Para desprender peso en su caída, ahora el incendiario bólido oficialista discute —otra vez— la conveniencia o no de adelantar las primarias en la provincia de Buenos Aires. Por decreto en lugar de una ley. Discutible decisión jurídica en una semana clave, con una posible consecuencia más gravosa: admiten los Fernández la derrota en la elección presidencial antes de que esta ocurra. Prefieren no arriesgar el dominio político sobre el feudo bonaerense, el más determinante del país y en el que han colocado a simpatizantes y fanáticos, en lugar de competir por la Casa Rosada. Se retiran, se apartan.
Copian a la mayoría de los gobernadores partidarios que se sirven del mismo método: todos adelantan porque nadie es tan osado para perder los cargos, las reelecciones, en una incierta apuesta general. Le atribuyen esta reiterada iniciativa a intendentes y personal de La Cámpora, incluyendo a Kicillof, que encierra una contradicción en si misma: ¿para qué organizar actos a favor de la candidatura de Cristina de Kirchner si antes le restan a la provincia de Buenos Aires la obligación de respaldarla? Se confirmaría, si ocurre la deserción, que la actual Vice cumple la promesa de no presentarse. Al menos, en el orden general.
Alienta este propósito estratégico el derrumbe económico del gobierno y singularidades de la vida política. Abunda material sobre la catástrofe de los medios de vida y relativa información, por ejemplo, del meteórico ascenso de Javier Milei en las encuestas, fenómeno que ha generado terror en determinados sectores, en particular en el círculo rojo. Más que la misma Cámpora en sus tiempos revolucionarios.
Curioso: Milei repite el mismo mensaje libertario desde hace varios años y solo ahora parece que han descubierto el peligro de sus palabras. Antes era simpático, atraía su excentricidad, ahora las encuestas le han revelado un contagioso pavor: se advirtió en el último encuentro de empresarios en Bariloche como si fueran Nobeles cuando se trata de un simple negocio, al que lo llevaron a exponer y, de paso, rociarlo de nafta para que se prenda fuego.
Un proceso de liquidación personal en el que objetan sus medicinas o su propensión a transpirar más de la cuenta —dicen que en su oficina, antes, disponía de dos acondicionadores de aire para evitarse el sudor— y que se viralizó con las amenazas de un economista colega en busca de figuración, Álvarez Agis, quien invitó a retirar los ahorros en los bancos si prospera la postulación de Milei. Raro, Álvarez Agis fue el segundo de Kicillof, ambos estatistas y abanderados en su momento contra fondos y entidades financieras. Quizás ahora haya aprendido o mejoró su pensamiento por el aporte de los clientes.
Por si fuera poco, o más de lo mismo, comenzó un reguero de desconfianza atribuida al gobierno demócrata de Biden contra Milei, sin que le reprochen intervencionismo o desvíos marxistas: lo repudian —dicen— porque se identifica con Donald Trump. Y eso es herejía en estos tiempos. También persistió el economista argentino en reprochar los generosos subsidios en Tierra del Fuego repartidos entre beneficiarios del Pro y del peronismo sciolista o albertista. Sin que fuera una réplica, Horacio Rodríguez Larreta —un presunto continuador de una tenue línea liberal— sostuvo que no había nada que prescribir en esa materia mientras diera ocupación. A la industria nacional, ahora se agrega el trabajo nacional.
Impresiona el avance electoral de un hombre que solo trata de impartir clases de economía, controversiales por otra parte, que en apariencia logra que se invierta un proceso ancestral: ahora no son los padres o abuelos quienes instruyen a hijos y nietos sobre la personalidad a seguir, el candidato a votar. Al revés, son nietos e hijos quienes parecen influir a padres y abuelos, quizás una derivación etaria por la incesante decadencia argentina.
Notable, sin embargo, la preocupación empresaria contra quien se ofrece como defensor del capitalismo, superior a las sospechas que en su momento recogía Carlos Menem por sus patillas y los trajes blancos previo a su Presidencia. Si hasta se cuestiona el peso de Karina, la hermana de Milei, en sus ceremonias políticas, como si Néstor Kirchner no hubiera privilegiado a su querida Alicia por el mismo recuerdo de amparo y auxilio ejercidos ante un padre castigador. O la madre norteamericana de Winston Churchill, quien fue decisiva en su formación, conducta y carrera, actuando como sobre protectora del legendario personaje.
A seis meses de los comicios presidenciales, con los resultados en un limbo, Milei solo ha dicho que llevará a una mujer como segunda (tal vez la economista Diana Mondino). Mientras, los seguidores de Cristina pretenden que ella vaya con Jorge Capitanich y, Daniel Scioli —con Vicky Tolosa Paz de segunda, y Santiago Cafiero para la gobernación— se propone como mejor candidato del oficialismo. Moderado y opuesto al vértigo e historia de Sergio Massa. Con un slogan obvio: “Yo nunca traicioné”, señala. Dicen que Cristina lo repite, aunque no le guste el motonauta. Lo llamativo es que Scioli sería el heredero de Alberto Fernández, no precisamente catalogado como un exponente de la fidelidad.
Massa, a su vez, lanzando medidas con el FMI, ni tiempo tiene de ofrecer un segundo/a, por la brutal caída de títulos y acciones, la tasa de inflación, la falta de dólares, el revulsivo cambiario y la suba del riesgo país. Igual insiste en su aspiración presidencial jurando que será el candidato de la unidad. Aunque las huestes de Máximo Kirchner han empezado a cuestionarlo a pesar de las instrucciones de Cristina.
Del otro lado, Rodríguez Larreta anda a los tumbos, tratando de sostenerse más que de crecer, y Patricia Bullrich se ufana de que es la más beneficiada por las nuevas circunstancias políticas y económicas. Ambos, rivales cerriles, juran que después estarán juntos. Ni los sacerdotes creen en ese catecismo. Solo los une el interés de llevar a un radical como compañero de fórmula. Si bien la social democracia se desintegra en el mundo, en la Argentina aún quedan restos, inútiles tal vez para construir siquiera un líder.
(Perfil)