Si dos panteras y dos conejos en una misma jaula no son 4 animales (después de un breve tiempo), las matemáticas tampoco avalan otro ejercicio de suma: en política, ningún dirigente puede precisar la cantidad de votos que su partido está en capacidad de transferirle a otro. A pesar de estar convencidos de ese mandato.

Es un dilema para vendedores: Juan Schiaretti, Cambiemos y la mínima izquierda, cuyas respectivas manadas quizás no respeten la orden de sus lazarillos. Pero igual habrá transacción, promesas de triunfo, apoyos y neutralidades, un precio a fijar y, por supuesto, la generosa voluntad de pago por parte de Sergio Massa y Javier Milei, los dos candidatos que rivalizan en la final del 19 de noviembre. Aunque ninguno de ellos sepa lo que compra.

La reconfiguración del mapa político

Esta semana Massa se autopercibe —un verbo que no solo se aplica en la diversidad LGTB—como el aspirante más promisorio. Hasta puede disfrutar de una premonición que alguna vez le colgó Néstor Kirchner: “Vos vas a ser Presidente de este país porque sos más hijo de puta que yo”. Se alienta con el resultado del último domingo, en el que obtuvo una jugosa diferencia porcentual sobre el economista.

Y, sin disparar un tiro, derribó también el muro de Cambiemos, esa construcción electoral que alguna vez gobernó la Argentina: hoy sus dispersos integrantes no saben en cuál de las dos piscinas van a nadar a pesar de comunicados, juramentos y contratos. Curioso: sorprende en el oficialismo tanto entusiasmo de éxito cuando los números para alcanzar la meta parecen insuficientes.

Massa no está solo en la aventura: los gobernadores, intendentes y punteros que lo empujaron a la victoria ahora demandan un pago anticipado, el cumplimiento de acuerdos previos. No alcanza decir “esperen a que gane, a que atrape al chancho antes de comerlo”; exigentes, como sus situaciones personales ya están resueltas, plantean un compromiso inmediato, efectivo, para volver a acompañar la gesta —llevar gente a los comicios, entregar la boleta, poblar de fiscales el acto y hasta bendecir con aditivos a cada sufragante que pruebe el voto a favor por el celular.

Algo así como el añejo mecanismo conservador de entregar una alpargata a la entrada y otra a la salida del cuarto oscuro siempre que se cumpla el requisito exigido. Sobre todo, dicen, instrumentado en la provincia de Buenos Aires, esa mágica proveeduría para conseguir la pole posición de Massa en el orden nacional. Allí, junto al boom del negocio electoral, se observa el alumbramiento de una porfía inevitable. Antes de salir a la cancha.

El referéndum que viene

Axel Kicillof se besuquea con Massa, fue la columna para la conquista y su propia reelección. Pero ese connubio no dura: hombre de Cristina, ya se perfila como sucesor presidencial para el 2027 y, como se advirtió en su discurso de la misma noche del domingo, difiere con Massa en todas las letras del abecedario. Basta confrontar un mensaje con otro. No solo en las formas. Se encumbra junto a Andrés Larroque, quien a su vez sueña con la gobernación dentro de 4 años y, juntos, van a nutrir el gobierno bonaerense de alineados, lo que implica la partida del círculo rojo de Martin Insaurralde, caudillo alguna vez elegido por la Vicepresidente (no tal vez para las misiones náuticas en Marbella).

Quien se ha vuelto un estorbo en ese juego de poder es Máximo Kirchner, un obligado concurrente por legado familiar. El primer argumento de los propios contra Massa se ampara en otra tradición familiar: atención, el candidato se cree Néstor, quiere 4 años para él, otros cuatro para Malena y así sucesivamente. Como tienen edad para ese lanzamiento futuro, Kicillof se preocupa.

Arde también el otro bloque en la frontera vecina: Javier Milei, ligeramente amargado por su improvisación política en la primera vuelta, se atoró con sus propias palabras, no logra atar los recién venidos que se creen personajes y, ante la duda eligió apelar a la terapia de Mauricio Macri: en 48 horas cerró un pacto con el ex Presidente y su adversaria Patricia Bullrich. Estaba tan desorientado en ese momento que hasta le ofreció un ministerio al trotskismo. Casi un desvarío. Ni siquiera hubo cena entre las partes: apenas un turno de servicio, dos horas para hacer la venia, volverse moderado y, seguramente, modificar su personal Gabinete Eurnekian con el que amenazaba (Posse, Ferraro, Francos y Cúneo Libarona, entre otros).

Macri, el gran derrotado del domingo, de pronto se convierte en jefe de campaña, impone condiciones y coloca varios de sus ex en un futuro equipo. Afortunado, justo le ocurre este fenómeno del cielo no por ser un virtuoso de la libertad, sino porque teme perderla: hay una causa con posibilidad de energizarse (el blanqueo de plata habilitado para familiares) que lo aproxima no solo a tribunales, sino al nervioso itinerario de Cristina de Kirchner en la Justicia. Sabe además que “Ventajita”, como alguna vez lo disminuyó a Massa, sueña cobrarle con creces ese apelativo. Y hace frío en comodoro Py.

Abalanzarse sobre Macri indica que Milei admite errores, un hombre que de pronto acertó el Quini y después no supo cómo gastar la plata del premio. Se la derramó en un altivo aislamiento, recluido solo con favoritos, sin ordenar seguidores ni adeptos —bajo la estupidez de que en su núcleo opina cualquiera— y fabricando enemigos gratuitos como la Iglesia, sin distinguir entre curas devotos y pedófilos, o el Papa a cargo de los católicos y el Bergoglio guardián de hierro jefe de Estado. O generalizar agravios a todos los empresarios como a radicales “basura” (sin separar a Yrigoyen y Alfonsín del pensamiento de Alvear y Alem). Falta de consistencia en un aficionado que, ignora, para ser Robespierre primero hay que ganar la Asamblea.

Una elección que prende fuego todos los libros

En franca tarea ahora para seducir adversarios, Milei logró convencer a la Bullrich con un tango a lo Melato tocado por Macri y establecer una prioridad de campaña: recordar el miedo al cristinismo que viene oculto con Massa en devolución al otro miedo que Massa difundió con éxito sobre Milei con venta de órganos y pistolas 45 en la mochila de los niños.

La fascinación no alcanzó a un Horacio Rodríguez Larreta dispuesto a fundar su propio partido o auxiliar a su amigo Massa. En cambio, el candidato avanza sobre un Schiaretti que recomienda a su ministro de Economía como una figura a tener en cuenta si se alcanza una comunión. También lo respalda Domingo Cavallo. Habría lugar también para el otro de la fórmula, Florencio Randazzo, anotado para titular de la Cámara de Diputados, aunque esa posibilidad también se baraja para Miguel Pichetto.

Predican estas combinaciones de unidad tanto Massa como Milei, entendibles para ganar. Pero inoperantes para gobernar en medio de una crisis.

(Perfil)