Sergio Massa quiere. También quiere Cristina Fernández de Kirchner. Por supuesto, otro que quiere es Máximo Kirchner. Tanta coincidencia podría implicar un cambio en la cúpula del Gobierno, tal vez para después de las elecciones de noviembre, sin importar el resultado. O imaginando ya cuál puede ser el resultado. Lo que no se sabe aún es si quiere Alberto Fernández.
Parece una cuestión menor el permiso o la adhesión del Presidente ante quienes lo eligieron antes que el electorado, pero en las últimas semanas el habitual sumiso a socios y mandantes exhibió una rebeldía infrecuente en su historia: se le plantó a su vice en Tucumán, abrazado con quien ella desprecia e impugna (el gobernador Manzur) y, desde allí, le replicó al hijo de la dama –por el tema de los laboratorios– con un lenguaje que no usa ni contra Mauricio Macri. Inclusive, por segunda vez, dijo “si me tengo que ir, me voy”. Igual que un no tan lejano lunes, fatídico, en que habló de ese eventual retiro en Olivos luego de discutir con su segunda y que ella, furiosa, lo cargara de reproches, críticas y agravios.
Ese registro de tensiones no fue superado e, inclusive, se renovó hace 48 horas, cuando Fernández decidió concurrir al acto de entrega de un bono extraordinario de 5 mil pesos para los jubilados en Lomas de Zamora. Hasta ese momento, Cristina y Máximo eran las figuras estelares en ese acto reparatorio. Pero madre e hijo no consideraron apropiada la nueva presencia, se le atribuye a Máximo la imposición de un veto bajo los términos “mejor que no venga”. Desde la Rosada respondió Alberto: “Yo voy, soy el Presidente, el que firmó”. Por lo tanto, si factura, también intenta cobrar. Disgusto en el dúo Kirchner, ambos se sintieron disminuidos y se bajaron de esa función proselitista en territorio bonaerense, al que suponen de su pertenencia. No todo huele bien en Dinamarca.
Ya se vuelven poco comprensibles estas escaramuzas en la alcazaba oficialista, ciertas o inventadas por los mismos cabecillas, en las que no solo se pelean entre sí pegando debajo de la cintura o acusándose, como Alberto y Máximo en el bajo fondo, sobre quién está más al servicio de los voraces laboratorios, del imperialismo yanqui, de la Norteamérica insaciable. Justo los del Patria denunciándose como antipatrias, jugosa contradicción. Se suponía que ese rol degradante de la política le correspondía a la oposición. Nuevas sorpresas que, tal vez, pueda calafatear un convenio superior, una lavada de cara en el Gabinete. Para ese fin, hay un acercamiento de voluntades, una coincidencia entre el titular de la Cámara de Diputados, Cristina y Máximo. Con el Presidente hay que insistir, todavía no se sabe.
A Massa, ahora entre el mutismo selectivo y la catatonia, le interesa saltar de Diputados al Gobierno: no a la Jefatura de Gabinete que alguna vez condujo (y que se reduce a firmar lo que diga el jefe del Estado, ser su portavoz), sino a un protagonismo diferente, un megaministerio formado por conspicuos profesionales, sea de la Economía o de otras áreas. Abrir, incorporar y mandar. En suma, globalizar carteras tipo Producción (Kulfas es un plazo fijo a la partida) u Obras Públicas en un único mando. Esa llegada implica, claro, otro aterrizaje al equipo de más de veinte ministros: La Cámpora empuja la ubicación de cuatro de sus miembros. De ahí, parte del respaldo del dúo Kirchner. Para Massa, el traslado le permitiría exhibir –para bien o no– un nuevo perfil de gestión que lo descongele de los niveles no exactamente beneficiosos que hoy le conceden las encuestas. Si aspira a competir en el 2023 debe desalojar el freezer del Congreso, no le sirve como catapulta. Y dejarle ese espacio a otro que le guste el micrófono para otorgar o negar la palabra de los diputados.
Cristina y Máximo comparten la idea del movimiento de piezas en el Gobierno para agilizar ministerios sin carácter. Desde hace meses ella públicamente se ha expresado sobre “los funcionarios que no funcionan”. Apremia a Fernández con esas urgencias. A su vez, el vástago se manifiesta tan reconocido con Massa que facilita el aterrizaje en la Administración (inclusive, esa devoción mutua altera a Cristina, quien no logra volver amoroso a su anunciado delfín: al gobernador Axel Kicillof no lo soporta ningún intendente, por ejemplo). Para muchos, entonces, el planeo de Massa se posará inevitablemente en la Rosada, tal vez con la venia de Alberto para aceptar en el Ejecutivo a alguien que no califica como subalterno, aunque con plasticidad suficiente para que lo parezca. Una rareza en el mustio Gabinete. Si bien todos hablan de modificaciones luego de los comicios, nadie sabe si las emergencias podrían cambiar esos pronósticos.
Ya se sabe desde ayer que Martín Insaurralde, por más que se realicen actos en sus dominios de Lomas de Zamora no presidirá la lista de diputados, ni siquiera con la perspectiva de ocupar el vacío que dejará Ma-ssa. Se niega, tanto él como la esposa. Resta despejar otra incógnita del mismo Fernández: aceptar o no que Santiago Cafiero deje el cargo en el Gabinete y vaya a encabezar la candidatura a legislador de la Provincia por el peso del apellido de su abuelo en ese territorio. Aunque se trata de una notificación en la memoria más que un recuerdo por una admirada gestión, baste atender los números del rechazo del mismo peronismo cuando compitió con Carlos Menem. Si partiera y ganase, Alberto podría atribuirse una victoria sobre el cristinismo. Igual, piensa, nadie habrá de creerle. Hoy pujan por Katopodis y Wado de Pedro para ese lugar, quizás algún intendente. Pero el mandatario atornilla a su Sancho Panza como si fuera él mismo quien necesita atornillarse y permanece inmutable ante la posible llegada de Massa, quien en otro momento parecía más socio de él que de Cristina.
Mucho nombre, mucho cargo en discusión, pero quedan pequeños detalles a esclarecer. Por ejemplo, el rumbo económico, la conveniencia o no de alcanzar un acuerdo con el FMI, el desacople interno frente a la cubanización o no de la política exterior o la estúpida ignorancia de no saber, ni siquiera el Banco Central, la cantidad de dólares que todavía debe pagar la Argentina para tener energía. Casi no alcanza con el sobrante de los precios internacionales de la soja. De eso, al menos, no parecen hablar el dúo Kirchner, Alberto y no se sabe Sergio. Aunque todos dicen que siempre dispone de un argumento para esos temas. Parece que tendrá la oportunidad de darle vida a sus papeles. Si Alberto quiere, como quiere Cristina y Máximo.
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