Fue el abogado Fargosi el primero en alertar por las redes la semana pasada. “Es inconstitucional”, reclamó. Y al mismo tiempo, insinuó que se trataba de un operativo para designar a Ricardo Lorenzetti como titular de la Corte Suprema. Por una vía peculiar, la de Diputados, injerencia impropia de un poder sobre otro: esa designación le corresponde al voto de los 5 miembros del instituto, no a la política ni al Legislativo. Furioso, Fargosi aludía al inesperado proyecto de los legisladores Ritondo y Yacobitti para designar al frente del máximo tribunal al más viejo de sus integrantes, sin ejercicio democrático interno, a sabiendas de que los dos tribunos más veteranos resignarían ese nombramiento (Maqueda y Highton) por razones personales. Entonces, si se transformara el proyecto en ley, quedaría como un traje a medida para Lorenzetti, el presunto beneficiario en los próximos tres años. Una inspiración demasiado obvia y desesperada, producto de las extensas tertulias en la parrilla Roldán, como antes se intrigaba en Dashi o en Happening, poblada de políticos, inquilinos de Comodoro Py, servicios de inteligencia e influencers.
Pensando en la felicidad ajena, los dos diputados arrojaron su botella al mar para evitar —dicen— que se agraven las diferencias en la cúpula de la Corte para la elección de su presidente. Nadie sabia de tantas insidias en ese proceso, justo cuando el tribunal supremo hace tiempo que acomodó su mecanismo operativo y multiplicó la salida de expedientes, la igualdad entre sus miembros y, sobre todo, la nula sospecha de que haya una mayoría dependiente de un partido. Y sacó fallos que no eran los que se preveían. De ahí que la cuestionada iniciativa parece responder al pedido de otras autoridades más relevantes e interesadas, ya que el dúo sabe que el proyecto no alcanza a cubrir siquiera sus propios tiempos legislativos para imponerse como ley: a más tardar, en octubre, el quinteto votará a su simbólico nuevo jefe. Mientras, se puede discutir sobre la constitucionalidad de la posible norma, si viola el artículo 113 de la Constitución o si se ampara en un sistema semejante, como el norteamericano, que habilita al Presidente de la Nación a elegir al titular de la Corte Suprema. Bizantino debate.
Por la procedencia política del dueto legislativo, hay una línea que lo enlaza con el liderazgo de Horacio Rodríguez Larreta, de conveniente vinculo con Lorenzetti, como tantos otros hombres de la política. Hay estaciones previas en ese recorrido: Enrique Nosiglia, quizás Martín Lousteau, no sé podría marginar a Gustavo Ferrari —quien opera de enlace entre el alcalde y María Eugenia Vidal—, mientras los radicales Ernesto Sanz y Ricardo Gil Lavedra jamás cuestionarían a quien presidio otros años la Corte. Tampoco podría alcanzar vuelo el homenaje a gerontes en la Corte si Sergio Massa se opusiera: al contrario, le endilgan a él la responsabilidad de facilitar las presentaciones. Y, del lado de Cristina y Alberto, responden con mohines, De Pedro niega cualquier paternidad y sostienen que ellos no propician esta medida. Pero, hasta ahora, no han considerado necesario objetar la propuesta. Justo la fracción política que, por hablar simplemente, asiste a cualquier sitio sin invitación. Más que salud, el silencio es cómplice.
La invasión política parece global, sin grietas, sobre el feudo cortesano. Combinan los mismos intereses, cada uno tiene su litigio en esas alturas, siempre se requiere una mano amiga. Como decía el finado Enrique Petracchi: finalmente, todos pasan por acá. Hay dudas sobre la pertenencia de Lorenzetti al proyecto: sería admitir que carece de los votos necesarios entre sus compañeros para acceder al cargo y, en consecuencia, se sirve de una alternativa oblicua para llegar. No parece inteligente en quien se cree el más inteligente de todos. Sí, es cierto, que al revés de los otros 4 miembros, dispone de una actividad más diplomática y amistosa con buena parte de la sociedad, tejedor de alfombras con cualquier partido político, secta o agrupación hasta en la misma justicia. También se olvida, como otros dirigentes, de discursos que pronuncio en el pasado. Al revés de Rosenkrantz, quien procede como reservado estudioso por ciertas inhibiciones que le genera su cercanía al conglomerado La Nación-Clarín, o un Rosatti más amigo de los ladridos que de las caricias. A su vez, la señora Highton está limitada por exceso de edad en la función y el silencioso Maqueda, aunque peronista, siempre invoca razones médicas para no terciar en porfías de cartel.
Con ciertas exageraciones, más de uno habrá de señalar que el proyecto de ley —tan alejado de las inquietudes de la sociedad, en medio de pandemias e inflación— pretende un golpe de estado dentro de la Corte Suprema. O, más modestamente, la formación de un contubernio político para preservarse de investigaciones o sanciones judiciales. Parece un aluvional endoso para un cristinismo que aún pugna por causas del pasado, un macrismo o Larretismo con problemas semejantes aunque de menor cuantía, y una Albertista administración que ni siquiera se ocupa de que su ministro de Justicia conozca a la Corte, aparte de insultarla, o que el titular oficialista del Consejo de la magistratura, Molea, al menos tome un café con sus miembros, cuando su antecesor iba cada 5 días de visita al Palacio.
Inoperancia y promiscuidad políticas mezcladas con la soberbia de que “elijan a Lorenzetti o lo elegiremos nosotros”. Semeja una prueba de amor cuando se trata de un mensaje inocuo, desprestigio para el propio elegido, quien debe conservar encono por la forma en que un día lo desplazaron. Concluía una reunión de la Corte, y uno de los asistentes dijo: “Podríamos elegir al futuro Presidente del cuerpo”. Hubo consenso en hacerlo, ganó la postulación de Rosenkrantz y un alelado Lorenzetti esbozó: “Esta no es la costumbre ni el procedimiento habitual”. Como si hubiera sido costumbre elegir con un año de anticipación a un titular de la Corte o la forma en que lo voltearon, en su momento, a Petracchi. Ese ejercicio de votación es el que la política no entiende: ahora no decide uno solo, sino los cinco, y casi ninguno es soldado obediente de una agrupación. Mas, hasta si se les antoja, pueden elegir al próximo titular de la Corte la semana próxima, antes de que Diputados trate el proyecto. No va a ocurrir. A los jueces les sobra tiempo, al menos frente a los que concurren al tribunal.
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