Si resulta veraz el rumoreo, Cristina y su hijo Máximo tuvieron una disputa. Otra, nueva, quizás inquietante por la cercanía a diferencias ya reveladas en las últimas semanas. Raro que trasciendan esos cotilleos dentro del sigilo de la especie Kirchner, caracterizada por el secretismo aún en las controversias entre los dos hermanos desde que Néstor dejó lo que dejó en la herencia. Enfrentamientos, como en todas las familias. Y eso que son chicos que les importa poco la plata, recatados, no pugnan por más riqueza sino por las complicaciones judiciales que les produjo la riqueza oculta. Pero el último desencuentro circulante no es con Florencia, la distancia se advierte entre el vástago y Ella: habilita a la intriga, a la murmuración sobre un litigio político en torno a la forma que ambos consideran conveniente para multiplicar el poder. O, al menos, conservarlo. Suele ocurrir en las dinastías de imperios, reinos o kanatos, también en las democracias subdesarrolladas. La Argentina no se priva de ninguna excentricidad.

“No, mamá, no. Yo soy La Cámpora”, habría respondido Máximo a la pretensión materna de modificar el nombre de la agrupación. Suprimirlo o disminuirlo en el cartel de la calle Corrientes que invita a la representación teatral kirchnerista. Para ella, según habría explicado –al traducir un mensaje de encuestadores propios–, La Cámpora atraviesa una incidencia semejante a la suya en el electorado: dispone de un apoyo fiel en un sector dietario, un núcleo duro, pero su sola mención alerta y fastidia al resto, a una gran mayoría que se eriza al escuchar el nombre. Ni hablar del público más veterano, resistente a ese emprendimiento que alguna vez fue juvenil. Volviendo al ejemplo del teatro: hay un aforo que los militantes propios no pueden superar, impenetrable, se ganaron una fama confrontativa. Como si fuera ella misma ante los comicios generales pasados: no me alcanza sola. Tal vez recibió, en esta ocasión, el mismo consejo que la obligó a asociarse con Alberto y regalarle la Presidencia al enfrentar a Mauricio Macri. Sin embargo, la reflexión femenina no apunta a lo qué pasó, ilumina los intereses familiares para el 2023, tarea en la cual se ha empeñado Máximo al construir un aparato con aspirantes oficialistas en las listas de las próximas elecciones. En Diputados, claro, pero mucho más esfuerzo de hormiga en las hileras de concejales, legisladores y consejeros de cada distrito para imponerse a la ancestral influencia de los intendentes peronistas. Suplantar un aparato con otro, modernizar la inspiración Duhalde sita (a propósito, parece que el Presidente lo inunda con mensajes a Alberto Fernández, quien no le responde, quizás por la naturaleza agraviante de los contenidos: son gente de alta sensibilidad).

Con discrepancias, lo de Máximo y Cristina se trata de una de las más formidables operaciones de “entrismo” en territorio bonaerense, una idea para capturar desde adentro a la masa del peronismo y escriturarlo a su nombre desde la cúpula. La Cámpora ha sido el instrumento. Pero, según Cristina y asesores, alcanzó un techo. Y ese tapón obliga a cambiar con imprescindible vista hacia los comicios presidenciales, quizás para el sueño del mismo Máximo. Ya lo imagino con esa palabra “entrismo”, en el siglo pasado, un trotskista destacado que portaba el pseudónimo de Nahuel Moreno. Y con mayor músculo más tarde lo aprehendieron formaciones como Montoneros, que obviamente no solo peleaban contra los militares. En ocasiones se olvida este conflicto interior del pasado, cuando la jerarquía guerrillera hasta prefería un amasijo de mate y fogón con los uniformados, como el castrense Operativo Dorrego, a cambio de fulminar a gran parte de lo que había sido la resistencia peronista. Y al propio Perón, claro.

Si uno observa con atención, Cristina se propone ampliar la base de sustentación de su hijo, desteñir la tutela del nombre La Cámpora, buscar otro bautismo en tiempos que muchos cambian de identidad documentaría sin dejar de ser lo que son. O por ser más lo que son. Hasta ensayó la mujer un nombre obvio de reemplazo, Juventud Justicialista. Precavida, puso distancia entre dos contingentes de la época del 70, brutales entre sí, la peronista y la sindical. Un título de fantasía que desplace al otro debido a las reticencias que produce en la sociedad la mención del grupo que alguna vez fue juvenil, nacido y forjado desde el Estado (como el peronismo). Y así como se abandonó el fernet, hubo modificaciones en la vestimenta, se dicen menos sectarios, abandonaron restricciones sexuales, cruzaron parejas, ya tienen familias, han sabido separarse y son gandules cuarentones en algunos casos, la viuda de Kirchner requiere que se adapten a los nuevos tiempos de la política. A Máximo, ese propósito de marketing lo complica: aspira a conservar la marca, no quiere perderla como si fuera el dueño intelectual de una obra que empezó a insinuarse con la crisis del campo, cuando el padre Néstor casi fue invadido por las protestas populares en Olivos y, desde allí, temeroso, lo insultaba por teléfono a Alberto Fernández por carecer de capacidades para sosegar a los revoltosos. Entonces empezó a motorizarse un proyecto defensivo que en poco tiempo se convirtió en una ofensiva estructura y, además, sirvió para encontrarle una tarea al hijo. Carambola doble.

La iniciativa materna se inscribe en un curso de tierra agujereada, cuando se exponen divisiones: Máximo enojado con el FMI y sus reglas en materia de pago de la deuda y con los presuntos abusos de los laboratorios norteamericanos, mientras su madre acepta –luego de una insólita negativa que le hizo firmar al propio Senado de la Nación– que los préstamos del Fondo sirvan para pagar los créditos caídos con ese instituto (no para estimular la economía) y que su gobierno compre las vacunas de Pfizer y Moderna. Puntos de vista o criterios demasiado distintos, expuestos casi por cadena nacional. Ahora se añadió esta diferencia sobre el título que caracteriza a la organización que preside el hijo junto a un comité central selectivo que, al igual del histórico cubano, no tiene un solo negro. Curiosamente, los más jóvenes en este caso parecen conservadores para mantener un nombre y apellido, mientras la veterana que manda se revoluciona con un cambio.

(Perfil)