Ni un tuit. Tampoco un mensaje o un whatsapp. Menos una carta, a las que solía apelar como ejercicio de constante insatisfacción como una Madame Bovary del siglo XXI. Menos una paloma mensajera, ni un mu. Indiferente, la excelentísima Cristina guardó un deliberado silencio ante la llegada de Silvina Batakis a Economía, aterrizaje del que no fue ajena. Esa abstinencia oral obedece a un compromiso presunto: mantener reserva y opinión prudencial sobre los actos de la ministra.

Si se avanza en esa teoría, habrá que aceptar una versión añadida: el consenso de mutismo se combinó en una larga entrevista entre las dos mujeres en la que la funcionaria le explicó las medidas que iba a aplicar desde su cartera. Un eslogan que cualquier ortodoxo primitivo podría avalar: no se gasta lo que no entra. Promesa que deleita a neoliberales y horroriza a quienes, como la excelentísima Cristina, han abrevado en el libro gordo de Kicillof. Técnicamente, una traición.

Cuentan que la vice evitó compartir los instrumentos anunciados por la Batakis, no van con su genio tradicional. Pero justifica el silencio por haberla asimilado con gusto como reemplazante de Martín Guzmán, aguardando los resultados del plan, lo que diga la calle (sindicatos, en particular los grupos sociales) y las encuestas. O la inflación descontrolada. Por el momento, aunque los mercados sean un tembladeral, se niega a constituirse en una piedra de Tandil que obstruya aún más la economía.

Hasta se anima a claudicar como una réproba de esas creencias que enarbolaba contra las exigencias técnicas de organismos internacionales y entusiasmaba a la muchachada camporista. Es como el nuevo presidente de Colombia: mucha izquierda pero el ministro de Economía será de derecha. Como en Chile. Y, si gana Lula, ya anticipó que va en la misma dirección. Ella no está exenta de ese curso: por la falta de perspectivas, entre otros consultores, llamó a Carlos Melconian y, luego de escucharlo, le pidió: “Mandame unos cuantos títulos de lo que hay que hacer”. Como se sabe, los títulos importan poco, lo que vale es el relleno.

Nadie le ha puesto fecha al silencio femenino. Más de uno confía en que dure hasta fin de mes, por lo menos, cuando Alberto Fernández viaje a los Estados Unidos y se entreviste con Joe Biden, confiando en esa posible asistencia para aligerar las demandas del FMI por el incumplimiento de metas en el último acuerdo. No quiere interferir Cristina en la conversación, menos dinamitarla. Está precavida: los últimos acontecimientos no la favorecieron, tuvo más de una derrota. Apremió en exceso hasta sacarlo a Guzmán, cuestionando su flexible plan económico, también las condiciones del Fondo y, por último, terminó aceptando la jura de Batakis prometiendo un ajuste superior y desalmado en ministerios, provincias e intendencias, más severo que en su momento quiso imponer Ricardo López Murphy. Delicias de la vida para el encontronazo de Cristina.

Por supuesto, no se cree que Batakis lo hará efectivo, se considera un cazabobos, pero en treinta días se conocerá algún indicio de esa pregonada ejecutividad. Si es que llega al examen. Mientras, para evitar los recortes en la obra pública y diferimientos a proveedores, para impedir un saludable déficit cero –bueno, es un decir– se viene una escalada en la calle de los movimientos sociales y una sorda fragua de quejas de gobernadores y jefes comunales. No serán los únicos ante la vista alelada de Cristina: ella iba a estar con ellos.

La excelentísima viuda de Kirchner hoy se arrepiente del último desenlace que provocó, inclusive advierte que no podrá desprenderse de la suerte de Batakis como intentaba separarse de Guzmán. Su oratoria y el resto de sus orates contribuyeron a forzar la transición, a convertir al ministro en el peor de los empleados. Era una elipsis: en verdad condenaban al mismo Alberto.

Para colmo, quedó paralizada Cristina cuando su agraviado vicario, harto de las presiones, amenazó con la renuncia con palabras vulgares: ese propósito no estaba en la agenda de la vice. Lo quiere frágil, insustancial, de adorno. Pero, en esa extrema debilidad, el mandatario se hizo fuerte al señalar una eventual deserción. Y hoy, al menos, si bien no se lo reconoce ganador, puede asegurar que está mejor que hace una semana atrás. Tanto que el eterno optimista del poder, Aníbal Fernández, se atrevió ayer a pedir por la reelección de Alberto, ya que “merece un premio” por tanto desgaste: tiene el ministro microcine en la casa, ve los films que él mismo produce y los noticieros peronistas del siglo pasado.

Hasta se desprendió el mandatario de Sergio Massa, quien en su afán de ayuda aspiró primero a un cargo que le cedieron a su enemigo (Daniel Scioli) y luego no pudo encajar como jefe de varias carteras y sucesor de Juan Manzur al frente del gabinete. Allí lo limitó Alberto e intervino Cristina. El tucumano en jaque sonrió al atender una llamada y una voz femenina que le dijo: “Vos de ahí no te movés”. Tampoco ofrecía Massa un equipo de auxilio, apenas su propio peso específico. Demasiado poco para llevarse tanto. Pagó un precio alto por su incursión: justo a quien siempre se le imputa capacidad para obtener réditos, los “ventajitas” en este caso fueron el presi y la vice. Quizás se quite el mote por la avivada de sus dos socios.

Batakis, de apellido griego y reminiscencia ona, etnia que poblaba Tierra del Fuego, donde ella nació y se crio, ahora parece tutelada por Miguel Pesce. Por lo menos, el titular del Banco Central, eje del mayor conflicto hoy en la plaza financiera, le ha dado otra formalidad a la mujer que le permite no repetir contradicciones como las que expuso en sus dos iniciales reportajes televisivos, cuando la dejaron sola en el escenario y sin una preparación previa. Ambos funcionarios pretenden capear el temporal del tipo de cambio y la inflación (aunque parece que siguen emitiendo), por lo menos imaginan llegar al Mundial, luego esperar al reposo del fútbol y, por último, al agitado verano. Complejo y mínimo desafío.

Mientras, en el Instituto Patria se albergan otras ambiciones o “la necesidad de salvar a la patria”, de ahí cierto alboroto para candidatearse en la ocupación de ministerios, planificar reemplazos e incrementar el poder del cristinismo. Hasta se proponen suplantar a los funcionarios que Sergio Massa dispuso en la Administración, lo que viene a ser un cruento destino frente al proyecto frustrado del titular de la Cámara de Diputados.

(Perfil)