Como todos los años, hubo conferencia anual de la Unión Industrial Argentina, instituto que ha envejecido más que la gomina o el teléfono negro. Comparte declive con la loable teoría de la sustitución de importaciones que le dio origen y el brazo político que encarnaron Rogelio Frigerio y Arturo Frondizi: el desarrollismo. No queda nada de ese proyecto, salvo el moho y los que se aprovecharon de la protección que, ahora —dicen en su defensa— será igual a la que habrá de practicar Donald Trump en los Estados Unidos. Un sinónimo de modernidad, sostienen; justo ellos que eran kennedyanos. No es lo que entiende Javier Milei, quien faltó a la celebración con el ministro Luis Caputo por enojos personales, mientras objeta el jugo que históricamente los empresarios del sector le sacaron al Estado con aranceles privilegiados y beneficios de todo tipo, quiere fulminarlos con la apertura económica, aunque mantiene todavía intocables a sectores como el automotriz, Tierra del Fuego o laboratorios. Tocó justamente una alarma Cristina de Kirchner hace pocos días en ese sentido, suponiendo que en su ciclo de poder ella limitó a ese poderoso sector. Por el contrario, le obsequió lucros. Una graciosa declarante: jura que no se arrepiente de nada. Tampoco de lo que no hizo.

La decadencia de la UIA se advirtió en la opacidad mediática: antes, en esa jornada traumática para la economía, era un acontecimiento la celebración, tapas y titulares, importaban las presencias, el discurso sostén del Presidente, también el mensaje contemplativo del instituto, previamente conversado y revisado. Tiempos del kirchnerismo, dirigismo al tuétano. Pero se cobraba el favor. Algunos por lo menos. Ahora solo sirvió el encuentro para exhibir a Martín Rapallini, ceramista de la provincia de Buenos Aires, futuro reemplazante de Daniel Funes de Rioja por un acuerdo interno con el grupo Techint. Como los dos mandatos de Funes de Rioja. Ambigua situación de la mayor multinacional argentina: por un lado se lamenta en la UIA y, en otro, la energía, se siente confortable, próspera, acompaña a las decisiones del gobierno.

La ausencia de Milei a la ceremonia completó lo que él mismo ya había planteado como acusación hace un mes: la industria, con la UIA como representación, le ha robado al agro, han sido promotores de inflación, “durante cien años —afirmó— la política nos vendió el cuento de que para tener una economía pujante de desarrollo industrial debía darse pisoteando a los sectores dinámicos y exportadores, en especial al campo”. Renovó Milei, como en otros estamentos, la grieta eterna entre el agro y la industria, aunque ambos núcleos coincidan en reclamar lo mismo: un mejor tipo de cambio, una devaluación, opciones niveladoras con la alta presión impositiva. Para los empresarios, no tal vez para los trabajadores. Parte del disgusto presidencial con los industriales proviene de haber elegido, en su momento, como integrante de su consejo de asesores, a Teddy Karagozian, poderoso empresario textil —entre otros rubros— un emblema de la UIA para preservar protección importadora y comercial al tiempo que aplicaba notable habilidad de lobby en los gobiernos (léase Daniel Scioli, por ejemplo). Y hasta con los liberales libertarios que lo hicieron oficialista por un rato. Afectado por ciertas críticas de los dirigentes, además de faltar a la cita, Milei empezó a desparramar mamporros y agravios, mientras en la cumbre de la organización prepararon una respuesta. Casi hilarante: Funes de Rioja pidió que respeten la institución, la industria.

Se alega que el tirabuzón de la UIA obedece al final del segundo mandato de Funes, lo que en política se denomina el “pato rengo”, al que le rasgan las vestiduras antes de la partida. Sin embargo, la misma organización nunca se interesó por formar legisladores o medios que defiendan la industria nacional —Ignacio de Mendiguren se hizo por su cuenta—, apeló al ejercicio de relaciones, a la promiscuidad de los contactos con santos y muchos más pecadores, en pos de un sistema prebendario. No hubo creyentes, han sido parte de la casta, diría el Presidente. Tuvieron, eso sí, la fortuna o talento de no bajar los precios propios al asociarse con los importadores o transformándose cuando en el pasado se abrieron las importaciones: de un día para el otro pasaron de productores a vendedores de fábricas ajenas, simplemente para no bajar los precios, igualándolo al extranjero con lo nacional. Víctima: el consumidor. Nunca les faltó imaginación. Una amenaza que parece sortear el actual gobierno por el fenómeno testigo de importar en origen, a través de compañías como Amazon o Mercado Libre, que les cuestionará ese ejercicio de Intermediación.

No piensa del mismo modo, sobre la venta puerta a puerta, un cable maestro a tierra, Juan Carlos de Pablo, quien disfruta de escuchar ópera con Milei semanalmente. Ha advertido por medio de varios artículos (y, se supone, en privado también) que la política aperturista irrestricta implica daños complejos en un sector agobiado por altos impuestos nacionales y, ahora más, absurdamente, por sobrecargas de las intendencias. “Hay empresas que se funden por ineptitud del dueño, pero otras pueden tener el mismo destino por una carga tributaria gigantesca”. Propone, en todo caso, alivios para los costos de producción. Debe temer también un impacto negativo en compañías de alto valor intensivo que generen más desocupación. Dice lo que no dice la UIA o por lo menos no ha sabido expresar. Aunque, condescendiente, un enviado de Milei a la conferencia, Juan Pazo, más influyente de lo que trasciende en el equipo económico, confíe en reparar con una ley ciertos agujeros de la administración gubernamental con la actividad industrial. Una asistencia para el epílogo de la conducción de Funes de Rioja. Aire fresco.

(Perfil)