Más que deleitarse con la confrontación, Cristina y Alberto titubean ante sus propios dilemas por la sucesión. El Presidente vive contra el reloj: cuanto más tarda en definirse, más rápido se le licua el poder. Se vuelve un plazo fijo. Y una fantasía tropical su atrevida declaración para ser “reelegido”. Está cerca de perder el último tren. Hasta se diluyen por razones ambientales quienes promovían el “albertismo”, de Manzur en la superficie a sumergidos como Vitobello, Beliz o Vilma Ibarra. Ni hablar del mayor bastonero en sus dos primeros años de gestión, Juan Pablo Biondi, quien ni siquiera asistió al reciente cumpleaños del mandatario: parece que no lo invitaron, dicen que lo alejó de su cercanía el dirigente sindical Santa María con un proyecto sobre bicisendas. Un extrañamiento de dos de sus mejores compinches durante años.
Poco se supo del festejo, de los asistentes —trascendió que a Cristina tampoco la convocaron aunque enviara un libro de regalo—, un evento cerrado a cualquier indiscreción impertinente. Tanto que le confiscaron los celulares a quienes dieron el presente, y preservaron la celebración policías, guardias y ex SIDE. A ver si una instantánea fotográfica devenía en un pleito judicial como aquel inolvidable que envolvió a Fabiola durante la pandemia y del cual ofreció plata para que se olviden.
Se niega Alberto a reconocerse como objeto decorativo, incapaz de conjugar el verbo proceder con el cristinismo fastidioso. Al revés de Néstor, quien ejecutaba con la orden: “Procedan” (cuando bajó los cuadros de militares). Tanto tiempo a su lado y no aprendió. Ni para cesantear estrellas románticas como Volnovich, el desobediente Tettamanti o personajes de rango menor como un director del Banco Nación. Hay más ejemplos.
Arguye el mandatario que su misión patriótica es otra: se le plantó a Cristina y firmó con el FMI en contra de su opinión, y ahora suscribe un acuerdo con Bolivia y Brasil que le resolverá a la Argentina inminentes carencias de gas (primicia de Perfil) que la banda de Energía e YPF de la Vice no sabían encarar. Inclusive, hasta provocaron la crisis energética con la política anterior de Kicillof.
Dice no ser un títere, pero siente el bombardeo K, sus amigos hasta le han aconsejado pedir una licencia amplia de 30 o 40 días la próxima semana, por el nacimiento de su hijo, que lo habilitaría para decirle a Cristina: “Si estás tan disconforme, goberná vos, hacé los cambios que quieras y veremos cómo se sigue”. Añadiendo: “El que me recomendaste para contener la inflación ha sido un fracaso (Feletti)”. Quizás gane tiempo, lo que necesita. Isabel lo hizo en los 70, Luder la reemplazó y modificó el gabinete.
A su vez, la viuda de Kirchner tropieza con un intríngulis semejante: si bien le bajó su pulgar imperial a Alberto, carece de un sucesor óptimo para el 2023, uno que entusiasme al peronismo partidario que suele jugar al ganador. No puede ubicar a quien desea, Máximo, y teme alguna dispersión si no ofrece una mercadería tentadora: recorre las subsidiarias y no encuentra nada en la vidriera. Salvo un Wado de Pedro, ministro que le da lo mismo ser uno o dos en el orden nacional. O en la provincia de Buenos Aires. Como atender el teléfono de Alberto o el de su patrona, siempre listo para cualquier servicio: es un militante. Por catástrofe, entonces, Cristina quizás deba repetir un método ya utilizado para intentar un triunfo y soportar a un ajeno como Daniel Scioli, al que suele aborrecer aunque le reconoce atildada subordinación.
Nadie crea que el opositor Mauricio Macri disfruta de otra dimensión. El tema sucesorio del 2023 lo agobia: no será candidato a menos que las encuestas revelen que puede vencer en la primera vuelta. Y su mujer Juliana cambie de parecer contrario a su postulación. Mientras se ejercita como jefe partidario, distante juega al bridge con pasión y hace negocios con el titular de la FIFA, un reconocido amigo (Infantino) que quiere devolverle favores. Se entretiene con esas distracciones no políticas, se diría que es una persona que no la afecta no hacer nada.
Su corazón, mientras, se deposita en Patricia Bullrich, pero también aconseja a simpatizantes que rodeen a Horacio Rodríguez Larreta. Ni que fuera Yrigoyen con Alvear: quedan demasiados lazos filosóficos entre los dos. Provoca revuelo Macri al pensar en el radical Tetaz para la gobernación de Buenos Aires, en sintonía con su pensamiento y en la convicción de que a la UCR le corresponde una porción importante en las próximas elecciones.
Por otra parte, no conecta con Manes ni con otros de esa tendencia más estatista. De ahí que muchos piensen que Santilli, un delegado de Rodríguez Larreta, tal vez se inclinaría por una ofrenda menor a la gobernación: pelear la intendencia de Tigre en oposición al dúo Massa-Zamora.
En relación con las disputas con Elisa Carrió, el ex mandatario le reserva el cuadrilátero al jefe de gobierno porteño, hoy acechado por las furibundas cargas de la otra pata de la coalición. Según mentas, Lilita está enfurecida con Rodríguez Larreta por no cumplir un pacto. O una promesa. Se sostiene que había comprometido la renuncia de uno de los suyos en Diputados para que pudiera ascender uno de los preferidos de la dama de Exaltación de la Cruz, Fernando Sánchez, quien espera en las gateras de la sucesión. Porque la pugna sucesoria no es solo presidencial ni se remite en exclusividad al 2023.
Fuente: Perfil