Hasta ahora, Javier Milei voló por los aires al sistema de partidos. Un terrorista de esas organizaciones, también a los originarios representantes. A punta de insultos en muchos casos. Su propio encumbramiento determina un vacío de formaciones y candidatos, la búsqueda hasta de figuras ajenas en la escena política: aparecen un pastor millonario de tv con vínculos artísticos y sindicales, una trans de Aerolíneas Argentinas menos violenta que el provocador gremialista de los aviadores (Biró, “si quieren sangre, van a tener sangre”). Quien fuera titular de River, Rodolfo D´Onofrio, cultivaba esa silueta novedosa de outsider, solitaria pretensión que naufragó para el 2027, quizás debido a que su novia Zulemita Menem —apellido ponderado en el oficialismo— pase de vender autos a ser postulante a legisladora en La Rioja. Ya es suficiente para la familia. No se conoce un perfil en ningún partido tradicional para el 2027, aunque atenerse a esa eventualidad puede compararse a la socarrona estupidez de Pepe Albistur cuando, comiendo pochoclo, vaticino en el verano que Milei no pasaba de Semana Santa. Ahora, en todo caso, se estiraron los plazos de duración al mandato, a la crisis, justo cuando la crisis parece más alejada: el nuevo límite opositor en los mentideros pasa por el resultado de las elecciones del año próximo, a la posibilidad de que Cristina Fernández de Kirchner promueva, encabece y triunfe en una lista en la provincia de Buenos Aires.

Se ha empezado a configurar que una victoria legislativa de quien pretende reunir bajo su falda a todo el peronismo (todavía astillado), luego desestabilizaría la administración actual o, al menos, bloquearía la incursión por un nuevo ciclo de Milei. Como el desbarranque de medio término que le ocurrió a Raúl Alfonsín cuando perdió con Antonio Cafiero o al matrimonio Kirchner con la efímera interrupción de Francisco de Narváez. Por supuesto, todas especulaciones de aquellos que ven el espectáculo político por tv, no pueden pagar la entrada a la cancha ni cuentan con la autorización del Chiqui Tapia. Lejos hasta de la vidriera, fumigados para evitar el dengue. Aun así, circula esa versión como retardataria de posibles inversiones, de un ordenamiento institucional, sumada a la inquietud por algunos cierres de empresas, el terror a la apertura de importaciones asiáticas y, sobre todo, a la incapacidad presunta de las compañías para vivir sin inflación.

Tema para el resto de la sociedad: se proclamó por décadas la necesidad de una economía que le garantice estabilidad al ciudadano para planear su futuro, el de sus hijos. Y, cuando llega en apariencia esa oportunidad, se empieza a comprender lo rutinario y aburrido que puede ser la vida sin inflación, sin un boleto al paraíso o un billete premiado de Navidad que siempre brinda la inflación. Pero no son esas razones del cambio por el cual Exxon vendió áreas petroleras en Vaca Muerta a Plus Petrol, otras compañías de servicios norteamericanas del mismo rubro también se desprenden de activos, Mercedes Benz liquida su sección de autos en los próximos 4 años o bancos como el Santander o el Francés se podrían rendir a propuestas ventajosas de compra. A pesar, por ejemplo, de que la señora Botín —mayoritaria socia del Santander— en una reunión con sus principales gerentes del mundo, de las que suele realizar dos veces por año con la disertación adicional del ex jefe socialista Felipe González, sostuvo que las plazas más interesantes de la región para operar y agrandarse son Brasil y la Argentina. Raro fenómeno.

Sin embargo, no falta confianza, financiera en particular, sea en el sector privado (acciones) o en el Estado (títulos), de un crecimiento incesante este año, con escasos antecedentes. Ahora, como excusa de los que no ingresaron en el mercado, se viene a descubrir lo barato que estaba la Argentina, y se observan nuevas voces de economistas profesionales, esos que la vieron con cierta anticipación (Aracre, Juani Fernández, Di Stéfano, entre otros), en reemplazo de aquellos tradicionales que tal vez, por no verla o desconfiar, discutieron entre sí para “levantar el cepo de inmediato” (López Murphy) con Melconian asegurando que era “imposible hacerlo”, mientras Cavallo requería una devaluación y Arriazu sostenía que esa medida fulminaría al gobierno.

Las explosiones, entonces, no solo ocurren en la gestión universitaria, en la dimensión del estado, en el espectro de subsidios o en la pulverización de partidos o de líderes políticos. También fenecen las marcas que representa al sistema: de ahí la búsqueda de nuevas líneas en el peronismo y en la UCR para restaurar el espejo roto o un nuevo núcleo con figuras inubicables hasta ahora y participes de que el Gobierno Milei carece de una real sustentación para condenarlo por su extremismo oral, gestual y hasta juvenil. En ese objetivo se inscriben y reúnen a menudo Miguel Pichetto, Emilio Monzó, Horacio Rodríguez Larreta, Juan Schiaretti, Nicolás Massot, casi siempre en un petite hotel de Barrio Parque que el ex intendente porteño utiliza como oficina. Casi un secreto esa fronda. Café no falta para discutir si hoy es conveniente lanzar al ruedo esa aventura política, contraria al gobierno “para rescatar lo bueno y criticar lo malo”. Dicen que van a esperar el paso del verano para atreverse en grupo castigar a Milei, aunque varios consideran un retraso esa dilación. Difícil entendimiento de partes, a pesar de que los unen más las reservas sobre la personalidad de Milei que sus propias convicciones. Por ejemplo, en un programa de tv, Monzó dijo que no se podía pensar en líderes que tuvieran más de 60 años, una suerte de asesinato o jubilación de viejos cuando a su lado —por ejemplo— están Pichetto y Schiaretti. Ni revisan sus palabras, como si los dominara la ira. Hay gente para sumarse, flecos o hileras partidarias que no han sido invitados al gobierno, tarjeta que jamás recibirán. Y en ese rubro, todavía no se advierte una recuperación laboral, si es que los protagonistas de Barrio Parque se encuadran en esa actividad que no reconoce ni la CGT.

(Perfil)