafia, según palabras añosas de la propia Cristina.
Cabría agregar, como recordatorio, que lo de Duhalde en la Justicia provincial era el arte del disimulo: hasta podía presumir, con razón, que la Corte Suprema no le respondìa a él, sino a la oposición radical por la mayoría de sus integrantes. Otra broma, claro.
Si valen las dos condiciones del embudo, las encuestas en el mundo justicialista favorecen a Cristina, quien dobla en adhesiones a su propio hijo Máximo. Ni hablar de cualquier otro adversario interno.
Ella manda en la Provincia. Tampoco a la dama le falta dinero para solventar parte de la campaña venidera: controla Unidad Ciudadana, el sello que inventó al irse de la Presidencia y con el cual encabezó la coalición para recolectar votos en el 2017.
A esa sigla va el monto compensatorio por el número de votos que brinda el Estado por ley en la última elección. Si a esto se añade la abultada transferencia de recursos de la Casa Rosada a Kicillof en el 2020, se entiende la coraza con la cual el cristinismo intenta blindar a la Provincia y transformarla en la polea de Diputados que le permita alcanzar el quórum en esa Cámara, hasta ahora el mayor objetivo de los Fernández para despachar leyes sin negociar, ni siquiera como hasta ahora con los pragmáticos de otros partidos cercanos, sean lavagnistas o el extraño de pelo largo de Mendoza. Es uno de los sueños de Cristina.
Ya en la minucia de proveer más diputados se advierte, en la provincia, una marcada preferencia para robustecer el caudal de votos de La Matanza, populoso distrito que rinde en materia legislativa más que provincias tipo Misiones, por ejemplo.
No es solo amor al pueblo matancero el proyecto de Cristina, Máximo, Kicillof, Alberto y Massa, quienes no ofrecen diferencias ni pelean para este caso. A cargo de esa misión distrital se perfila el camporista Facundo Tignanelli, legislador en jefe del bloque oficialista, una complicación de vida futura para tradicionales como Espinoza o Magario, a pesar de que ellos juren cristinismo en cada esquina.
No en balde la oposición piensa apelar a figuras mas notorias para desafiar al peronismo en las elecciones de ese distrito. Por ejemplo, llevar al mediático abogado Fernando Burlando como representante. Esa tarea, en apariencia, la enhebra Diego Kravetz, ex dirigente porteño, ladero del macrista Néstor Grindetti en el municipio de Lanús y su futuro sucesor en 2023.
Para conceder la promoción de Máximo, los intendentes se someten si les habilitan la reelección (deseo que comparten con los opositores en la misma situación). Nadie parece conocer la forma para alcanzar ese propósito, más de uno sugiere algún tipo de recurso judicial que impediría aplicar lo que está escrito.
Si valen las dos condiciones del embudo, las encuestas en el mundo justicialista favorecen a Cristina, quien dobla en adhesiones a su propio hijo Máximo. Ni hablar de cualquier otro adversario interno.
i La Cámpora con Cristina había imaginado desplazamientos para borrar clásicos del peronismo y reemplazarlos con sus militantes, también encontraron más de un cuello de botella. Primero, no se arroja sin costo en un vertedero a los jefes distritales, poseedores de una burocracia y aparato propios. Si los apartan por ley de sus comunas, habrá que integrarlos en las listas con la lapicera: quedará gente afuera de los dos lados.
Difícil el consenso. De ahí que el viento favorable para Máximo ofrece otros desenlaces peligrosos: si no arma con los intendentes que su agrupación detesta, corre el riesgo de padecer desprendimientos en negro, como le ocurrió a su padre en otras elecciones de la Provincia: el corte de boleta que favoreció a Francisco de Narváez, por ejemplo. Ni lo esperaba el creído sagaz de Santa Cruz.
O, también, la variante de que aparezcan partidos municipales cercanos a los desplazados que le disminuyan la cantidad de votos que demanda Cristina para realizar en Diputados lo que hoy consuma en el Senado. Riesgos de la profesión en una provincia en la que se puede ganar, en la próxima elección, con un eventual 35% de los votos.
Parece fácil para el cristinismo, pero nunca alcanza para los que van por todo y no quieren ceder nada.