Se pasó una vida esperando. Un cumplido, una felicitación, un gesto afectuoso. Verla, al menos, que lo reciba. O que le atienda el teléfono. Ninguna gratitud hubo en más de dos décadas de obediencia debida: solo cosechó desprecio oligárquico. Por no citar las miserias de organismos que revisaban su intimidad, la firma de eventuales concesiones, los emprendimientos de su mujer y, de paso, alimentaban una campaña en los medios denunciándolo por inspirar conspiraciones, burlándose.
El miércoles a la noche Daniel Scioli rompió ese encierro opresor, el cascarón que le impuso como condena Cristina de Kirchner y, en la palermitana parrilla Don Julio, finalmente sonreía: era él quien esta vez esquivaba los llamados telefónicos de ella, tampoco le devolvía los mensajes. Se independizó: de la humillación al renacimiento. Aunque sea momentánea su venganza, en un castigo al reino del látigo y la lapicera, en la lucha libre recién iniciada su llave puso de espaldas a la viuda de Néstor, a su hijo Máximo y al ministro Sergio Massa.
Claro que el resultado de ese deporte olímpico, además de transitorio, puede prostituirse al profesionalismo del catch, a la farsa del Pro Wrestling que tanto seduce a los norteamericanos. La política permite esos juegos. Lo cierto es que Scioli en apariencia quedó habilitado para competir en la interna del oficialismo gracias a que Máximo Kirchner le facilita los avales para presentarse, según rezó un comunicado del mismo Kirchner. Un gracioso oportunista. Actitud partidaria tan generosa que está bajo sospecha: se adelantó a lo que sabía que la justicia electoral se iba a pronunciar.
Discusiones aparte, el Pichichi —bajo la astuta batuta de Alberto Fernández, su “hermano” del alma, según confiesan— avanzó contra la voluntad expresada de Cristina y Massa, ambos convencidos de que no hubiera PASO en el PJ invocando la conveniencia de una lista de unidad y de estar representados por un candidato único.
Rareza: Cristina, quien se autopercibe “proscripta” como los que adoptan otro género, trans, lesbianas, andróginos o no conformistas, una víctima del lawfare de acuerdo a sus propios mensajes, estaba a favor de proscribirlo a Scioli. Y a cualquier otro aspirante. Casi de loquero la discriminación. Pero, ahora, sus pedidos han dejado de ser órdenes, ingresó en un notorio declive, al punto que esta semana decidió borrar de su Index al tucumano Juan Manzur, lo sacó del destierro como si lo perdonara y lo colocó en la fotografía junto a Wado de Pedro, en un proyecto de liquidación del oficialismo que ni un inocente había imaginado. Al menos Nerón tocaba la flauta.
Sorprende, mientras dure, el flechazo de Alberto para disolver 20 años de cristinismo, enterrarla a ella misma, impulsando una mini rebelión adosado a Scioli (aunque ahora ambos sostengan que están alejados entre sí). Tarea de abogado pleitero más que de profesor. En esa maniobra de alto riesgo, además, incluyó a su ministro de Economía, hoy de laborioso meloneo a Cristina, su otrora amigo y ahora abierto enemigo, cuya esposa Malena creía haber intimidado a la misma sociedad argentina cuando advirtió: “Sergio o el caos”. No tiene precio la megalomanía.
Pero esa aseveración se derritió como un helado. Scioli, en apariencia, le acaba de arruinar la obsesión presidencial de Massa, lo que aumenta la extremada aversión contra el embajador en Brasil de Malena, quien lo responsabiliza de algún episodio criminal que ocurrió en su casa durante la gobernación del motonauta. Robos y secretos. En forma pública, temeraria, hubo de increparlo a los gritos en la puerta de un bar gritándole: “Forro, forro”. Si no le faltara un brazo, hasta lo hubiera trompeado. Fue más franca que los responsables de Inteligencia del Estado que se hicieron los distraídos ante el asesinato de uno de sus cuadros más importantes, cuando fuerzas policiales de la provincia lo acribillaron en forma alevosa y más tarde ofrecieron una explicación para el Billiken del siglo pasado.
Para colmo, Scioli-Alberto han constituido un triángulo de las Bermudas para el kirchnerismo con la pareja Pepe Albistur-Victoria Tolosa Paz, ansiosa también por desagraviarse a sí mismos de los agravios de Cristina: la humana necesidad de responder al daño con otro daño. Y en el caso particular de damas enfrentadas, se afirma que la hostilidad es superior a la de los hombres. Aunque puede ser más aburrida la confrontación, de ahí que solo provoque interés la riña de gallos, no la de gallinas, a pesar de que ellas también son belicosas entre sí.
En las oficinas porteñas de Albistur se han estacionado diversas ambulancias peronistas con heridos, gente apartada por La Cámpora, que busca justicia con su pasado, reparación y, por supuesto, cargos. Sobre ese punto y la incidencia de la interna en provincia de Buenos Aires, también el miércoles hubo otra cena clave. Protagonistas, el ahora divorciado Martín Insaurralde, ministro de gobierno de Axel Kicillof, y el cascoteado Máximo Kirchner. Ambos en sintonía, poco tiernos con el gobernador, a quien todavía desearían enviar a la estratosfera presidencial: no les alcanza con intervenirle la administración, aunque más inquietud les despierta que Axel insista en reelegirse.
Rechaza obviamente el patíbulo de la pugna por la Casa Rosada, prefiere el calmo y masónico clima de la ciudad de las diagonales. Decide Cristina sobre este desenlace, como se sabe. Finalmente, su estrella se opaca, pero no se apaga. Al menos en el cielo bonaerense. Quienes observaban el encuentro también soñaban que antes de este sábado aparecería algún recurso para dinamitar el combo Scioli-Alberto-Tolosa Paz, sea judicial o de otra materia. Nadie cree, ni el mismo candidato, que se haya ubicado en la línea de partida con una lanchita de juguete.
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