Un viejo amigo sostiene: “Son dos los temas dominantes en política: 1) la plata y; 2) el dinero”. Descripción mordaz que se aplica al último desenlace legislativo, un proyecto de ley creado, modificado y, en apariencia, enterrado por el mismo gobierno en el que casi 60 días de verano agotaron la gola de los diputados que se fue como un desperdicio. Más de 600 artículos austeros se redujeron a 300 menos austeros para pasar de un falso estado de bienestar o de malgastar a otro de mayor realismo económico que se aprobó en general y, luego, se destruyó a sí mismo como la cinta de Misión Imposible. Por discrepancias en un inciso, disparate mayúsculo.

Ha sido una pérdida monumental de tiempo o el principio de una nueva etapa: nada será igual en política, cualquiera sea el destino del frustrado proyecto. El debate y las reformas sepultadas han abierto una nueva era de discusión fangosa: la falta de acuerdo en la Cámara no fue por razones partidarias o ideológicas, se trató simplemente de plata. O de dinero. Como en cualquier sucesión, diría un viejo amigo.

Aunque Javier Milei jura que bajar el proyecto ha sido una planeada estrategia, la observación común sostiene que es la consecuencia de un fracaso. Hay pruebas de improvisación oficialista: aceptar en el recinto la derrota continua de ciertos artículos apenas iniciado el debate y, hubo, un error más notable: jamás se envía a consideración una iniciativa sin conocerse previamente el resultado. Nadie impulsa una idea que no se sabe si será aprobada, debe ser una experiencia única y torpe del oficialismo lo que ocurrió en el recinto.

También se advirtió que algunos ni siquiera chatean con el Presidente, caso del ministro del Interior Guillermo Francos, voluntarioso pero sin información (ni siquiera conocía el reglamento y, además, hasta desconocía un comunicado de su propio gobierno) o la confirmación de que el mandatario recibió las noticias indeseables por vías inesperadas: una diputada despertó a Karina en Israel para advertirle del rechazo opositor y, a su hermano le advirtió su contact man en Diputados, Nicolás Caputo, hombre que se ha granjeado repulsa en los legisladores como negociador.

El punto determinante de la crisis fue un inciso relativo a los fondos fiduciarios y sus picardías implícitas, plata, que algunos gobernadores pretendieron proteger. Cercanos, como el caso de Rogelio Frigerio vía el diputado Nicolás Massot. También otras provincias reclamaban la conservación de privilegios, Córdoba la más notoria, cuyo mandante Martín Llaryora impugnaba a su vez la intervención en ciertas cajas. Intervención es dinero, claro.

Como se sabe, la mayoría de los asistentes proclamaban lo mejor para Milei y su administración, expresaban disposición con el proyecto de ley, aunque demandaban más dialogo, acuerdos y consenso. O sea, dinero, bajo la consigna: la moneda propia no se toca. Comprensible, diría mi viejo amigo. El resto del rechazo se cubría con apariencias, la falta de federalismo por no otorgar el 30% del Impuesto País a las provincias (más plata) o el horror de las facultades delegadas como experiencia rosista que planteó Elisa Carrió junto a la inquietud por la pérdida salarial de los jubilados que, en marzo, será dada vuelta como una media y en forma unánime en el Congreso. Debe pensar que para esa fecha el actual mandatario no estará gobernando.

Si bien Milei alberga muchas lecturas, se advierte que no pasó por el capítulo menor de “Cómo ganar amigos” (Dale Carnegie) en que el autor aconseja “cambiar a los demás sin ofenderlos ni provocar resentimientos”.

Furioso, después de haber visto la escena final en que la oposición se ovaciona a sí misma por el hundimiento del proyecto de ley — tipo aquel inolvidable momento en que se desistió de pagar la deuda externa (gobierno de Rodríguez Saá)—, la emprendió con diputados y partidos, imputó con nombres y apellidos a los adversarios menos recalcitrantes y hasta amistosos y los acomodó del lado de los “ladrones, traidores, embusteros”. Le faltó decir: pedigüeños.

No se priva de la lengua e imagina que en los próximos 4 años no los volverá a encontrar por la calle, ni los necesitará para ciertas leyes (ahora, como distracción y anhelo ya confesado, envió un proyecto en contra del aborto).

Para mí, razona, esta cerrada oposición contra la llamada ley ómnibus ha sido una maligna ocurrencia imaginada por la “casta”, aunque él se prestó a las negociaciones. No lo reconoce. Sostuvo como promesa, es cierto, que no modificaría ni un artículo. Ni que corregiría alguno si era aprobado, lo cual desorbitó a varios gobernadores que empiezan a pensar en una moneda propia si tienen dificultades para pagar los sueldos.

Ahora, entiende, engordado por sus visitas internacionales, el fervor de ciertos empresarios y dirigentes del mundo, en una consigna: “No pienso retroceder”. Más con el respaldo de las religiones (no la musulmana, en principio) o el halago de la premier italiana Giorgia Meloni, quien hasta parece verlo sexy como Wanda Nara.

Deberá cumplir su parte con la inflación en los próximos dos meses, la baja del déficit, al tiempo de luchar contra la expansión de la brecha cambiaria. Si le sale, dirá que cumplió, al tiempo que habrá de retacear fondos a quienes no lo colaboraron e insistirá en denunciarlos. Yo cumplo, la “rosca” no, habrá de repetir. Un proceso más lento del que deseaba mientras lanza reformas congeladas (laboral) contra los sindicalistas de panzas cerveceras.

Aunque se servía del plebiscito como amenaza, es una pieza perdida de su mecano: su desafío es hoy más institucional que partidario. Tal vez perdió el otro tren. Y si en Córdoba, por señalar un ejemplo, lo votó una mayoría, el riesgo de que le bajara el sueldo a los mediterráneos quizás enflaquezca sus apoyos anteriores. Una jugada discutible, en la que poco gana y mucho puede perder. Es jugar con fuego cuando Mauricio Macri le cuesta entenderlo y dice que lo ayudará acercándole posibles ministros mientras no alcanza a salvar el conflicto que mantiene con Patricia Bullrich, ahora con una reserva perimetral.

Tan confuso como una Cristina Fernández de Kirchner que no cede un tranco y hasta recupera su relación con Sergio Massa. El ex candidato va del brazo con Máximo, el hijo al cual ella había relegado políticamente. Debe pensar que le queda un resto importante en la conducción, al extremo de que logró la adhesión de los radicales para enfrentar en el recinto la iniciativa de Milei. Juntos somos más, debe suponer, en contra de los deliberados aislamientos del Presidente, quien trató de “putitas” del peronismo a los radicales que votaron en su contra. Difícil entender el método de seducción presidencial para recuperar amores y simpatías, ya que si no hay plata ninguna pupila se queda con el chulo.

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