Hasta el momento de escribir esta nota, como solía decirse antaño, la situación del gobierno de los Fernández se define como un jaque perpetuo. De acuerdo al ajedrez, un empate constante entre los dos rivales, la impotencia para doblegar el uno al otro. O la otra al uno. Tablas. Más sabio que la política, el ajedrez exige que después de cierto tiempo o movimientos, el juego finalice. Al revés del Presidente y la Vice, dispuestos a mantener sine die la batalla.
Aunque la próxima semana, juran en los mentideros, habrá novedades en el cuadro gobernante de la Argentina. Mientras, nadie echa a nadie, ni el cuzquito al titán, ni el gigante a la mosca. Jaque perpetuo con desafíos renovados, como el último de la dama advirtiendo que el poder no se alcanza por disponer del bastón y la banda, una señal inocultable y local en un discurso de otra índole. Femenina puntada con hilo a su favor, como si fuera la dueña del poder en el dúo gobernante, por influencia legislativa o la calle movilizada (junto a la izquierda trotskista del Polo Obrero que reclamaba ayer contra Alberto y no por mejora salarial de planes).
También por la metáfora golpista de un diario que puso en su tapa la fotografía de un helicóptero. Aun así, hasta ahora no le alcanza y, por encima de tantas acechanzas en un solo día, un dato adicional a contabilizar: ella sabe más que el resto de tener la banda y el bastón, pero no el poder. Padeció ese drama durante su primer mandato, cuando quien ordenaba y mandaba era su esposo Néstor —quien le había prestado los dos atributos—, en la totalidad de las áreas, sin chistar la dama, menos el bolsillo del caballero. Por ejemplo, ella fue apenas una mediadora en Economía, una correveidile entre Lousteau y su marido, y ni siquiera pudo despedir a Julio De Vido como era su deseo en el inicio de la gestión. Le costó algo más que un disgusto, si lo sabrá Alberto, otro padeciente de la ira nestoriana. Una era en la que también fatigaba con un humor particular sobre las parejas de sus ministros, léase Alberto o el mismo De Vido. Un terrible.
Quizás ahora Cristina extrañe que Alberto no proceda con la misma obediencia de ella en el pasado. Pero, lo cierto es que nadie echa a nadie. Hasta ahora. Cristina no puede con Alberto, y un Alberto maquiavélico y menos intenso, no puede con ella. Tampoco Cristina logra exonerar a Guzmán y el mandatario lo cobija a su ministro. A sangre y fuego, dice, mientras lo hace amenazar de palabra: “El que no esté alineado, que se vaya”. A su vez, Guzmán tampoco echó a Basualdo y menos a Feletti, dos subalternos que se le ríen en la cara. Se podrían dar otros ejemplos de rebeldía con funcionarios menores, una lista interminable de los que ella dice que “no funcionan” y de otros que no se sabe si funcionan.
Hasta el mismo Máximo, quien habla como si fuera el Supremo, alcanzó a derribar a Berni, luego de confesar en público que le producía vergüenza escuchar al encargado de seguridad bonaerense. Algo retardatario en su réplica el hijo de la viuda de Kirchner: pasaron varios meses desde que Berni lo increpó, lo trató de pelotudo y le levantó la mano porque le habían prohibido presentar una lista electoral. Lo paradójico del caso es que Máximo presume de tener el poder pero no el bastón y la banda y, sin embargo, es incapaz de desplazar a un Berni que no se reconoce en Alberto, tampoco en Cristina y desprecia a La Cámpora. Apenas si cosecha la reserva de Kicillof, un vacilante que un día está con el acuerdo del FMI y al otro día se pone en contra. Cambia de color como los muñequitos de los relojes de pared suizo. Según el clima. Ni hablar del patético rol de Larroque y De Pedro, ahora desquiciados contra el Fondo Monetario Internacional pero antes alabando el arreglo con los fondos buitres.
Del lado cristinista suponen que Alberto volteará a Guzmán esta misma semana, justo al ministro que él hizo hablar como a Esopo y provocar a Cristina en las últimas horas. Como requirió también a otro colaborador para la guerra hablante: Aníbal Fernández. Pide que lo defiendan y asegura que no se tomará licencia por el nacimiento de su hijo. Menos para que ella gobierne.
Por lo tanto, se desvanece la versión de la renuncia de Guzmán, quien anticipó una medida a dos bandas para duplicar la apuesta presidencial: prometió un proyecto sobre las rentas extraordinarias que hasta ahora no se le había ocurrido a la Vice. Una imposición dineraria superior a las pavadas de Máximo y La Cámpora sobre algunas fortunas. Una forma de cristinismo sin Cristina, a menos que ella se acople porque aparece corrida desde el lado izquierdo, no desde la derecha. Para algunos, esa osadía impositiva exige unidad dentro del oficialismo y la reversión de la campaña de Cristina: podría ser un compromiso de tregua entre las partes. Forzada además: nadie piensa que un proyecto de esas características pasara sin confrontar con diversos sectores de la economía, del campo a la minería, contra sectores a los cuales ella manifiesta una considerable aversión.
Guzmán debe considerar que su iniciativa puede resultar una salida de emergencia frente al intríngulis económico y político justo cuando llega el momento de aumentar las tarifas y la Vice se opone al ajuste comprometido con el FMI. Para la doctora, es causal de ruptura total ese compromiso. En cambio, el mandatario asegura que cumplirá con lo firmado. Ni el cordial enlace de Massa parece servir para las partes: el hombre de Tigre abandonó la escena, se fue a la tibia Dominicana con excusas varias, quizás a recuperarse en tierras caribeñas. Para él no sería grato unificarse en la rabia contra el FMI que expresa Cristina, finalmente operó para que se consagrara el acuerdo.
Como se dice siempre, habría definiciones entre lunes o martes próximo, para abandonar el jaque perpetuo en el que están anudados los Fernández. Nadie con certeza adivina el inmediato porvenir, al revés de la especialidad de Capablanca, Fisher, Alekhine, Botvinnik o Kasparov, quienes anticipaban las jugadas venideras, 5 o 6 movimientos antes. Al revés de Alberto Fernández y Cristina de Kirchner. Solo los comunica un hilo común con los estudiosos del juego: el apremiante reloj que siempre avisa lo mismo: resta poco tiempo.
Fuente: Perfil