En 15 días, la Corte registró la elección de un nuevo titular (Rosatti), el encono personal contra esa designación por parte de otro miembro (Lorenzetti) y la partida de la única dama (Highton de Nolasco) que se mantenía en el cargo contra las reglas de la vejez jubilatoria (avalada en su falta ética, curiosamente, por quienes en su momento se desgarraron el pecho por la misma burla al límite de los 75 años que utilizó Carlos Fayt). Por no hablar, en este breve período, de la extinción penosa de un proyecto legislativo, casi un complot, que suponía la intervención de un poder sobre otro en nombre de la democracia. Ahora, por la ausencia femenina, desde ciertas fuentes, se anticipan tenebrosos desenlaces en la Corte. De empates reiterados a crisis de representación. Sin embargo, para muchos resulta difícil que cambie algo con la modificación del número impar: Rosatti, Maqueda y Rosenkrantz proceden con bastante unanimidad y el mediático Lorenzetti permanece, como antes, en la minoría automática. Conclusión demasiado sencilla: los tres no piensan igual. Además, la torta ahora se divide en 4 partes y, en algunos casos —particularmente Rosenkrantz— se deberá excusar por compromisos empresarios o, peor, será recusado por algunas de las partes. Por ejemplo, Cristina no utilizará esa táctica para imputarle connivencia con la “mesa judicial” del macrismo. O, en otro tema delicado, el rol del ministro será cuestionado por el tratamiento de la ley de servicios públicos (caso Clarín, empresa en la que prestó servicios). Por lo tanto, la supervivencia de 4 tendrá algunos tropiezos y la sucesión de Highton puede ser más un problema matemático que judicial: se va una persona que solo podría ser reemplazada por dos y no justamente por haber sido insustituible. Otra farsa más.

Guiños cruzados en el baile de la Corte

Cuando un partido no domina los dos tercios del Senado para aprobar a un ministro de la Corte, por lo general negocia con la oposición el ingreso de otro: una operación de canje, histórica. Pero hoy ese intercambio se torna complejo, hay una sola vacante para dos eventuales postulantes partidarios. De ahí que también se lanzarán alocadas versiones de otros apartamientos en el instituto, Maqueda por razones de salud y repentinos un juicio de la obra social, Rosenkrantz por distraerse en una causa del fiscal Stornelli. A esa abundancia poco sustentable de rumores, habría que agregarle la presunta ida de Cristina a Olivos, hace 24 horas, forzando la suspensión de otras audiencias de Alberto y tratando de imponerle a su abogado personal, Carlos Beraldi, como aspirante a la herencia de Highton. El mandatario, quien en su momento nominó a ese letrado para integrar una comisión constitucional, dicen que se le plantó a su Vice y sostuvo como condición de genero que una mujer debe reemplazar a otra. Cuesta imaginar a Cristina, sin embargo, con una propuesta tan poco inteligente. Se desconoce, por otra parte, que el Presidente disponga en su coleto de una dama tan ecuánime e idónea para ese cargo vacío: de ahí que el agujero puede durar mucho tiempo.

Como se sabe, el ingreso a la Corte suele responder a ciertos méritos y a la influencia partidista. Por citar ejemplos: Enrique Petracchi llegó gracias al peso de la Unión Obrera Metalúrgica y a su amigo Lorenzo Miguel, Carlos Menem puso a su socio en el estudio (Julio Nazareno), Raúl Alfonsín introdujo a Augusto Belluscio, Elisa Carrió recomendó a Rosatti (y Cristina no lo objetó), Macri y los medios dominantes a Rosenkrantz. No son perlas, constituyen un rosario del interés político. Después, a menudo los elegidos se atribuyen la llegada al Cielo judicial por sus propios aportes al rubro, lo creen con tanta insistencia que se persuaden ante el espejo de su autónoma personalidad. En el caso de Highton, su promotor fue Alberto Fernández. Fue a él, justamente, a quien ella notificó previamente de su renuncia y, como respuesta, el mandatario le aconsejó —sin conocerse el sentido estratégico de la decisión— prescindirse de la votación a favor de Rosatti. Entonces ella venía con el arrastre de cierto deterioro físico, era la única del quinteto que no asistía al Palacio desde que empezó la invasión del Covid y, con ellos, se encontraba por zoom solo los días martes durante el último año y medio. Su retiro, seguramente consensuado con un esposo al que le endilgan profesión de fe cristinista, no implica perder el goce de rentables tareas que consiguió para su hija y adláteres, una tradición en la Justicia. Estos favores familiares, tan comunes, se conservan y mejoran con un presupuesto gigantesco en la Corte, dicen que bien cuidado y reservado para amigos. Hay hasta una protección de los magistrados comunes: siempre se necesitan contratos.

La sastrería de Lorenzetti

De esos silencios no se expresa Lorenzetti, hoy tan dispuesto en sus nuevas e inéditas actuaciones televisivas y radiales a preservar el valor de la Justicia, en apariencia denostada por la opinión pública. A pesar de que él estuvo al frente de ese instituto en los últimos veinte años. Singular el cambio, también el giro contra de la discreta reserva que instaló, sigiloso y florentino, eligiendo interlocutores y voceros oficiosos. Un secretismo que ahora parece abandonar en favor de los ciudadanos y no por interés personal. Es lo que sostiene, como el Pereira de Tabucchi.

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