Requiem para la dolarización, proyecto que mantiene Milei en su cabeza, sigue postergado en la carpeta del Ministerio de Economía (aunque no es prioridad para Luis Caputo, quien ni siquiera la debe haber leído en profundidad) y se cubre de polvo por condiciones técnicas adversas y una firme inhibición del Fondo Monetario Internacional. Y si el FMI son los Estados Unidos, la proscripción también corresponde al gobierno de Biden. Y si querés plata, un préstamo entre 10 mil y 15 mil millones de dólares, habrá que conformar al que te autoriza el crédito. Kaput para la dolarización, para un Presidente más entusiasta hoy que hace 3 meses con su gestión, y que se reservara esa iniciativa monetaria como una asignatura a cumplir. Quizás tenga tiempo.
La evidencia a este fallido la reconoció él mismo sin decirlo: en la multitud de medidas que ha propuesto, incorporó una que significa el bloqueo a su dolarización, la amenaza con cárcel al funcionario que emita dinero sin respaldo. Es decir, que admite la posibilidad de seguir produciendo pesos en el Banco Central por un plazo indefinido, a menos que se le ocurra graciosamente que en el futuro podría poner en prisión a los responsables de la Reserva Federal norteamericana si se exceden en la fabricación de billetes.
La pretensión honesta de Milei para impedir locuras de emisión tiene música fúnebre: nadie puede garantizar ese compromiso si a un gobierno le toca una emergencia nacional, guerra, epidemia, en un mundo cada vez más convulso. Será una valla razonable que habrán de plantear los gobernadores en el nuevo diálogo. Entonces, a cambio de que la dolarización se quede sin perspectivas inmediatas, en su lugar aparece otra alternativa: hay un coqueteo intelectual, añoso, con el establecimiento de una falsa competencia de monedas que, en rigor, supone el monopolio del dólar sobre cualquier otra.
Nadie imagina, por el momento, ver colas de gente para comprar renminbis, yuanes o euros. Esa voluntad de compra se la reservan al Franklin verde. Al peso, en ese nuevo ejercicio, le reservan un destino transaccional observado varios siglos atrás, cuando un comerciante llamado Gersham sostuvo que sus clientes ahorraban en la moneda buena y gastaba la mala. No hay que precisar cuál es una u otra en la actualidad.
Aunque el peso, por el progreso del carry-trade impuesto por Economía, recupera valor, vuelve cara a la Argentina, determina jugosos dividendos financieros y, si continua esta política, la calle se volverá a refrescar con las recordadas ganancias de la “plata dulce” o la conveniencia de viajar a Miami para consumir el “deme dos”. A los que pueden, claro. En este medio se alertó por estas consecuencias a los pocos días que asumió Milei: son de colegio primario. Hoy debe ser el tema principal que se discute en el gobierno por derivaciones perversas en la actividad económica, el empleo y las exportaciones (¿el campo liquida con lo que considera un mal dólar o se refugia a esperar en los silos?).
El debate: conservar el anunciado progreso mínimo devaluatorio en el crawling peg que contiene la inflación o, en los próximos meses, devaluar en porcentajes mayores para no repetir experiencias como las de Martínez de Hoz y otros ministros del pasado. No olvidar, por ejemplo, cuando Federico Sturzenegger en la Administración Macri planteaba que le otorgaría al peso una relevancia fuerte, internacional. Los que se hicieron fuertes fueron los fondos que invirtieron en pesos de artificial ascenso. Para salir de este encierro reiterado, el ex ministro Domingo Cavallo recomienda acelerar el proceso devaluatorio, aunque en su mandato se resistió a salir del “uno a uno”. Tentaciones humanas.
Un dilema para Milei, quien no debe creer que la misión de su ministro solo sea colocar deuda, ni conseguir superávit gracias a recaudar y no pagar lo que debe. Menos por aumentar impuestos o inventar nuevos. Tampoco Caputo debe tener ese objetivo, se supone, pero ambos festejan como milagrosas la caída del riesgo país, la baja del dólar, la aniquilación de la brecha, la disminución del déficit. Falta, reconocen, las reformas estructurales y un programa de estabilidad luego de esa etapa. Otras luchas, con o sin gobernadores hasta el 25 de mayo.
Hasta su discurso en el Parlamento, a Milei lo intimidaban con la amenaza de un golpe, recordar el humor negro de Pepe Albistur: “El Presidente es como Semana Santa, no se cuando cae. Pero difícil que pase de marzo”. No parece que vaya a ocurrir. Curiosamente, como todos los días aparece un Ángel Azul de la corrupción, alguien dirá que muchos se alimentan con lo que pierden en el supermercado, que les basta satisfacer el estómago —aunque tampoco dura esa dieta— al descubrir la ciénaga de las administraciones pasada. Como el último affaire de los seguros que enloda a Alberto Fernández, quizás uno de los mayores especialistas del rubro, quien puede alegar inocencia pero nunca desconocimiento en 50 años de participación. Y poder, sea para haber eliminado esos engaños o fraudes o para que nadie crea que él mismo estaba implicado.
En su contra, además, aparecen comprometidos amigos y secretarias, una historia sórdida de voracidad que involucra también a las compañías de seguros, tan alineadas en su cámara como antes los concesionarios de la obra pública en la Cámara de la Construcción que cambió de nombre por vergüenza de crear y compartir un saqueo semejante.
Ahora, esos descubrimientos nefandos le permiten cierta holgura política a Milei. Una siesta luego de no sacar ninguna ley, con el apremio de que le pueden anular el DNU —con apenas un gobernador más en su contra, que significan dos senadores, pierde en la Cámara Alta—, para escapar del acoso legislativo por una tangente hasta una fecha que él mismo se impuso. Ganó tiempo hasta el Pacto de Mayo. Paso a paso, diría un técnico de futbol que no es su ídolo Bilardo.
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