Ya empezaron los primeros encuentros, una campaña. Como la electoral. Preparativos y escenarios para la visita del Papa luego de los comicios de octubre. Y antes de la celebración de la Navidad. Fue designado jefe local de la misión, como corresponde, el flamante arzobispo de Buenos Aires, Jorge Ignacio García Cuerva: pobres no le van a faltar, se cultivó en ese rubro. Pero el proyecto se desvía por otros andariveles, como el entrenamiento a diversos sectores de la grey para una cordial recepción y, también, para lograr una adhesión a otra iniciativa clave: Francisco confía en impulsar un entendimiento que, al modo de la Iglesia, establezca una suerte de reconciliación olvidando episodios del pasado. Para un protagonista de ese pasado como él, la Argentina resolvería buena parte de sus crisis a partir de un perdón de las partes, consentido y amplio, superador. Difícil saber si la propuesta constituye una reparación de resentimientos o una entelequia cristiana.
Al mismo tiempo, Jorge Bergoglio —quien al parecer se desplazará sólo por tres puntos de la República, sin detenerse en la Capital donde vivió y estudió— enmarcaría su periplo con la canonización de dos argentinos con recorrido y condiciones diferentes: el empresario Enrique Shaw y el militar Argentino Del Valle Larrabure, dos santos no religiosos.
Otros dos argentinos ya fueron declarados santos por Bergoglio: José Gabriel Brochero, el “cura gaucho”, en octubre de 2016, y Artémides Zatti, en octubre de 2022 (Héctor Valdivielso Sáez, “mártir” de la Revolución de Asturias de 1934, fue el primer santo argentino, por obra de Juan Pablo II, en 1999). A Zatti, “el enfermero de los pobres”, de origen italiano y nacionalizado, se lo destaca por una abnegada actividad que hasta lo llevó a dirigir el hospital de Viedma, con registro de fenómenos sorprendentes que ha confirmado la Iglesia. Cambio de slogan: corazón que siente cuando hay ojos que no ven.
Sin milagros atribuibles, en cambio, es la santificación de Shaw, un empresario de formación en la Marina (se retiro como teniente de fragata), examinado su aporte social por diversos peritos durante décadas y en el cual participó el propio Bergoglio al aprobar su canonización en 1996. Tartamudo, casto, luego casado con Cecilia Bunge, 9 hijos, motor de la Acción Católica y fundador de una liga de empresarios (ACDE), Shaw ejerció una suerte de sacerdocio seglar reconocido como máximo ejecutivo de Rigolleau. Tiene otro dato en la ficha: fue detenido por Perón cuando la Iglesia entró en conflicto con el gobierno antes del derrocamiento de 1955 y se sucedieron las persecuciones. La colección de escritos personales del empresario parece que ha sido fundamental para su entronización, al margen del respaldo de una fuerte colectividad de colegas, en ellos invoca como conducta las buenas costumbres que exige el Vaticano en un anecdotario pródigo en esas experiencias de autocontrol sexual y generosidad.
Al otro Siervo de Dios que en su visita el Papa estaría dispuesto a consagrar es al coronel Larrabure, secuestrado por el ERP durante el gobierno democrático de María Estela de Perón: 372 días confinado en un habitáculo en condiciones de campo de concentración extremas, torturado y asesinado, devuelto casi como un esqueleto. No parecía Larrabure un hombre de la política militar, si un técnico especializado en el tema de explosivos; desde el duro cautiverio, le reclamó por escrito a sus hijos que perdonen a sus captores, se supone más como gesto cristiano que por imposición de sus carceleros. El reconocimiento al martirologio del militar tal vez se inserte en la contribución política que le endilgan al Papa en su visita: la proposición de un acuerdo o ley que cierre el capítulo de la grieta de los sangrientos años 70, tarea en que comenzaron a empeñarse algunas figuras —y otras que serán convocadas—, sea por medio de un diálogo interreligioso, partidario o social, con organismos de todos los tipos. No trascendió aún la naturaleza de ese instrumento ni los mecanismos a los cuales se apelará para alcanzar ese objetivo. Tampoco habló García Cuerva, quien para el 7 de agosto, como todos sus antecesores, le dedicó el mensaje en San Cayetano a la búsqueda de un trabajo bien remunerado. Como si presentes o ausentes en esa iglesia no lo intentaran todos los días.
Ciertos sectores no progresistas sospechan de un Bergoglio que durante su gestión le ha concedido —según ellos— más espacio a las organizaciones de izquierda que a las otras que las enfrentaron. Por lo tanto, existe una enorme curiosidad por conocer las herramientas para resolver la divisoria de sangres. Mucho más que la intencionalidad obvia de la iniciativa. Este dilema cruzara todos los encuentros venideros para descubrir no solo la disposición de las partes, también el articulado de una norma que cese o amortigüe las diferencias. Interesa una reciente confesión del Papa: la culpa de los problemas de la Argentina debe atribuirse a los argentinos, no a agentes internacionales, intereses de otros países o sinarquías nefastas. Tampoco se responsabiliza él, por supuesto, como si no hubiera vivido 60 años en el país.
Lo que si se reconoce es su voluntad por abandonar el desencuentro que, como todo el mundo sabe, para una proporción importante de la sociedad ha sido un gran negocio político. A su modo, Carlos Menem y Raúl Alfonsín buscaron una salida a ese laberinto. Intentos fracasados. Al resto de la casta ni se le ocurrio hacerlo y los Kirchner se beneficiaron con el slogan del enemigo de Laclau. Como la leyenda afirma que del dédalo se sale por arriba, quizás al Papa le resulte más fácil que a los otros humanos escaparse al Cielo. Todos creen que dispone de un ticket especial para ese ascenso.
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