Como Penélope, Cristina pasa el tiempo en su telar: teje y desteje el sudario a la espera de un candidato. O candidata. A unos cien días de las internas, duda; todavía no definió quién la representará como número uno en la lista de diputados en la provincia de Buenos Aires, su santuario político para conservar la estirpe K. Necesita sumar y no restar, de ahí que parece descartable el sueño de La Cámpora para proveer un aspirante neutro o de cierta estatura –al menos– que atraiga la sensibilidad bonaerense. La propia viuda lo reconoce: no podemos abusar, se lamenta.
El sello es un estigma. Curioso: tantos años para inflar la secta de su hijo y, cuando llega el momento, la muchachada ya cuarentona apenas si ofrece personal para ocupar cargos, no para ser elegidos por el voto. En rigor, un sino semejante al de otras promesas partidarias que también se quedaron en promesas. Como la Junta Coordinadora del radicalismo con Raúl Alfonsín o la renovación peronista de Antonio Cafiero: nunca sus soldados rescataron un líder propio, de magnitud, han sido apenas custodios y servidores del prestigio de un jefe: unos se enterraron con menos del 14% del electorado en 2003 y los otros fueron devorados de un bocado por Carlos Menem.
El búnker del Senado
Cristina tampoco ha podido siquiera imponer a su hijo al frente del PJ provincial, lo bloqueó hasta diciembre un envalentonado intendente de Esteban Echeverría, Fernando Grey, categoría liviano. De no creer: tanta exuberancia en aparato y militancia frustrada por un cuzquito. Claro que el cristinismo no tolera el fracaso y el hoy ministro Jorge Ferraresi (Hábitat), ex jefe municipal de Avellaneda y devoto de la dama, procede como si fuera su antecesor en la conducción del distrito, aquel mítico conservador Alberto Barceló. Les ha querido pasar factura a sus ex compañeros intendentes, en un itinerante reproche, por no haber expatriado a Grey. Pero Ferraresi carece del músculo de aquel caudillo del siglo pasado, un hombre que se anticipó al peronismo con la creación de ollas populares. Ni siquiera dispone de la asistencia hormonal del guardaespaldas Ruggerito, el recordado guapo del 900. Por supuesto, al enviado del Patria le fue mal con los mandados, chocó con sus viejos colegas –incluyendo al receptivo Martín Insaurralde– y en el aire quedaron amenazas por la humillación a Máximo y la sospecha de que Eduardo Duhalde operó en la Cámara Electoral para que el niño no pudiera asumir cuando se le antojaba a la madre. “No nos dijeron nada, hubieran avisado, todo lo quieren hacer solos. Ni a Grey lo notificaron”, fue la excusa general.
La soberbia se paga. Debido a que ningún meteorólogo descifra el clima, Cristina parece que apartó sus deseos con preferidas de La Cámpora, Luana Volnovich (PAMI) o Fernanda Raverta (Anses), para pilotear la lista a Diputados. No son tiempos para ensayos. Tampoco encuentra hombres notables en la secta de su hijo para fabricar un postulante. Imaginativa, indaga en otros terrenos de su cercanía, pero ya manifestó resistencia Sergio Berni, como si tuviera náuseas para ser delegado de Alberto Fernández. Habrá que someterlo a la tortura del potro si lo quieren convencer, aunque en los últimos días halagó al gobernador Kicillof: será médico y militar, pero no estúpido. Además, no se despliegan carteles con su rostro para proponerse como gobernador en 2023, cargo que ella contabiliza para su hijo si las estrellas no lo favorecen para presidente. Más de un turiferario escuchó que, a pesar de no invitarlo siquiera a su casa, la dama también pensó en Daniel Scioli, cuya historia provincial reportaría algún voto ajeno al oficialismo y la falsa sensación de que no responde al fanatismo K. Hasta el mandatario Fernández atendió el dato de los alcahuetes y, de inmediato, dijo en público, que “Daniel es mi hermano” con vocación de periodista anticipatorio. Rara y conveniente fraternidad, como si hubieran sido alimentados por la misma leche maternal, cuando uno recuerda las zancadillas conspirativas que Néstor y Alberto le prodigaron a Scioli cuando era vicepresidente. Desde Brasil, el embajador se muestra terminante, reniega de la posibilidad, jura que su meta es la negada Casa Rosada en 2023. Cree que es Marcelo T. De Alvear en París antes de ser presidente.
Adiós a la reelección
No hay, hasta que suene el teléfono, claro, y una voz femenina le diga lo contrario. También, por afuera de La Cámpora, se instala otra mujer: Victoria Tolosa Paz, diputada y esposa de Pepe Albistur, asociado al jefe de Estado en amistad y emprendimientos. Seguro que a la mujer no le va a faltar publicidad.
Mientras, Cristina vuelve al telar, busca el milagro de un nombre y ordena disipar conflictos internos, hasta se fotografía con Alberto si es necesario, lo alineó al ministro Guzmán luego de haberlo bombardeado con Basualdo, la proclama del Patria y las negociaciones externas, le otorga más espacio a Kicillof –también a su promisorio segundo, Augusto Costa– y se alista para las turbulencias de estos meses: se ha convencido de que otro rol obligado deberá ejercer según el resultado electoral, no va a permitir que un virus o una economía maltrecha se la lleven por delante. Tapa rajaduras luego de haberlas provocado, inscribe cambios en el pizarrón y tiemblan “los funcionarios que no funcionan”. Ni La Cámpora aporta lo que ella requiere.
Fuente: Perfil