Aterrizaron juntos como escuderos de Alberto Fernández, lejos del radio de la viuda de Kirchner. Un triunfo interno del mandatario: escrituró como propios a los dos nuevos funcionarios cuando el vulgo lo considera un mequetrefe de Cristina, sin autoridad siquiera para llamar al cafetero.
Pero el debut de ambos ha sido poco propicio: a Daniel Scioli en Producción le toca enfriar la economía (al levantar murallas a las importaciones cuando soñaba con la hiperactividad para vender esperanza y trabajo) y Agustín Rossi debió declarar sin inteligencia desde un organismo que se especializa en ese rubro sobre el aterrizaje de un avión marginal. Mal comienzo.
En especial para el último embajador en Brasil, quien asumió con la expectativa de convertirse en el heredero presidencial del oficialismo, en ser la fusión de un peronismo tradicional y una juventud camporista sin candidato digerible. Un Scioli casi natural u obligado. Así se veía desde Brasilia, ajeno a las escaramuzas, cuadrándose con “lealtad” a su hermano de la Casa Rosada, enamorándose de Martín Guzmán y tratando de acercarse a una esquiva Cristina. Hizo esfuerzos y, a pesar de que no le atendía el teléfono, consiguió ver a la Vice en el Senado. “Siempre fui tuyo” es una frase común en la política. También aceptar el juramento.
Pensaba seguir en ese rumbo hasta la competencia del 2023. Sin embargo, lo llamó Alberto para enterrarse en el barro gubernamental y le cambió el destino: dejó de escuchar el parlante de su voz, prefirió la tentación omnipotente de su espejo creyendo que el “pichichi” todo lo puede.
Parecía que su mayor problema era encontrarle colegio a su hija, pero antes de asumir ya tropezó con Sergio Massa, quien se disgustó con su ascenso por viejas desgracias. Consiguió Alberto aliviar el fastidio con la promesa de ajustar las cuentas en el último vuelo compartido a los Estados Unidos. Hasta ahora, como se dice en el barrio, parece que lo arregló con el viaje. Aunque persiste el enojo por la ingratitud. Y del preembarque “te voy a dejar solo” se pasó hoy a la eventual renuncia al frente de la Cámara de Diputados, como si Massa quisiera bajarse del tren Alberto-Guzmán-Scioli. Debe plantearse el nulo rédito de seguir esa estela si, como él cree, finalmente fracasa. Los datos actuales de la economía le conceden razón.
Para no ser motivo de discordia, Scioli ofreció ubicaciones en su nueva área. Y Alberto, como siempre, dilata en pronunciarse sobre otros agregados. Quiere saber hasta dónde llega la crecida: si bien descubrió que su fortaleza reside en que nadie lo puede echar, se detienen ante el abismo, tampoco se permite ir al Colón en short y ojotas. Por primera vez encabeza reuniones de gabinete para testear opiniones y demostrar que manda por encima del rumoreo. Mientras, Massa —en presunto connubio con Cristina— aspira a mucho más que a cargos menores y también promueve figuras (Martín Redrado, es un caso) como alternativas para un segundo semestre en el que el gobierno no puede pagar los sueldos, según muchos imaginan.
Por encontrar una metáfora a la crisis. Se considera entonces que julio puede ser el mes de la transición para las iniciativas del titular de la Cámara de Diputados. Seguro será para Redrado: en esa fecha se casa. Por otra parte, el economista jura que nadie lo consultó ni para un informe técnico. Aun así, están afectadas las cabezas de Pesce, apoyado por todo el sistema bancario, y un Guzmán que le habla a los empresarios como si fuera profesor de colegio secundario y sus alumnos necesitados de sus consejos.
Juró Scioli ya salpicado por las intrigas, se le torna pastosa la gestión. Y, lo peor, el futuro como postulante. Como a Rossi en la AFI, aunque en este caso él mismo se impuso bajar al quinto subsuelo con la ridícula declaración de que el aterrizaje del avión de venezolanos e iraníes era una experiencia de manejo aeronáutico. Demasiado infantil para alguien que fue ministro de Defensa: otro que se cree galán cuando se mira al espejo. Habla si hubiera surgido del agua bautismal cuando ya le llueven las flechas por si aparece acompañado por su primo, con quien en ciertas esferas son conocidos como los “siameses”.
Esa flamante desinteligencia que reveló desde el nuevo cargo indica que en la Administración solo funcionan, en ocasiones, idóneos subalternos como aquella muchacha que un día en Ezeiza decidió inspeccionar un avión de Enarsa que traía a Antonini Wilson y 800 mil dólares de contrabando, de obvio soborno o mordida en la primera etapa del gobierno de Cristina Kirchner con Alberto Fernández de jefe de Gabinete. Una empleada de Aduana, no de Inteligencia, que advirtió sobre la llegada sospechosa de ese contingente y, en paralelo, del entonces Presidente Hugo Chávez, quien fue a la Casa Rosada junto a Antonini Wilson para un gran recibimiento que le brindó el matrimonio de Santa Cruz. Fue el día en que ella habló reconociendo la formidable tarea de su hijo putativo, José López, junto al gobierno de Venezuela. Todavía no había estallado el escándalo, Antonini no se había escapado al Uruguay y tampoco se habían perdido las grabaciones de la TV Pública que registró aquella jornada histórica. Una lástima el extravío oficial de ese registro, del video, ya que borrarlos como hizo el gobierno, no impedirá recordar ese episodio.
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