Si quieren navegar, hay que salir del puerto”. Arriesgarse, aun con densas nubes o anuncios de tormentones. Esa consideración marina fue expuesta, junto a la partida, por los compositores de la sinfonía Fase Número 2 del equipo económico para bajar al dólar del trampolín, léase Santiago Bausili y Luis Caputo. Produjo el Presidente libertario esta intervención estatal (vender reservas para comprar pesos) y enfrentar a las codiciosas Fuerzas del Mal como si perteneciera a gobiernos estatistas del pasado.
El primer saldo resultó favorable en la semana con el tipo de cambio: bajaron abruptamente los activos externos, asegura Economía que en invierno no crecerá el verde. Hasta alguno conjeturó que si continua la música con la inflación en baja, el oficial podría trepar a 950 y el paralelo descender a 1.100, una distancia ideal para esfumar al cepo. Si los elefantes volaran o hubiera reservas suficientes en el Banco Central.
Para la eliminación del cepo, además de lo expuesto, es necesario disolver unas 50 restricciones del Banco Central: en eso opera Bausili. Junto al resultado de las medidas cambiarias comenzó a fantasear la adolescente imaginación oficialista: juran que se ingresa a una temporada cálida para el mercado con relación al dólar.
Un “veranito” de paz y tranquilidad incluyendo la reducción de la brecha cambiaria sin poder precisar la duración del buen clima: se sabe, sin embargo, que en septiembre se inicia un ciclo en el que nadie trae un billete al país, de ahí que acciones y títulos todavía padezcan temblores planteando complicaciones a futuro.
Ni hablar entonces del sostenido aumento del “riesgo país”, un índice que el encargado de la vocería presidencial, Manuel Adorni, no le preocupa. Cándido, repite lo mismo que los portavoces del gobierno de Fernando de la Rúa, quienes nunca repararon que la propaganda sobre ese disparador económico aplicado en los medios de comunicación ayudó a justificar el golpe de estado contra el mandatario radical, luego de haber volteado a Domingo Cavallo.
Raro que Adorni no se haya enterado, inclusive con periodistas afines que participaron en aquella componenda. En todo caso, para los viejos, basta con hacer memoria. Para los jóvenes, en cambio, alcanza y sobra con leer.
Mientras, Javier Milei vuelve a viajar, forjar relaciones y visitar centros exclusivos con empresarios ricos que desean conocerlo. Para el mandatario es como entrar a Fort Knox, ver y tocar los lingotes, oler el oro y los dólares —los perfumistas sostienen que es una fragancia imposible de imitar— sin poder llevarse ninguno con la promesa de devolverlos.
Turismo conveniente, útil a mediano o largo plazo, conociendo megamillonarios del mundo a la espera de que alguno se allane a invertir en la Argentina o facilitar un préstamo. Lo primero, lleva tiempo por más que apunte en la dirección correcta; lo segundo se vuelve arduo por cierta fama de Caputo con los fondos privados de los Estados Unidos debido a su gestión pasada con Macri (todavía les duele la plata que les hizo perder) y el reprochable récord de una Argentina especializada en vulnerar compromisos.
Faltan dólares, una obviedad repetida hasta por Cristina Fernández de Kirchner buscando una devaluación, se demoran los de la soja, tardarán los del “blanqueo” reglamentado, igual que los soñados por la convocatoria del RIGI. Del FMI no llega siquiera una paloma mensajera. Y, por el momento, con los próceres del dinero sólo trascendió una propuesta de Google para vender un producto de Inteligencia Artificial para agilizar la reestructuración del Estado y bajar su costo.
Siempre esta clase de gente se interesa más en vender que en comprar, como corresponde a sus nutridas billeteras. Aunque tal vez la iniciativa sea menos estúpida que aquella contratada a la consultora Mackenzie en tiempos de Macri, apenas iniciada su administración, que pagó un proyecto para reducir gastos del Estado incrementando la cantidad de ministerios de 8 a más de 20. Solo para párvulos.
Paradojal resulta que Milei busque amigos en el exterior y, en su país, se desentienda de los que podría tener. Ejemplos: la corte parlamentaria que rodea a Miguel Pichetto, por ejemplo, o lo que resta del colectivo Macri, ambos más calientes con el Presidente que una negra en baile, si es que el dicho rioplatense no afecta al género o a las reglas de la discriminación.
Poca urbanidad de la Casa Rosada con esos espacios, quizás necesarios ante futuras eventualidades. Más cuando el mandatario trata de ganar tiempo para que llegue su nuevo vínculo del Norte al poder, Donald Trump, a quien imagina en la Casa Blanca desde enero como alguien que lo ayude, lo sostenga, lo escuche (sin invocar al humor negro) y premie por pertenecer a una misma internacional de derecha.
Deseos, al menos, de ciertos colaboradores que observan al futuro Presidente norteamericano como una suerte de general Marshall, después de la Segunda Guerra, enviando dinero y un gigantesco plan de ayuda para los doloridos europeos. Difícil, otra vez, que los elefantes vuelen. A pesar que ese magnífico animal sea el emblema del partido republicano.
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