Después de las elecciones, vamos a sacar a todos los de La Cámpora que han ocupado el poder. No importa el resultado”. Lo dice un sector del gobierno que involucra a intendentes, gobernadores y sindicalistas. Cercanos a un líder presunto, Alberto Fernández, quien por ahora sigue en estado de shock, jurando que no traicionará a su Vice y al mismo tiempo advirtiendo que su Vice lo traiciona (lo han sacado hasta de la cartelería que promociona a los candidatos del oficialismo, mientras mantienen a Cristina y a Massa que registran la misma pérdida de popularidad del mandatario). Quizás despierte luego del 14 de noviembre. Esa declaración de desalojo camporista tiene, como respuesta, un plan bélico inverso, del otro sector. Un protagonista rival, D´Elía, afirmó: “Se gane o se pierda, veremos después de las elecciones si Alberto es De la Rúa o Kirchner”. Para él, ahora el Presidente es un espejo del finado radical. Cambia o se va, interpreta. Obvio: reconoce a Cristina como líder del intento transformista del jefe de Estado, quizás de su supresión. Es que ella, antes de irse al Sur con su hijo Máximo, ya había ordenado a sus seguidores “vayan a la Plaza”, al acto del 17 de octubre. No ignoraba entonces la proposición guerrera de D´Elía contra Alberto, tampoco los discursos hostiles de Hebe de Bonafini y de Amado Boudou, la veterana contra el propio mandatario y el otro contra el FMI y el ministro Guzmán. El único que dormía la siesta de este acontecimiento era el mismo Alberto, quien casi asiste a que lo guillotinaran en público. Para eso están las plazas, dirían en La Concorde.

La vice mira para otro lado

Algún iluso pensó que el acto del 17 era para honrar a Perón y Evita. Nunca sospecharon que se trataba de un caso de contrabando, flagrante, deliberado. Clásico entrismo. Se sirvieron de la fecha partidaria, de la movilización obrera de 1945, pero ni Bonafini es peronista, menos admiradora del militar, ni el ex economista del CEMA se podría arrogar ese título: hasta Néstor Kirchner ya lo había puesto en el freezer en sus últimos tiempos, admitía haberle utilizado la idea de apropiarse de los fondos de la jubilación privada —para evitar el no pago de la deuda—, pero no lo satisfacía ya como funcionario. Quizás ese capítulo explique la distancia que luego hubo con Cristina cuando fue condenado y preso, aunque ahora se cruzan mensajes por terceros (al respecto, en el Patria señalan que Boudou ha sido implacable y certero con Guzmán, anticipando la crisis económica actual). Tampoco se le atribuye pureza peronista a uno de los promotores del acto, el ministro bonaerense Andrés Larroque, cabeza de un sector de La Cámpora que sueña más con Firmenich —como el mismo “Cuervo” declaró— que en el recuerdo del general. El día anterior a esta celebración antiAlberto, la propia Cristina había dirigido el estraperlo ideológico: habló ante los devotos de su vástago, mencionó a Perón como señuelo político y, en ese ejercicio, perdió la memoria sobre Evita, ni un homenaje a la Santa que guiaba sus pasos, según repitió durante tantos años. Con la edad viene la amnesia.

Los peronistas de la cama redonda

Lo de Larroque interesa: está en cortocircuito feroz con su jefe de Gabinete en la provincia, Martín Insaurralde, quien singularmente fue llevado a la falsa función peronista y, en previsión de disturbios, se hizo acompañar por la bullanguera hinchada del club Los Andes, formateada para agraviar a la madre de Macri. La riña expuesta entre los dos miembros del gobierno de Kicillof repta sigilosamente, hasta se habla de que podrían trasladarse a la Justicia unas anomalías en la entrega de camiones con carne y fideos, por ejemplo, ocurridos en el área social de la administración. Al activo Larroque le molesta esa sola insinuación, aunque también hay pesquisas por otros desordenes administrativos que suponen faltante de vacunas. Justo cuando el ahora ministro Ferraresi nacional estimaba que “la aplicación masiva de vacunas nos iba a permitir ganar las elecciones”. Un pensamiento político, electoral, más que sanitario. Ético, claro. Larroque, armador social, quien no pudo acceder al gobierno nacional como reemplazo de Daniel Arroyo, en la provincia no es del todo bienvenido en ciertos lugares: esos cuestionamientos provienen de jefes distritales peronistas que saben del ninguneo y postergación camporista. Quizás, esta fiera actitud lo obligó a Larroque convencer a la Vicepresidente para autorizar el acto que ya había sido suspendido, quizás para mostrar su capacidad de movilización y convocatoria, inclusive hasta para constituir una derivación o partido político propio, fuera de La Cámpora. Esa no sería una buena noticia para Cristina, quien alerta y esa pista —como su vástago— evitó envolverse en la confabulación publica contra Alberto, no fue a la Plaza y se fue de viaje. Solo ha sido una oculta autora intelectual mientras Máximo ahora se ofrece como mediador para reconstruir el vínculo de la pareja presidencial, más roto que el de Icardi y Wanda Nara. Ella está en duda y no explica siquiera la necesidad del gobierno para estrellarse contra el FMI o alcanzar un acuerdo, tema que en el fragor de la plaza resultó excluyente: todos estaban en contra. No escucharon un subliminal mensaje de la dama a favor del capitalismo basado en su cultura cinematográfica (Bye, bye Lenin). Como si apoyara a Juan Manzur, ambos con un amigo dilecto y multimillonario que los reúne, quien cree haber aproximado un entendimiento con el organismo en su repentina visita—debe reconocerse que en Nueva York no le anotaron objeciones a su actuación— y que, gracias a esa jugada, las acciones argentinas han empezado a crecer en el mercado. Lo opuesto a lo que dice el mercado: suben los precios accionarios porque el cristinismo entraría en el ocaso después de las elecciones, cuando se dirima la guerra interna entre los bandos, contrabandistas o no.

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