Dos fallidos indigestaron a Javier Milei, contrarios a su pensamiento: un golpazo. Antes de esa penuria estomacal, sin embargo, había empezado la semana con un dato a favor, el registro de un acuerdo con Hugo Moyano, quien en silencio redujo su belicosidad —garantizando el sosiego de otras organizaciones sindicales— y alineó a su gremio con las expectativas económicas oficiales sin ningún aumento desbordante. Nadie quiere la guerra y el gobierno logró paz sindical.

También el sindicato de los porteros, tan empeñados en la batalla cultural por las reivindicaciones sociales, parece encuadrarse en un mismo y aceptable nivel paritario. No vaya a ser que alguien deshilache el connubio entre patrones y empleados. Hubo un desairado en el entuerto de los camioneros, Pablo, el adictivo a la violencia hijo de Hugo, quien vociferaba amenazas de todos los colores. Sin embargo, ahora se apaciguó, como si la familia gustara de jugar al policía bueno y al policía malo. No les va mal a ambos en ese ejercicio.

La concesión de aumentos estuvo a cargo de un simpático secretario de Trabajo (Julio Cordero) quien trata de “amigo” hasta al que no conoce. Con esa personalidad prosperó en una multinacional. Nadie sabe si la ministro a cargo del área, Sandra Pettovello, se enteró siquiera de esta negociación finalizada y compartida de Cordero con el ministro de Economía, Luis Caputo, y el jefe de Gabinete, Nicolas Posse. Un detalle menor, por supuesto.

También ignora la encargada de Capital Humano lo que ocurre en el terreno de Salud, tal vez le han encajado demasiadas responsabilidades en temas que no entiende ni piensa entender. Y eso que a ella no le falta astucia para atravesar embrollos: cada vez que se le plantan revoltosos frente a su ministerio, los iracundos capataces de los planes sociales, ella cambia de paradero y se refugia en un despacho alternativo a tres cuadras del suyo, en la Secretaría de Cultura. De Recoleta no sale.

Como los fracasos son más advertidos que los éxitos, en esta misma semana el Presidente se embarró en los dos fallidos anticipados en la columna, con su propio titubeo sobre los aumentos de aranceles —pregonados por su ministro Cúneo Libarona— en los registros automotores (más que un apéndice nefasto de la casta política) y en el de las prepagas médicas. Primero habilitó el laissez faire para las subas y, luego, forzó la obligación de suspenderlas y demandó que los empresarios retrocedieran los precios en nombre del interés de la clase media. Inesperada excusa para un libertario. Aun para la exageración de ciertos incrementos, irrazonables, diría la doctrina actual de la Corte Suprema de Justicia.

A pesar de que se invocó la preservación dineraria de la clase media, lo cierto es que además los incrementos descolocaban al gobierno en las encuestas, en esas preferencias populares que lo llevaron al poder y que desea conservar. Hasta sacrificando los principios en las escalinatas de la Casa Rosada.

Otro elemento a considerar ha sido la recomendación momentánea a los empresarios para aplicar un criterio gradualista o suspensivo de aumentos que permitirían proclamar el mes próximo el premio de un solo dígito en el alza inflacionaria. Imprescindible dato para el ministro Caputo, quien hoy ya podría tomar crédito debido al progresivo descenso del riesgo país, pero requiere de una baja mayor en el caso de que el Fondo Monetario Internacional no se conmueva ante la reducción fiscal de la Argentina y eluda conceder 15 mil millones de fondos frescos.

Tal vez se puedan incorporar estas suspensiones o retrasos de precios al combo de mantener un dólar como estaca o apenas movido por una devaluación mínima mensual (2 a 4%), para morigerar la suba inflacionaria. A pesar, claro, de que la inflación es solamente un fenómeno monetario, como explica Milei, quien finalmente debió transar con la historia de sus antecesores en el cargo, interviniendo para velar a favor de ciertos equilibrios en la vida cotidiana.

Por esa razón, las prepagas se volvieron un estigma para el gobierno, tal vez provechoso oficialmente en materia de publicidad por los excesos tarifarios y hasta por constituir una cartelización demostrada en que todas las compañías aumentan el mismo porcentaje desde hace años, el mismo día y a la misma hora. Claro, esa cartelización la impusieron los mismos gobiernos al unificar los precios de servicio: el Estado hace milagros de esa naturaleza. Como la pugna ahora se hizo política, al titular de la Cámara (Claudio Belocopitt, ubicado como más dista) ya lo sustrajeron del foro que reúne a las cámaras, se apartó: mejor no correr riesgos.

Milei sufre esta contradicción entre la libertad de precios y la lucha contra la inflación —también el Estado se vuelve restrictivo en otros rubros, como la electricidad— que se suma a los conflictos políticos internos por ambiciones personales en el Congreso o desavenencias con los gobernadores u oposición.

No es lo único. Tropieza con demoras y faltantes, como la reglamentación a una reforma laboral si esta se produce, se demoran los encuentros hasta con el Pro para acordar puntos comunes esta misma semana en el proyecto Bases y se confiesa una escasez notoria en materia de resoluciones publicadas. Al menos si uno las compara con anteriores administraciones y reconociéndose el actual gobierno como una revolución transformadora: es poco de lo que puede presumir.

Tal vez porque existe una cierta facilidad para decir y escasa capacidad para hacer lo que se dice, ya que se pueden anunciar cierres, despidos, cortes y, luego, se vuelve imposible realizarlos por razones administrativas. Cuesta eliminar al enemigo, el Estado para Milei, en especial si no se le conocen sus secretos.

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