Algunos candidatos irritan sus nervios cuando pierden. Y también cuando parece que ganan. Caso Patricia Bullrich, en apariencia con ventaja sobre un opaco y robótico Horacio Rodríguez Larreta. Evidencia: hay una cola más larga para ingresar en su fracción que en la del alcalde porteño, sobre todo en la provincia de Buenos Aires donde los intendentes del Pro manifiestan esa inclinación y ella recoge más voluntarios para ocupar futuros puestos. Como dicen inclusive las encuestas. Tanto alboroto jubiloso, sin embargo, desata ansiedades en la candidata, quien no acepta una sombra que la manche, ni se permite errores mínimos. Se advirtió esta situación en un programa nonato, grabado, que está por estrenar Jorge Lanata en la pantalla del 13.
Dentro de la rutina de esa emisión, la Bullrich participó en una suerte de interrogatorio con preguntas de todo tipo que finalmente, de acuerdo a las respuestas, se le concede una puntuación. Como es de imaginar, todos los concursantes aspiran a un 10 meritorio, el punto más alto que ella se planteo a sí misma. “Siempre me saque diez en mis estudios, no puede ser que ahora me saque un 8”, vociferó exigente y anonadada consigo misma por haber fallado en dos respuestas que le bajaron la calificación soñada. Como si en la televisión ese tipo de concursos fuera una efectiva valoración y no un entretenimiento. Además, a veces muchos de esos 10 puntos logrados en una carrera tal vez los alcanzó —igual que otros políticos— en institutos que entregan títulos pero no se caracterizan por la exigencia de calidad a sus alumnos. Sobran los ejemplos, mejor no recordar, ni hablar siquiera de los que se recibieron en universidades publicas en períodos procelosos o aprobaron materias de las cuales han dado cátedra con más agujeros negros que el espacio.
La breve penuria televisiva de Patricia generó un sorpresivo escándalo por no responder acertadamente en el popurrí de interrogantes el nombre de una canción y su intérprete, una muestra moderna de los payadores de antaño que ahora improvisan musicalmente como los raperos de los Estados Unidos. Ignoró, como tantos, a una de las tantas estrellas que llenan estadios para el publico juvenil. Comprensible vacío de conocimiento para quien se perfila para la Presidencia. Pero más enojo se apodero de ella cuando el conductor la inquirió sobre la ubicación actual del Guernica de Picasso; dijo que estaba en un museo del país vasco, en la tierra arrasada por los aviones nazis durante la guerra civil española y que sirvió de retrato para la pintura del famoso catalán. Una plausible deducción, aunque ese mural icónico —conservado en el Museo de Arte Moderno de Nueva York durante el gobierno de Francisco Franco— luego fue devuelto en los noventa a Madrid, al Museo Reina Sofía, como lo había reclamado el propio Picasso en su testamento. Vale una anécdota de entonces: cuando los alemanes ocuparon París, lugar donde el artista pintó su cuadro apenas unos meses después de la barbarie, le preguntaron a Picasso: “¿Usted hizo esto?”, observando el lienzo. “No”, replicó el autor, “fueron ustedes los que hicieron esto”.
En la grabación del canal nadie pudo entender la belicosa reacción de la candidata, dirigida a sí misma, a sus colaboradores o a la misma inventiva del programa por errar en la ubicación de esa obra. Solo se advirtió una ira que, en ocasiones, también se revela en su campaña. Celosa de la perfección de sus actos y, además, rígida en las negociaciones políticas con posibles incorporaciones. Suele decir: “Estás conmigo o estás en contra mío”, a sus eventuales asociados. Sin términos medios, como justificativo de que es una candidata “con pelotas”, uno de los más curiosos atributos frente a la tibieza habitual de su competidor Larreta. Como se vuelve inflexible, a quienes no se suben a su tren en la provincia de Buenos Aires les promete forjar listas opuestas. No le va mal en ese ejercicio.
Para reforzar el contenido económico de sus propuestas, mientras, la Bullrich ha sumado a una figura reconocida del ambiente: Carlos Melconian. Desde hace mucho conversan, ahora con más asiduidad. Se agrega, con su autonomía característica, al ladero tradicional de ella en esa materia: Luciano Laspina (también a otro asesor clave, el respetado Pablo Guidotti). Melconian parece más cerca de la candidata que de Rodríguez Larreta, a pesar de que el jefe porteño sostuvo que iba a designar, en el caso de que llegara al gobierno, a una figura notoria, ejecutiva, al estilo “Cavallo, Lavagna o Massa”. Lo que no parece encajar con el equipo que lo asesora. Rareza en esa declaración.
La vecindad con Melconian no deteriora en cambio a quien más autoridad económica se reconoce en la inmediatez de Patricia: Ricardo López Murphy, al que apela con habitualidad y no sólo le garantiza un programa económico sustentable. También lo convoca por su nueva experiencia parlamentaria, quizás necesaria para el futuro en el Senado si ella lo invita —en su lista de compañeros posibles— a que lo secunde en la fórmula presidencial. Un binomio demasiado porteño, pero hasta ahora el radicalismo de la coalición no ha sabido ofrecer un notable del interior (Gerardo Morales se despegó hace tiempo, tal vez ahora se haya arrepentido). Y ella, como se muestra, puede improvisar cualquier osadía para soslayar convencionalismos electorales aunque se sofoque por no responder una pregunta sobre la estadía del Guernica. Si la quieren, no es para agente de turismo.
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