Mientras los guerreros del gobierno la emprenden contra la inflación, a uno de ellos lo buscan como al soldado Ryan. No está en Ucrania. Para muchos, Máximo Kirchner es un desertor, incumpliendo estrictas máximas de la militancia a las que no se obligan los seres humanos comunes. Se olvidó de todo lo que había proclamado al respecto. Ahora resulta que se debe a otro albur revolucionario. Es como si un militante, en el pasado de los 70, se hubiera negado a asesinar a un policía por día.

Un problema confesional para el vástago de la Vice quien, ante las contrariedades, dicen que mudaría el domicilio para lanzarse a un ejercicio de administración que nunca tuvo: gobernar una provincia. Específicamente, su suelo natal: Santa Cruz. Raro en quien se hizo elegir titular del PJ bonaerense hace pocos meses. Pero la Argentina es una productora de sorpresas y el oficialismo licua en forma cotidiana su poder, demanda cambio de conductas y posiciones.

Máximo, entonces, en lugar de ser un aditivo partidario, se arrasó a sí mismo por sus últimos acontecimientos —renuncia a la titularidad del bloque oficialista, sus rezongos con el FMI y el apego exagerado a las fantasías de su madre—, episodios que le complican los próximos meses tanto a él como a su secta, La Cámpora. Hasta lo reconocen. No podemos ganar las elecciones, juran. Y presumen de irse sin irse. Curioso desenlace: amenazan dejar el barco a la deriva pero sin abandonar la primera clase, tanto la madre como el hijo cuestionan al Fondo, le atribuyen culpas propias, dinamitan el acuerdo antes de que se firme y comparten con Alberto Fernández el desvarío de 5% de inflación del último mes, en progresivo ascenso además, agotamiento de reservas y desamparo general.

Habrá quien piensa que Máximo da un paso al costado en la política nacional si se cumple la versión del traslado a Santa Cruz, otros que se allana a una suerte de mandato que expresaba su padre para la profesión que eligió la familia.

Basta un ejemplo. Cuando Fernando Marín era presidente de Racing, invitó más de una vez a Néstor Kirchner a la platea preferencial. Compartían la simpatía futbolística y, de paso, Marín se entusiasmaba con la posibilidad de que el entonces gobernador de Santa Cruz se aliara con su amigo Mauricio Macri. En esos encuentros de alegría (Racing salió campeón después de 35 años), el empresario nunca pudo convencer al sureño de acercarse al ingeniero boquense. La razón: para Kirchner, Macri no respetaba un cursus honorum para su alta aspiración política, los escalones de una carrera para llegar a la cúspide, y se servía de los millones del padre para entrar por la claraboya.

Hablaba como un experto de la historia de Roma, donde se aplicaba ese escalafón para alcanzar estatura en los cargos. Primero atravesar espacios de ediles, tribunos, cónsul, antes de subir a un estamento superior. Por supuesto, fue una excusa, ya que los romanos poderosos solían vulnerar esos requisitos. Como también ocurrió con Kirchner.

Lo de Máximo sería un reacomodamiento familiar. Hasta ahora, la provincia de Buenos Aires es el santuario más propicio para Cristina, su refugio electoral aunque pierda, y habrá una innecesaria concentración de esfuerzos si el hijo permanece en el distrito. En cambio, si salta hacia Santa Cruz, otro contenido territorial puede ofrecer la potencia dinástica. Se supone que la tía Alicia, con reelección indefinida y gobernando desde el 2005, le abrirá las puertas a su sobrino.

Tal vez. Por otra parte, como la actual Vice se imagina senadora bonaerense en el 2023, designar también a su hijo como diputado del mismo distrito ya resulta abundante, demasiado opulento. Aunque esa característica nunca le molestó a la dama en ropaje, joyas, decoración o accesorios. Además, las encuestas sobre Máximo no lo favorecen con progresos para aspirar a títulos rutilantes, como gobernador de Buenos Aires o integrante de una fórmula presidencial. Ha descendido algunos peldaños en el auditorio general, igual que su grupo ad-hoc, La Cámpora.

Si Máximo parte a Santa Cruz, donde viven sus hijos, despeja el ambiente interno del PJ en la provincia donde compiten en ambiciones Kicillof, Insaurralde y Larroque. Los tres se alojan en la misma cofradía amistosa con Kirchner, pero éste parece más integrado —por razones de partido con los intendentes peronistas o económicas— con el actual jefe de gabinete bonaerense. Hasta ahora, sin embargo, Insaurralde no se pronunció sobre su candidatura y guarda sus propias encuestas en un cofre.

Al revés procede el gobernador: ya anunció su propósito reeleccionista. Larroque, mientras, espera la bendición celestial de Cristina, declara contra el Fondo más que los otros, confía como Máximo en que al gobierno de Alberto le vaya peor para que les reconozcan que ellos tenían razón. Cristina dixit. Y como a la Argentina siempre le va peor, es tendencia, quizás no se equivoquen.