Si alguien vive de los recuerdos, imaginar otro 17 de octubre frente al Palacio que alberga a la Corte Suprema parece un acto de excesiva nostalgia. No hay fuentes con agua para “meter las patas”, el clima es menos benigno y, más importante, entonces la movilización se proponía liberar a Perón de la cárcel. Ahora es el temor de que alguien, en un futuro lejano, vaya preso. En 1945 hubo un gentío en Plaza de Mayo cuando la población debía rondar las 10 millones de almas.
Ahora, ochenta años después, con 50 millones de habitantes, la pretensión soñadora y revolucionaria es conseguir un número semejante al de la memorable concentración y lograr que el alboroto callejero, la posible ocupación del edificio y el descrédito público de los cuatro ministros (Rosatti, Lorenzetti, Rosenkrantz y Maqueda) impidan la continuidad de los procesos judiciales contra la actual Vicepresidente bajo el lema: “Salvar a Cristina”. Hay un aparato político que no se atreve a garantizar la plenitud del acto, pero al menos asegura no convertir la protesta en la bobalicona y mínima experiencia de Carlos Chacho Álvarez cuando creyó sembrar la plaza panes con la intimidación de su renuncia a la Vicepresidencia.
Objetivo: provocar la renuncia de todos o algunos miembros de la Corte que cuestionó hace pocas horas la viuda de Kirchner, más tarde refrendado por el propio Presidente, quien graciosamente dijo que ha reflexionado a favor de lo que expresó su tutora. Se ha tomado Alberto muchos años para el momento de meditación. Y justo cuando menos le cree el auditorio argentino. Además, esas confesiones interesadas quizás lo rocen hacia el futuro, cuando tal vez aparezca en alguna causa como le ha sucedido a todos los últimos mandatarios del país.
No debe olvidar el Presidente una observación que siempre repetía un considerado difunto y miembro pasado de la Corte Suprema, Enrique Petracchi: “Por acá inevitablemente casi todos los grandes personajes tendrán que pasar”. Un dato más que una amenaza de quien había llegado al cargo por el peronismo y, en particular, por obra de Lorenzo Miguel y el gremio metalúrgico. Ese origen no le impidió, sin embargo, que se resistiera a Carlos Menem para incrementar la Corte Suprema de 5 a 9 miembros, el mismo propósito que hoy anida en la voluntad de Cristina, su verdadera intención.
Al contrario de los que sospechaban que promovía en el Senado el proyecto de aumentar la nómina del instituto a 25 miembros como representantes de todas las provincias, un disparate de frente, dorso y perfil que seriamente nadie puede atribuirle a ella. Esa especificación federalista ni siquiera figuró en el contenido de la iniciativa frustrada en la cámara, con la cual jugaba Cristina con picardía política: ofrecerle a la oposición un señuelo para discutir, como ocurrió, en el cual sus rivales consumieran energía y tiempo.
Pero ese humor político no reina en otra contienda, a descifrar entre ella y el número uno del gobierno. Como se sabe, Cristina le reprocha a su designado Alberto que no pudo contener los avances en contra de ella (y de su hija, sin fueros) en distintos juzgados. El vicario aduce que hizo más de un intento, que se esforzó y que, tal vez, no dispuso de la habilidad necesaria. También cree que no recibió asistencia razonable del Patria & Cía. y, como replica, sostiene en sentida queja y justificación a su Vice: “Vos fuiste gobierno, no tuviste capacidad para resolver estos temas a pesar de que tenías una Corte en la que estaba Zaffaroni y otros acompañantes, y ahora me exigís a mí que haga lo que vos no lograste, justo cuando no tengo cámaras favorables, hay fiscales abusivos y ni siquiera pude colocar al procurador ni a la reemplazante de la Highton de Nolasco”.
