Sonó el teléfono, atendió Martín Insaurralde, llamaba Cristina. Molesta, como tantas veces, la Vice le reprochó al jeque de Lomas de Zamora y ministro de Kicillof que su esposa Jesica Cirio se exhibiera con aspaviento en las tribunas del Mundial de Fútbol junto a otra pimpante compañera. Era el martes a la mañana. Ya no intenta la viuda de Kirchner prohibir que el elenco oficialista de su provincia esquive Qatar, al menos pretende que disminuya la alharaca del turismo futbolero exhibido en fotografías y videos.
Venía jaqueada Cristina por la experiencia del adolescente Massa y algunos de sus legisladores irrefrenables ante la pelotita, teme que las exuberancias personales lastimen su campaña política. Pero el telefonazo femenino tropezó con las mismas angustias del mismo receptor: para él también resulta arduo limitar a quien, como la hiperactiva modelo de la tele, logró ascenso social, político y económico merced a la ostentación de sus cualidades. Cada ciudadano tiene una Cristina en su casa.
Más de uno imagina que la Vice no se ocuparía de estas menudencias turísticas para controlar la vida de otras mujeres y entiende que su intervención, en todo caso, se relaciona con el desenfreno de una puja interna en el gobierno bonaerense entre el mismo Insaurralde, otros intendentes, y el responsable de la Seguridad, Sergio Berni. Un incendio que puede volverse ciclópeo por las alternativas en danza: le atribuyen al funcionario mala praxis, escaso dominio de la bonaerense, exagerada publicidad personal y, ahora, mínima defensa ante una serie de acusaciones de corrupción.
A su vez, Berni dicen que se ha cruzado con uno de los máximos jefes distritales, del diálogo pasó a un enfrentamiento oral con amenazas de carpetas sobre actividades non sanctas y, al mismo tiempo, se reconoce que tanto el gobernador como la misma Vice evalúan la inconveniencia electoral de la salida del secretario. Quien jura que no habrá de renunciar y que si lo despiden encabezará para las elecciones próximas un emprendimiento propio. Para Cristina como para Kicillof no es momento para perder votos y separarse de un pararrayos que suele engullirse gran parte de los tormentones en la provincia.
Justo ocurre la quema provincial cuando ella, en su último discurso, aludió al penoso drama de la inseguridad en el distrito, tema que no mencionaba desde la época en que junto a su marido y al gobernador Felipe Solá le rogaban al ingeniero Blumberg que mitigara las protestas porque generaban inestabilidad institucional. Siempre preocupada por la democracia. Ahora pide gendarmes para auxiliar a la policía en el Conurbano, una demanda que solo gratifica a quienes ignoran la naturaleza de la crisis.
Lo curioso es que Cristina no habla con Berni desde hace muchos meses, no le atiende sus llamadas, pero al parecer lo protege de acechanzas que son promovidas por los intendentes del Conurbano. Como si entre ella y el militar-médico existiera un lazo invisible, secreto, o fuera superior el temor de someterse al avance de jefes distritales interesados en ocupar el área y dominar a la Policía Bonaerense. Vaya uno a saber.
Se cortó el vínculo entre Cristina y Berni cuando éste, furioso en las últimas elecciones porque habían desplazado de las listas de candidatos a figuras de su agrupación —solo consiguió ubicar como diputada a su mujer, Agustina Propato, una preferida de la viuda—, desagotó su rabia en un altercado físico con Máximo, el responsable de La Cámpora por apartar a cuanto aspirante no fuera de su secta. Se excedió Berni en la intimidación, a la madre no le gustó que su hijo se derritiera encima frente a un cinturón negro de karate.
Tampoco hablan ahora desde que apareció una lista de propiedades y bienes del funcionario de multiplicación geométrica, no declaradas, propia de ciertos hábitos del kirchnerismo explícito, cuya difusión algunos atribuyen a inmobiliarias vengativas debido a que no le pagaron la correspondiente comisión de compra y venta. A veces, por no pagar centavos se derrumba un edificio monumental en dólares. Muchas de las localizaciones denunciadas en el programa de Jorge Lanata se ubican en la zona de Bariloche, lugar al que visita Berni con fruición y en viajes de envidiable aguante: manejaba él solo, de un tirón, una camioneta sin asiento reclinable y, cuando está cansado, se detiene en una estación de servicio para tomarse una gaseosa y un helado de chocolate. Con esa asistencia energética continua el interminable viaje quien suele proponerse como una suerte de lobo estepario de la literatura.
La distancia con Berni no obligó a Cristina a separarlo del gobierno Kicillof. Sigue unida a él por un extraño magnetismo. Raro. Las denuncias le importan menos: ella soporta más inventario, es una experta en ese tipo de experiencias, sabe que solo hay que lamentar y ofenderse por la malignidad de los medios y agrandar la fortuna de ciertos abogados. Otra razón: la Vice no desea ofrecer esa cabeza blanca a una hilera de intendentes cargados de incrementos patrimoniales del mismo tipo y que, según piensa ella, pretenden el cargo por una pretensión crematística.
Está dominada por una vieja creencia de que el control de la Policía Bonaerense, cerca de cien mil hombres, se sostenía a través de una “caja” y al margen del presupuesto con un nutrido aporte mensual de doce cabeceras —divididas a su vez en 4 categorías, de acuerdo a las características dinerarias de los barrios— realizado con exactitud el 3 de cada mes. En esa fecha se llenaba regularmente “el cajón”. Esa versión recaudatoria, basada en habilitar actividades non sanctas como el juego, la prostitución o el desarmadero, satisfacía deseos del personal superior de la institución y las necesidades elementales de los intendentes, esa insaciable casta política.
La “caja” policial siempre fue el objeto a reclamar con los intendentes, como la del juego y la del Banco Provincia. Ahora insisten con la misma tesitura, especialmente desde que Máximo y su logia se asociaron con Insaurralde. Sin embargo, como se sabe, esa “caja” de la Bonaerense se ha deformado con la expansión del negocio de la droga y su posible penetración económica en un universo en el que los cadetes, al egresar de la escuela para controlar las calles, ganan 57 mil pesos y disponen de una cobertura médica que la rechazan la mayoría de sus inscriptos. Y además les toca vivir en la vecindad de los delincuentes.
Suspenso para la continuidad de Berni y, en especial, desafío para quien gobierna la provincia: Cristina. No le puede echar la culpa a Alberto en este caso, el chiquito Axel es de teflón. Le corresponde a ella resolver un pleito que arrastra décadas, se perpetua el fracaso en el justicialismo provincial desde hace décadas, en el que el narcotráfico avanzó como en México sin necesidad de que los intendentes tuvieran su propia policía. Desencuentros inacabables: cuando Antonio Cafiero tenía un encargado que era director de cine, Eduardo Duhalde contrataba un plan adhoc para suplantar a la “maldita policía”, Carlos Ruckauf operaba con Aldo Rico o Daniel Scioli le entregaba toda la responsabilidad a los comisarios. Siempre los Kirchner miraban detrás de la vidriera. Ahora es al revés: ella debe decidir, mientras conserva el pacto con Sergio Massa, fundado en el “yo te ayudo en la presidencial, vos ayúdame en la provincia”. