Matusalénico dato: un camello es un caballo dibujado por una comisión legislativa. Así parece terminar, en un dromedario de dudosa estética, la vasta Ley Bases diseñada por el gobierno y jibarizada por sus rivales en el Congreso. No será entonces un pura sangre a competir en un gran premio, pero tal vez sirva para auxiliar a un osado y sediento aventurero en el desierto argentino. Al menos es lo que piensa ese sujeto, Javier Milei, quien ha instalado nociones de cambio y reformas que difícilmente tengan marcha atrás.
Imagina que volverán a emerger las testadas o hundidas por la oposición, será él un inmortal que brote del fondo del Océano, la única máster voice por el momento reservada a programas mediáticos. Como si la población no lo hubiese votado a él y se prescindiera de un contenido que solo relatan, con limitaciones y escasos conocimientos, algunos personajes salteados que ni leyeron los fundamentos de las Bases. Objetable omisión de Milei, se olvida de quienes lo votaron.
La visión optimista del Presidente difiere en su club de amigos: abundan los reproches por cierta mala praxis en el Congreso, falta de expertise en los trámites, improvisación y cambios en las negociaciones. Temor inclusive por algún desaguisado que ocurra en la calle, sea por la jarana o las escaramuzas provocadas por el trotskismo y alguna Rosa de Luxemburgo de barrio.
En el club, unos cuestionan que el ministro del Interior haya tratado en soledad con todos los gobernadores, como si Corach, Manzano o Néstor Kirchner lo hubieran realizado. Al contrario, para ellos, al malón se lo esquiva y se lo divide, no se lo enfrenta. Rara conducta en un veterano Guillermo Francos que registra andares políticos desde mediados del siglo pasado, cuando admiraba a Francisco Manrique, un ex famoso marino con los jubilados que fue candidato presidencial. Inclusive, discutir con ellos quién es más mentiroso, debate que obviamente perdió 14 a uno.
Junto a los tropiezos de Francos también cuesta entender la rabieta del ministro Toto Caputo para levantar el paquete fiscal in totum cuando algunas de las medidas disponían de semáforo verde. En política solo se ofenden los necios.
Javier Milei
Javier Milei.
Tampoco el oficialismo concilió con aquellos legisladores propensos a dialogar, un team armado del ascenso, mal llamado cinematográficamente “Armada Brancaleone” (Pichetto, Monzó, Stolbizer, López Murphy, Massot, entre otros), al que hasta se llegó a amenazar con desenterrar viejas historias personales. Kirchnerismo puro, de la peor calaña, si es que los “carpetazos” son patrimonio exclusivo de ese sector.
Más de uno estima, con mínima información, que el jefe de Gabinete Nicolás Posse siempre creyó que ese recurso de extorsión serviría, en última instancia, para obtener consentimientos parlamentarios. Un inmaduro, si es cierto.
Sobre esta figura poderosa, al que otrora Milei rendía cuentas en el sector privado, hoy se despliegan diversas opiniones. Lógico: envidia por la altura alcanzada, reservas por su rol siendo un desconocido ingeniero que carece hasta del voto familiar, poco interesado en hablar en público y con la destreza suficiente para convertirse en la autoridad superior a cualquier otro funcionario, hasta en temas que no ha descollado.
Por ejemplo, esta semana fue enviado a USA para un recorrido turístico y conocer oficinas clave en Washington, sean financieras o de Inteligencia, disciplina en la que no se caracteriza por disponer de conocimientos previos. Pero sí responsabilidades. Vuelve de USA con las orejitas de Mickey que le habrán obsequiado en Langley. Y el 5G mediante.
Quienes registran comparaciones insinúan que Posse copia a Eduardo Bauzá, aquel mendocino hombre gris detrás de Carlos Menem, quien evitaba hablar en público. O en el Congreso. Como si tuviera miedo escénico. A pesar de esa discreta característica, el peso del actual jefe de Gabinete es notorio: no solo golpea las puertas de Joe Biden, también —le atribuyen— ser el epicentro de un acuerdo secreto con el cristinismo, más precisamente con la doctora. Sea por fumigar a quienes la hostigan judicialmente (Iguacel, Talerico), por promover a quienes la custodian en esos estrados (Mariano Cúneo Libarona) o en el mantenimiento de personal y fondos en áreas que responden a la compañera de fórmula de Alberto Fernández.
Como tiene buenas migas con ese rubro peronista, también se ha constituido en una valla para impedir que accedan al gobierno residuos de la ex administración de Mauricio Macri. No deja pasar ni a un amarillo, tal vez se justifique en la tremenda guerra entre el ex mandatario boquense y la encargada de seguridad de su gobierno, Patricia Bullrich.
Ese bullente club de amigos también se enardeció al divulgarse la designación de Daniel Scioli en la Secretaría de Turismo, hombre que agradece el cargo a Francos, Posse y naturalmente a Milei. Debe haber sido generoso cuando estaba en la gobernación. Pero quienes adhieren al oficialismo consideran un retraso ese nombramiento, las redes se ofendieron con la vuelta al país del embajador en Brasil. Justo cuando Scioli piensa que, sin retirarse de la política, ha entregado la mayor aspiración que siempre lo acompañó: ser candidato del peronismo.
Esa pérdida de valor, tal vez, se origina en que no debía estar convencido de que en el Senado su partido le aprobara la continuidad diplomática en Brasilia. Le teme, como siempre, a Cristina. Se imaginaba en el complicado triángulo de aquellos que pugnan por una misión en el extranjero y son observados en la Cámara alta, como su sponsor Gerardo Werthein como candidato embajador a los Estados Unidos o Sonia Cavallo (la hija del ex ministro Domingo) para la OEA. A una le revisan la nacionalidad (es norteamericana) y, al otro, la residencia fiscal, ya que los impuestos los obla en otro país.
Aun así, Scioli debía saber que casi nunca se rechazan los pliegos en el Senado, allí suelen ser cordiales con los candidatos que propone el gobierno. No tanto con la amplia Ley Bases que todavía ese cuerpo deberá examinar luego que se apruebe por partes en Diputados.
(Perfil)