El diccionario médico bautizó el fenómeno como “amnesia anterógrada”. Descripción sobre la incapacidad para recordar episodios recientes —la lectura de un libro o la participación en un evento, como ejemplos— mientras la memoria se mantiene incólume ante hechos del pasado, a los que retrata con precisión fotográfica. La frase común: “Me olvido de lo qué pasó ayer y me acuerdo en detalle de lo que ocurrió hace 20 años”. Obvio: se trata de una definición periodística, de neófito, a lagunas que suelen aparecer a cierta edad y que, también, hoy dominan las campañas políticas. Se privilegia el pasado sobre el presente como operativos de propaganda.
Por ejemplo, colman de citas aquello que decía Sergio Massa hace años contra la maléfica Cristina y su recua de La Cámpora. O se desempolvan expresiones de violencia nostálgica que sostenía Patricia Bullrich cuando era una párvula en las formaciones especiales. Ella ahora es una pequeña burguesa y Massa un visitante cariñoso de la Vicepresidente en el Senado.
Con Javier Milei también rige ese criterio de “amnesia anterógrada”, le traen a la pantalla un pensamiento de otra década sobre la dolarización, le endilgan cierta misoginia o le fabrican artificialmente un pensamiento antisemita. Justo cuando propone más mujeres que otros candidatos para un eventual gabinete o se ejercita en estudiar la religión y Rea con empeño de pastor ortodoxo.
Seduciendo al capital
Este tipo de amnesia se multiplicará en lo que resta del proceso electoral, ya que de la actualidad los candidatos hablarán en puntas de pie evitando las baldosas flojas. Patricia cree que los comicios pasados, que implicó su triunfo interno, fueron un testeo amateur, en los que se jugaba fama y no plata. También supone que una óptima performance en distritos pendientes —Chaco, Santa Fe y Mendoza— le otorgarán el envión necesario para entrar al ballotage. Necesita cambiar de piel y empezar de nuevo.
Su batalla no es contra Massa, sí contra Milei: se lo debe haber dicho a Mauricio Macri, quien le tomó examen en su casa de San Isidro a las 8 de la mañana del miércoles, antes de volver a partir de viaje para jugar en canchas de golf europeas con ex compañeros de colegio. Ambos juran que están del mismo lado en esta etapa electoral y, seguramente, habrá que reconocerlo: el ex Presidente todavía dispone de un alud de ex funcionarios que debe colocar en una administración futura de la dama. Y la conveniencia supera siempre a cualquier otro tipo de discusión.
Sin embargo, las incorporaciones al equipo de la Bullrich ya revelaron complejidades: Horacio Rodríguez Larreta debió negociar la suerte de muchos colaboradores, al margen del ascenso de un abogado querido en las listas de aspirantes legislativos. El apoyo sin fronteras obedece a ese traslado burocrático. No fue gratis, nada es gratis.
Otro que “no ha puesto condiciones al sumarse”, según Patricia y sin que nadie le preguntara, es Carlos Melconian al frente del “mejor equipo económico del país” cuando 48 horas antes ella sostenía que los mejores eran los de su propio team (el de Luciano Laspina) junto al de Rodríguez Larreta (Hernán Lacunza y Alfonso Prat Gay). Cierto déjà vu kirchnerista se observa en la decisión sobre Melconian: es como Cristina optando por Alberto Fernández en su momento presidencial, requiriendo de alguien que le podía sumar puntos.
Macri le habrá advertido lo difícil que es convivir con el economista amigo, al que un día desplazó de su cercanía por rigurosas exigencias en torno a la salida del cepo. “No quiere ser ministro de Economía, quiere ser Presidente”, debe haber dicho, mientras ella respondió: “Yo, de eso, me encargo”. Aludiendo, claro, a un temple varonil que la caracteriza a la hora de los conflictos. Suposiciones, claro, sobre la llegada de Melconian al entorno de la dama, lo que le resta centralidad a su candidatura con la presunción de que, a cambio, le agrega volumen y la distrae de su incompetencia económica. Tampoco el economista querrá parecer un salvador cuando ni Domingo Cavallo, en su mejor momento, se podía colgar esa cocarda: ese acto de proclamada sumisión se advirtió en la presentación conjunta, el jueves en Córdoba, en la Fundación Mediterránea.
Siguiendo en el mundo de la ficción de la casa de Macri, se supone que hubo diálogo mañanero sobre los radicales. Para el ingeniero hay que recordar que Rodríguez Larreta saco 11 por ciento de votos con la UCR adentro, una bajísima actuación. Penosa, más que preocupante: hacen acordar los tiempos en que Leopoldo Moreau se postuló a la Presidencia. Dan poco y demandan mucho, calcula Macri, considerando los cargos para los que se anota la UCR y, en particular, por la renuencia partidaria a encolumnarse con Jorge Macri en la Capital Federal. Como si no tuvieran suficientes integrantes en el gobierno porteño. O porque imaginan que no tendrán tantos. Menos crítica, Patricia dice que ella es la más radical del PRO, ahora le encanta Gerardo Morales y admite como agradable sorpresa haber conocido a Maxi Abad, el operador bonaerense: no está en fuerza para permitirse fugas.
Por supuesto, el punto relevante de la charla fue Milei: Macri no desea que ahora se lo confunda en su proximidad, quiere ser fiel a Patricia como lo es con Juliana. Aunque tampoco pierde de vista otro dato: dos tercios de la Argentina han votado contra el oficialismo cristinista, si uno de ellos alcanza la Casa Rosada seguramente requerirá del otro. Pero ahora es difícil conciliar intereses, se reserva en todo caso para otra oportunidad posterior.
A Massa no lo desechan, pero consideran temerario que pueda superar el disgusto por la suba de la inflación y un posible desabastecimiento, está condenado. Milei, a su vez, se ha tomado con calma el desafío de que carece de estructura en el país y de que será incapaz de gobernar sin el Congreso (como si alguna vez el Congreso haya sido un impedimento para gobernar: la ley Mucci, en todo caso, fue un error táctico del alfonsinismo). Parafraseando a otro político, Milei dice: “Ojalá esos sean los impedimentos, querrá decir que hemos ganado”.
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