Comportmiento animal en tiempos de mamporros, tortazos, toallas mojadas, piñas, extorsiones y golpes, falta solo el “con gran traquilidad, amablemente, le fajo 34 puñaladas”, el femicidio de una milonga de la deliciosa colección lunfarda de Edmundo Rivero, un cavernoso e inolvidable cantor. Abunda el tango con los problemas del hombre y las garabas o minas, grelas, queridas, mosaicos, percantas, esposas, esa multitud de perfiles que no casualmente definen a las mujeres, tan insondables como sus apelativos en los diccionarios. Además, con la costumbre musical de fajarlas debido a que “algo habrán hecho”, excusa singular fatalmente utilizada para otras servicias en el siglo pasado y que en estas décadas ha comenzado a desaparecer por verguenza, raciocinio y cierta rebeldía de genero. Tambien por la condena judicial. De ahí el asombro por la imputación de violencia y castigo a quien parecía el primer feminista del país, al introductor de “todes”, un presunto falsario que en su casa no realizaba lo que pregonaba en público: Alberto Fernández, Presidente de la Argentina 2019-2023, denunciado por su compañera y madre de su hijo Francisco, Fabiola Yáñez.

Desde España, la ahora separada Fabiola confirmó que Alberto le pegaba, evidencia que proviene del celular de la secretaria presidencial, María Cantero, a quien investigaba un tribunal por mordidas en la contratación de Seguros en el Estado. Como se sabe, esa es una especialidad del ex mandatario, retratada en los ochenta por el periodista Julio Nudler, mientras el marido de la Cantero ha hecho fama por forjar una fortuna en el rubro. La secretaria tampoco es nueva en su función durante el mandato de Fernández: lo supo acompañar cuando este era jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, de cercanía y confianza absoluta. Inclusive cuando Alberto mantuvo el cargo con Cristina Fernández de Kirchner. Nunca fue una recién llegada. Sabía todo, todos sabían de ella. Tampoco desconocía, en las inmediaciones del gobierno Alberto, Juan Pablo Biondi del negocio comunicacional, al que la viuda de Kirchner hizo echar porque no soportaba sus críticas: dicen que objetaba la opresión que ella y La Cámpora ejercían contra el Presidente, lo enloquecían. Parece que Biondi, casi un mensajero de Alberto, ha tratado de persuadir a Fabiola para evitar escándalos, los tres protagonistas alguna vez se interesaron en proyectos en Valencia (tambien un ex intendente poderoso de la provincia de Buenos Aires) y hoy el ex funcionario, felizmente próspero, asiste con envidiable remuneración al jefe de Estado paraguayo, sea por talento o recomendación.

Además de la relacion truncada y el hijo común, a Fabiola y Alberto los reúne una misma angustia: ambos carecieron de la presencia del padre original, adoptaron la de quien la asumió de hecho por emparejarse con sus madres. Una con más intensidad que otro, rechazaron inclusive conocerlos. Ejemplo, la ex primera dama, nacida en el Sur, del vínculo de su madre como trabajadora doméstica con el jóven hijo de un rico productor mendocino, quien se negó a concederle siquiera el apellido (aún vive). Con su hija a cuestas, la humilde mujer conoció a un trabajador del transporte, con quien se fue a vivir al Chaco, convirtiéndose el camionero en el protector tambien de la niña, a la que trató de educar con sus escasos medios. Fabiola nunca quiso conocer a su elusivo padre, lo repudió tanto como él a ella (en cambio, si se ha comunicado con las hijas de este y hermanastras de ella). Por su parte, como se sabe, Alberto siempre reconoció mucho más a quien se casó luego con su madre y verdaderamente lo crió, el juez Carlos Galíndez. Historias comunes, finalmente ahora un epílogo dividido.

Hasta de ese estigma la ex pareja presidencial se ha apartado: ella se quedó viviendo en Madrid, amenazo con un documental de 6 horas que habría realizado por su cuenta sobre historias de la gestión de Alberto. Divulgación al acecho, nada a favor de Alberto, se supone. El operativo entro en suspenso y, casi por casualidad, surgen en un expediente judicial otros testimonios perjudiciales al ex Presidente: según fotos, le amorató el rostro en más de una ocasión, enojado, alterado. Ocurre que, mientras se investigaba el posible delito de los Seguros, en las mensajerías de la secretaria de Alberto aparecen comprometedoras fotos y whatsapps revelando violencia física de él sobre ella.

Y en territorio de la Nación, en la residencia. Al principio, Fabiola se niega a denunciar esas pruebas y, luego de una una reflexión, se decide a contratar un abogado e ir a Tribunales. Alberto, quien se dice derruido, hoy sostiene que se trata de una cuestión de plata, como en la mayoría de las separaciones. Y como si no fuera un letrado acostumbrado a esos episodios. Pero no tuvo capacidad para satisfacer, tal vez, las demandas de Fabiola. Alega como una víctima y se presentaba a la Justicia indicando ciertas cuestiones médicas de la mujer, prometiendo la marca de los medicamentos que consumía y podrían ser causantes de las peleas. No hay fotografías de que ella le haya hinchado un ojo a él. A su vez, ella tambien habla de marcas, de elementos que le hacían perder la compostura a su pareja, lo potenciaban. No es menor el novelón judicial que empieza y que hasta puede superar la investigacion de la contratación de seguros, cuya trazabilidad inevitable seguramente le puede añadir un disgusto al ex mandatario.

Explotó entonces un escándalo cuyo destape algunos atribuyen al gobierno —Mauricio Macri podría decir lo mismo por la nueva denuncia en su contra por parte de su propio hermano, justo cuando se había abalanzado con el dúo Karina Milei y Santiago Caputo—, el impacto se vuelve gigante para un peronismo en declive y, en particular, para quien eligió a Alberto como Presidente, Cristina de Kirchner, convertida en un diamante en bruto para nominar sucesores.

Tiene la silenciosa viuda más de una dificultad con estos acontecimientos: no podía ignorar lo que ocurría en Olivos, informada hasta de las intimidades, y ella misma insinuó anomalías en un discurso durante el mandato al pedir que Alberto mostrara el interior de su celular. No aportó precisiones. Típico en su comportamiento. Menos puede aducir desconocimiento sobre el rol de Fernandez durante el gobierno de su marido Néstor, del suyo propio y del que encabezó Alberto. Son muchos años juntos. Conoce secretarias, operaciones, empresarios, seguros, recaudación para campaña aunque, siguiendo con las milongas lunfardas del pasado, repite “Y yo que tengo que ver, si esto no lo arregla ni la NATO”.

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