Cambió aunque no pertenezca y más bien repudie a esa sigla en vías de extinción llamada Juntos por el Cambio. Cambió al suspenderse como candidato a gobernador (habían imprimido carteles con su foto, hubo pintadas en diversas zonas) o legislador, de futuro ocupante a la Rosada no habla, se alineó con Kiciloff y mantiene la confesión de que no tiene estómago para representar al gobierno nacional de Alberto Fernández.
Son muchas las escaramuzas que protagonizaron. Tanto niega a esa figura presidencial que, en su despacho del motorhome de la General Paz, dispone de una fotografia del Ejecutivo con un letrero irrepetible, aun con libertad de prensa, agraviante. Es que para Sergio Berni, por educación castrense, el tema de la traición parece clave en su vida. Y si se habla de patria, mucho más. Quienes lo frecuentan, aparte, pueden escuchar de su boca otros aditivos críticos al mandatario, más sutiles y humorísticos. Pero hubo un cambio en el responsable de la seguridad provincial instalado en el Puente 12, justo el lugar donde los peronistas se masacraron a sí mismos cuando regresó el general en junio del 73. Ahora, públicamente reconoce que “sería un honor ser elegido por el PJ para presidir la lista de postulantes a diputados en las próximas elecciones”. A pesar de la frase, conciliadora, habrá que tomar con pinzas quirúrgicas esa declaración: Berni no quiere participar de los comicios venideros como protagonista, en todo caso asistir en la campaña provincial, se considera un hombre de reserva para otras instancias. Sobre todo a partir de su convencimiento de que Alberto no continuará en el cargo después de 2023.
A menos, claro, que su jefa del movimiento (Cristina), como suele repetir, lo obligue a convertirse en aspirante legislativo: prevalece en Berni el culto a la lealtad, quizás por su perfil de samurai. Es un guerrero, presume de esa vocación, pero más se identifica con el mandato prioritario del héroe japonés: el que sirve. Y él, obvio, admira por verticalista esa formación militar, copiada del oficialismo escolar de los cincuenta, cuando se les enseñaba a los niños que Perón ingresaba a la Casa Rosada a las 6 de la mañana, más temprano que otros, y cumplía diligencias como las que repite Berni desde una hora más temprano.
También anda en moto como el general en Siambretta, cultiva su fìsico como Perón a su edad, aunque no se sabe que haga alpinismo o esgrima. Hay un dato que los diferencia, un hobby: a Berni le fascina la magia, estudia a Houdini, Fu Manchu y Copperfield, compra trucos como cualquier aficionado –es una materia en la que está casi todo escrito y cotizado–, mientras el jefe justicialista fue un mago sin cursar carrera.
A 35 días del primer cierre, le toca elegir a Cristina antes que a su grey. Está con los pétalos de margarita y la sepultada conciencia de que no ha sido afortunada en esas determinaciones.
Si bien cuesta saber lo que transcurre en la testarrosa de Cristina, ella admite que su soldado preferido reúne condiciones para encandilar a un sector de la población bonaerense –asustada por la inseguridad– que votó a Aldo Rico, también al Carlos Ruckauf del “meta bala al delincuente”, reticente en cambio por los devaneos garantistas e ideológicos de La Cámpora. Sabe, más que nadie, que habrá rechazos para un proveniente de ese sector. En cambio, Berni parece un candidato que suma aun fuera del peronismo. Pero también ella lo requiere para controlar al cuerpo policial de la Provincia (un verdadero ejército de 120 mil hombres), imprescindible para sostener a su favorito Kicillof, quien teme ser desbordado por acontecimientos sociales, aunque en estos meses repartirá más plata y prebendas que en los meses pasados. Pero, como demostró el Cordobazo, a veces cuando se está mejor todo se vuelve peor. De ahí que también hayan mandado a encuestar como candidato a Daniel Scioli, el embajador que tampoco quiere ser diputado, quien singularmente tuvo cordial relación con Berni y hoy la conserva, en proyectos comunes, a través de su hermano Pepe.
Curioso dilema para la doctora: en el santuario que reúne más adhesiones carece de una figura relevante para tentar al electorado, su prole política masculina no destaca, y tal vez deba apelar a las doncellas de su reino,léase Raverta, Volnovich, Paz Tolosa, poco conocidas no solo en el Conurbano.
A 35 días del primer cierre, le toca elegir a Cristina antes que a su grey. Está con los pétalos de margarita y la sepultada conciencia de que no ha sido afortunada en esas determinaciones.
Más, hasta podría entonar el tango “los hombres me han hecho mal” si revisa la malhadada historia de los herederos que designó: del mendocino “no positivo” Julio Cobos al entusiasta preferido Amado Boudou, del cual ni siquiera parece preocuparse por su destino judicial a pesar de que ella no ignoró la operación Ciccone (tampoco del resto de las personas que la acompañaron en su gobierno, algunos en primera fila, como Julio de Vido). Aunque su mayor tropiezo en la agenda todavía no concluyó: Alberto Fernández, al que hoy le endilga los mayores fracasos y desatenciones.
Como el que plantea el propio Berni al cuestionar la última decisión de la Rosada sobre la postergación de la licitación de la Hidrovía, cuando ese compromiso al parecer estaba asegurado por la vicepresidenta, el gobernador de Buenos Aires y otros colegas provinciales.
Como se sabe, esa determinación ocasionó una violenta reyerta entre Fernández y Kicillof, un disgusto frustrante en Cristina y en una justificación en la leyenda sobre lealtades y traiciones que Berni tiene en su motorhome del Puente 12 acompañando la foto del Presidente.
Fuente: Perfil