Ni Javier Milei sabe que en octubre ocurren milagros. Aunque los espera como el agua bendita de Roma o Jerusalén, sus dos fuentes inspiradoras para una devoción religiosa. Puede apelar al Señor de los Milagros, la Cruz pintada sobre una pared de adobe en el Monasterio de las Nazarenas (Perú) que resultó intacta después de un devastador cataclismo, convertida en la celebración católica más vistosa del Perú que se expresa por la penitencia, la austeridad, el turrón de Doña Pepa y procesiones populares con fieles cubiertos por túnicas de un mismo color: el violeta.
De ahí que octubre es el “mes morado” en la tierra de Cesar Vallejo, justamente la tonalidad que al economista liberal argentino le tocó en suerte para competir con sus boletas en la elección presidencial. Pura coincidencia de la paleta del pintor para intentar repetir y multiplicar en octubre el fenomenal resultado que obtuvo en las PASO. Búsqueda de un nuevo milagro. Y, para continuar en el mismo cuadro cromático, hasta podría invocar el candidato que es un muchacho índigo, con poderes especiales, empático, superdotado, con un aura especial.
Cierto sector de la sociedad parece dispuesta a creer en ese derivado político del azul con rosa que ahora detenta como insignia, el impensado participante electoral que ha sido en el inicio más que Carlos Menem como fenómeno. Y que ahora apunta a ser más que él mismo en el próximo comicio. Complejo desafío.
La amarga hora del castigo
Lo ayuda, eso sí, el derrumbe económico del gobierno, la falta de una contención inflacionaria y el vertiginoso declive del contendiente Sergio Massa, quien viaja a Washington para pedir una ayuda adicional al acuerdo con el FMI. Al parecer no puede reclamarlo por teléfono o simplemente pretende una fotografía de campaña sobre un préstamo ya concedido. Gracias, claro, a la reciente devaluación —entre otras medidas de ajuste— que tuvo el aval de Cristina Fernández de Kirchner y el Presidente Alberto, dúo que negaba esa posibilidad y se tragó el laxante con cara avinagrada.
Sin embargo, no hubo calma y empezó un conteo decisivo, rumores funestos de crisis y, por ejemplo, a Mauricio Macri le acaban de notificar distintos empresarios amigos que la situación se ha vuelto incontrolable y que al gobierno no le alcanza el combustible para aterrizar en octubre. Noticia que dijo angustiarlo justo cuando festejaba el magro triunfo de Patricia Bullrich —le importa de Brasil al asesor político Guillermo Raffo para que se complemente con el consejero Derek Hampton—, su óptima relación con el rutilante Milei y, en particular, celebraba haber hundido al poco leal Horacio Rodríguez Larreta —según el— y, en particular a la Unión Cívica Radical capitalina de Enrique Nosiglia y Emiliano Yacobitti, con quienes hasta podría tener un enfrentamiento físico si se encontraran por la calle. Su postre de alegría, sin embargo, era femenino: se comió con deleite a Elisa Carrió y a la frutilla de la Vidal.
Pugnan Bullrich y Milei en ofrecer un marco de prestigio a sus candidaturas, como si no alcanzara con ellos mismos. Sugieren espontáneos y profesionales. La dama ya menciona como seguro a Carlos Melconian en Economía, quien le cedería el Banco Central a Luciano Laspina mientras posterga en la negociación a su socio Rodolfo Santángelo. Ocurre que Patricia reveló flancos débiles personales en el tema económico, requiere de asistencias idóneas y, como se vio en la elección, la crisis en el bolsillo del electorado fue determinante en la votación. Entonces, Patricia necesita cambiar rápido: ya anunció tres medidas del escaparate de Milei como propias, nadie reclama derechos de autor.
Distinto a la pobreza del discurso que dio el pasado domingo, festejando casi una derrota y con algunas frases de Santiago Kovadloff que solo seducen a una minoría adicta a los calembours. Al revés, esa noche Milei ofreció un mensaje más institucional, serio, salvo por interrupciones de inflamación propia o del personaje que ha inventado.
Peor resultó, en cambio, el rol primario de Sergio Massa, atemorizando al auditorio con la venta de bebés que se viene, la comilona de niños envueltos que engúllala la derecha y otras atrocidades semejantes. Sin salud ni educación libres como Tarzán, pero desnudos en el hielo. Idea que propicia Cristina, quien además le dictó una monserga a Axel Kicillof, leída con pulcritud y obediencia debida, como si el gobernador no fuera capaz de hablar por su cuenta. Un desprecio al cargo, al hombre y a la oportunidad: esa alocución servía para un 9 de julio, la inauguración de una ruta o la piedra bautismal de una obra. No era un comentario al resultado electoral. Quizás en esa expresión desconectada y personalista se entienda la sepultura que Cristina Fernández de Kirchner le está reservando al peronismo.
Se dice que ella anticipó los tres tercios del resultado. Falló en lo principal: se olvidó del ganador. Estaba convencida que Patricia sería la vencedora, lo confesó en una reunión bonaerense casi familiar en la que abundó hasta el champagne, un asado prototípico del tradicional peronismo que tanto aborrece. Se olvidó la viuda de Milei o está tan ciega por su terror a que denomina la derecha que ni siquiera desea considerar al economista. Una misma prevención que alcanza a Massa, al que rodeó con el deseo que pierda: le designó un jefe de campaña sin conocimientos (Wado de Pedro), lo minimizaron al ministro para que saque menos votos que Kicillof y, encima, impulsó a un desaforado Juan Grabois con un plan económico que tal vez interese a los nuevos golpistas del África.
A Cristina, como a su disminuida grey, le cuesta entender la performance de Milei, que lo voten más pobres que ricos, que gane en el norte, en el medio y en el sur, o que trabajadores de salario mínimo lo apoyan igual que aquellos en Añelo, el corazón de Vaca Muerta, ganan 850 mil pesos de sueldo en su primera tarea. Y, tal vez, lo más grave: una mayoría silenciosa de jóvenes que reduce al mínimo a su querida Cámpora en la urna, otros simpatizantes que quizás —como ella— nunca leyeron a Misses y, menos, a Murray Rothbard, ese economista, historiador y filósofo anarco capitalista con el que Milei sueña semejarse. Aunque aquel vitriólico personaje jamás pensó en ser Presidente.
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