Candidaturas, cargos y repartos son parte de una cumbre presencial, el lunes próximo en un club naval de Olivos, que responde al discordante trío Macri, Rodríguez Larreta y Bullrich. Ante esa picaresca societaria, circula otra entre los participantes de mayor jerarquía, más entretenida como lectura de verano que las ambiciones políticas a reunirse. En el universo liberal, por lo menos. Son las desventuras amorosas del referente ideológico, el peruano Mario Vargas Llosa, quien ingresa este mes a la Academia Francesa luego de haber empezado como un Don Quijote de izquierda para terminar como Sancho Panza. Es un elogio, por cierto.

Acompaña otra trama al reputado premio galo, su separación de la bella Isabel Preysler, famosa por su capacidad para atrapar famosos, sea algún conde europeo, el cantor Julio Iglesias o el economista Miguel Boyer. Nunca un ignoto del proletariado, sector que jamás visitó ni por curiosidad. Siempre tuvo parejas atraídas por la telaraña carnal de esta exponente de la beautiful people española. Como el mismo Vargas Llosa, quien reconoce a la devoradora filipina como portadora de un secreto que él no ha podido descubrir a pesar de los frecuentes revolcones en el tálamo durante 8 años.

Cada uno, en la cúpula del Pro, dispone de un trascendido sobre el divorcio, son habituales contertulios del autor. Por ejemplo, capitalistas al fin, señalan que era insostenible para el narrador peruano el presupuesto de la Preysler, que le costaba unos 70 mil dólares por mes, gastadora pertinaz que redondeaba un consumo de alrededor de 840 mil al año. Sin extras, claro. Esa cifra, multiplicada por los años de convivencia —siempre y cuando sean ciertos los montos— suma un volumen considerable aun para un “Varguitas” cargado de suculentos contratos y habituales éxitos de librería. Pero la literatura no da para sostener una vida rocambolesca, al menos para continuar en ese maridaje de gerontes.

Claro que si uno se atiene a las explicaciones públicas del novelista, otras son las causas de la interrupción. El escritor apeló a una frase enigmática que él mismo acuñó hace años y ahora reitera, indicando que su largo idilio con la Preysler estuvo signado por la gratificación sexual (un amor de “la pichula”, no del corazón), desligándose de cualquier otro tipo de comunicación espiritual. Sorprende el candor estudiantil de esta revelación a los 86 años y su falta de inquietud para develar el secreto asiático de esta mujer que lo mantuvo amarrado por el sexo. Según él.

Porque, se comenta, ella jamás se prestó a la confesión de esa misteriosa habilidad debido —le atribuyen— al temor de que su íntimo amante o marido luego divulgara esa práctica a otra mujer, al mundo. Y la abandonara: egoísmo puro, inseguridad. Rumorean, por los trascendidos, que esa destreza personal es una suerte de operación que realizaba en la zona erógena masculina, en la cual solo ella intervenía como si fuera un campo quirúrgico, utilizando apenas algunas cintas o finísimos cordeles —no se mencionan ungüentos ni otros aditivos— que convierten al músculo fláccido, mórbido, en apariencia irrecuperable, en un repentino endurecimiento parecido al proceso de “rigor mortis” (aunque con duración menor a las 24 horas).

Debido a que el placer obnubila, mientras en “Varguitas” se despertaban ciertos instintos milagrosos, se apagaban otros como el deseo humano de averiguar lo insondable. Nada que ver, entonces, estas derivaciones de la separación con las ingenuas excusas de los medios en que fue el epílogo de dos mundos diferentes, el glamour versus la intelectualidad, comparable al de Marilyn Monroe y Arthur Miller. Aunque ese romance de Hollywood combinaba el corazón con la pichula, si uno se ajusta a las categorías de Vargas Llosa, no se amparaba solo en la presunta devoción sexual que provocaba la filipina.

Tema del verano para el cónclave del Pro este lunes en Olivos, justo cuando Macri se acomodó en Cumelén con Rodríguez Larreta en una fotografía, tan necesaria para el jefe de gobierno. La política hoy son fotos, no precisamente artísticas. Quizás ambos protagonistas se consagraron —también como charla de verano—a discurrir sobre un amable café que, en Qatar, Macri compartió con el empresario Benedicto, mano derecha de Cristóbal López y Fabián de Souza, asociado a ellos en el casino de Palermo entre otros emprendimientos. No siempre se hablan en el Pro de las peleas con Patricia Bullrich. Como se sabe, Benedicto en representación de sus socios debe haber compartido intereses y negocios en tiempos pasados con la pareja dominante de la Ciudad. Otros tiempos: ahora es público el odio de López y De Souza con el ingeniero (y viceversa).

Menos plata contó Macri con otro dúo visitante, Pichetto-Puerta, quienes le exigen presteza para definir la postulación presidencial y alinear al Pro en el interior. Viajan juntos a La Pampa para volcar la interna contra la UCR y Macri se reúne con un empresario de laboratorios en Cholila al tiempo que se deja festejar el cumpleaños 65 en su tierra prometida, Villa La Angostura, convertida en la Puerta de Hierro de Perón. Quizás no sea una comparación feliz. Mientras, debe escuchar los monótonos mamporros orales de Alberto Fernández, el cargo que le hace por los fracasos argentinos —el famoso “Ay, pero Macri….”— aunque el mandatario recurrió a un hombre de confianza del ingeniero y su padre Franco para la compra del nuevo avión de la Casa Rosada, una cuestionable operación de 25 millones de dólares a ser entregado este mes. Al menos, ese es el compromiso.

El Boeing 757 Vip que llevara a Fernández por el mundo estaba en oferta desde hace diez años, parecía más invendible que el presidencial del mexicano López Obrador. El transcurso del tiempo lo devaluó, no se fabrica desde hace más de una década y ni el mismo vendedor conseguía los repuestos y certificaciones para entregarlo en término y libre de chequeos. Por lo menos, es lo que dicen quienes se quedaron afuera de la compleja licitación. Ni hablar de otra realidad: el aparato requiere mantenimiento y simuladores que no existen en el país (5 millones de dólares por año ese gasto), forzosamente se debe recurrir al extranjero. Pocos discuten el costo, más bien exagerado para la utilización del futuro Arg.01 que, seguramente, no consumirá demasiadas horas de vuelo. Como cualquier avión presidencial. Pero Alberto está en otros temas, se olvidó de Macri y de los gastos: ahora solo piensa en caducar otra licencia, la de La Cámpora y su jefa espiritual.

(Perfil)