Alberto Fernández presume ante la tribuna de dos medallas olímpicas, dos victorias en la primera categoría. Repite: no entregué a Santiago (Cafiero, jefe de Gabinete) y coloqué a Vicky (Tolosa Paz) como número uno en la lista de diputados bonaerenses. Para brindar por el éxito, otro whisky. Podrían ser dos las medidas, siempre del blue caminante Johnnie ya que, aparte de impedir el desalojo de su correveidile personal y entronizar candidata a la dama de su viejo amigo Albistur, impidió que los Kirchner –Máximo en particular, acompañado por Massa– sacudieran por ahora el árbol del cuestionado equipo ministerial. Igual la convulsión persiste, a pesar de los brindis y ante el asombro del nuevo rostro de la vice, recién salida de un imaginario consultorio estético: es otra aunque finja lo contrario.
Suena insignificante la permanencia triunfal de Cafiero. Es un adicional minúsculo a la resistencia albertista si se lo compara con el rotundo giro político que determinó la madre reina, su voltereta circense e histórica al anunciar que se doblan los vencimientos con el FMI y que parte de los Degs (créditos) facilitados por el organismo serán utilizados para pagar la deuda. No para otros servicios –léase hambre, educación, sanidad–, como ella se había encaprichado en sostener junto al Gobierno. Se bajó también de otras terquedades: el juicio al directorio del FMI por los créditos a la Argentina durante la era Macri y, quizás, aceptar que le revisen las cuentas a Economía si es que hay compromiso de pago.
Disimula Cristina estas lindezas; defecciones para unos, realismo de Estado para otros. Dice que son consecuencia de la administración anterior, pero se alinea junto a otro viraje suscripto por la Casa Rosada: ella hizo mutis frente a la indeseada compra de vacunas Pfizer. Tremendo escozor interno, un doble sopapo para Máximo, quien se había expuesto furibundo hace apenas 15 días contra las restricciones del laboratorio norteamericano y las exigencias presupuestarias del FMI. Ahora el diputado tiene cita con el psicólogo para contener sus emociones y la necesaria lectura de títulos como “Elogio a la traición” o, más vulgares cancioneros caribeños, tipo: “¿Qué me hiciste, mamacita?”.
El mismo estupor atraviesan los revolucionarios de La Cámpora, los que harán campaña graciosamente por Daniel Gollan pinchando brazos con la Pfizer o pidiendo que no lo confundan con Ginés González García. Difícil faena. Mientras, gran parte de la sociedad se interroga: ¿era necesario perder tantas vidas por falta de vacunas y tanta plata por inestabilidad en los mercados durante más de un año? Cruel el tardío aprendizaje de Cristina, justo ella que se confiesa napoleónica y respeta la máxima del emperador: “Lo único que no puedo perder es tiempo”. Fue lo que más hizo. Pero, peronista al fin, ella quizás invoque otras deserciones claves en la historia argentina, como el cambio del General en 1952, cuando decidió una apertura petrolera con Standard Oil y, en el mismo rubro, más tarde hizo lo mismo Arturo Frondizi contra lo que había jurado en un libro. Giros para recordar, dirá la vice. Aunque nadie sabe si sus nuevas actitudes corresponden a una revisión sincera o es una especulación preelectoral, común de su parte en otros comicios, cuando invitaba al diálogo y luego cerraba la puerta apenas alcanzaba el gobierno.
Alberto también podrá decir en sus reiterados brindis que ahora suma en Desarrollo Social a un intendente cercano, Juanchi Zabaleta (Hurlingham), como si en esa cartera su titular no hiciera otra tarea que firmar los repartos que ya ejercitan los grupos sociales y los tentáculos de La Cámpora desde Anses y PAMI. Se trata de la cartera con más limitaciones al ministro. Ese aterrizaje deja en el camino a Daniel Arroyo, uno de los “funcionarios que no funcionan”, según Cristina, castigado a integrar como número 12 la lista de diputados.
También en el PRO se cocinan esos descensos: el ex ministro Finocchiaro pensaba en el número 4, terminó en el 9. No será Arroyo el único en partir: en Defensa se va Agustín Rossi, un atrevido que se postuló como senador en Santa Fe sin la venia de CFK, quien nunca le profesó demasiado cariño. Hombre de carácter, Rossi se le sublevó a la viuda de Kirchner, que favorece a una mujer candidata (Sacnun).
Habrá que anotar un aspirante para futuros cambios: parece que Cristina –en esa devoción cristiana de perdonar a casi todo el mundo– se apiadó de Julián Domínguez, lo considera útil para el gobierno de Alberto y le pidió a Aníbal Fernández que olvidara agravios. Obediente, lo hizo en un almuerzo, perdió la memoria de aquel momento en que Domínguez lo acusó de narcotraficante en la interna peronista, carga que también aprovechó la Iglesia para sermonearlo desde el púlpito. Nadie debe olvidar que Domínguez es un militante del Santo Padre y que Aníbal se allana sin premios, por ahora, a lo que le reclaman.
Hubo un ganador nítido en el plano económico en el proceso de las listas, aun sin participar: Martín Guzmán. Le avalan sus negociaciones con el FMI, se afirma en el cargo por la nueva bendición cristinista. Ese envión es compartido por Massa, quien recupera dimensión: postulaba evitar rupturas luego de su viaje a los EE.UU., se ofrecía como interlocutor posible de fondos y organismos, ahora pretende un lugar prominente en el gabinete de Fernández: quiere ocupar varias plazas, integrar ministerios bajo su órbita y despedirse de la Cámara de Diputados. Se dio cuenta de que desde ese lugar casi nadie llega a la presidencia (salvo el accidente de Eduardo Camaño, quien estuvo cuatro días en el cargo entre 2001 y 2002).
Mostrando más ejecutividad, si le conceden esa posibilidad, Massa supone que su quimera presidencial puede ocurrir en 2023 asociado con Máximo, hoy su confesor y álter ego, también imprescindible en la sociedad: al vástago parece sucederle lo mismo que a la madre, sin él no se puede pero con él solo no alcanza. Se equivocan los que piensan en un enroque y que Máximo irá a presidir Diputados. La paranoia de la sucesión no llega a tanto, hasta Cristina entiende que no se deben alimentar fantasías intrigantes.
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