Podría añadir: “Además, yo no te busqué los abogados, fuiste vos”. Más de uno piensa que esa elección de Cristina, al margen de la idoneidad de los letrados, no ha sido la más lucida. Mas bien, un fracaso. Hasta se advierte: “No puede ser que el defensor de Cristina lleve una comisión con su nombre”. Por lo de la Comisión Beraldi en el tema constitucional.
Más incendiaria que en otras oportunidades, Cristina increpó a la Corte hace pocas horas, a sus integrantes, a la Justicia en general y hasta a diminutos satélites de los magistrados. Casi desaforada y con un contenido que surge más del olor de los servicios de inteligencia que de una minuciosa o sutil investigación. Inclusive, hasta ingresó en objetar a funcionarios que han sido promovidos por el partido que dice representar, como Juan Carlos Maqueda, y que su propia fracción parecía respetar.
Quienes la frecuentan sostienen que le queda pólvora en sus alforjas para mantener el fuego contra sus denominados enemigos: dicen que podría denunciar a Rosatti y a Rosenkrantz por una supuesta decisión inconveniente. Versiones para constituir pruebas. Si sorprendió su fragor contra Maqueda, más suspicacias genera su odio con Rosatti: fue su admiradora —junto a Elisa Carrió— en la Convención del 94, se lo recomendó a su marido para Procurador y Ministro. Quizás se haya resentido con el que hoy es titular de la Corte desde que abandonó sus funciones en el Gobierno kirchneristas por no compartir unas obras dudosas de corrupción que Néstor impulsaba. Ese silencio cómplice y no cumplido que Kirchner le reclamaba a sus allegados siempre fue una recriminación que le hizo a su mujer en el caso de Rosatti.
Pero el encono de Cristina contra los magistrados apunta más hacia adelante que al pasado, a su propia imaginación para dinamitar todo el Poder Judicial, el que imagina en su contra a pesar de que hay equipos completos que juran lealtad a la Vice. La picaresca que uno le admite al desinflar el proyecto de los 25 ministros de la Corte no se percibe en su nuevo lanzallamas: curiosamente, una actitud tan indiscriminada contra la corporación genera más unidad que diferencias, y obliga a superar grietas menores ante ataques tan frontales. Elemental y transparente, salvo que ella esté cegada por el temor y el rencor.
Por ejemplo, las notorias disidencias entre Lorenzetti y los otros tres miembros del cuerpo se disipan ante los bombardeos, los tres a uno internos se convierten en un cuatro unánime hacia afuera. Lo mismo debe ocurrir con el resto de los integrantes del Poder Judicial, inclusive afecta a los propios adherentes al kirchnerismo. Ni siquiera dispuso la dama, en esta brutal ofensiva, del antecedente de su marido cuando logró remover algunos integrantes de la Corte apenas inició el mandato. Antes de que Eduardo Duhalde lo designara a Néstor Kirchner como Presidente, intentó desmoronar el pleno de la Corte, una frustrada carga global que lo colmó de ira. El sureño sucesor, en cambio, en lugar de amedrentar a todo el instituto, se detuvo en enfocarse solo en algunos magistrados. Así la barrió.
Resulta asombroso que en el triángulo exclusivo, ahora hermético, de Cristina, Alberto y Sergio Massa, no se le haya notificado de algunas ignorancias a la Vice y se haga causa común en un planteo de carácter revolucionario cuyo desenlace se torna imprevisible y en el que prevalece el interés de una sola persona. Massa hasta ahora no ha avalado las palabras de sus dos contertulios contra la Corte y el jefe de Estado sigue nervioso, en apariencia más solitario que nunca porque algún amigo se fue de vacaciones y ninguno de sus íntimos puede participar de las reuniones del trio máximo. Le quedan al mandatario, por lo tanto, pocos refugios: algunos, a la noche, le puede provocar irritabilidad y hasta dificultar la armonía con su pareja y la atención al bebé reciente. Como todos los días y a una mayoría abrumadora de argentinos, por la crisis debe consentir al final de la jornada: “¡Qué bien estábamos ayer!”.
(Perfil)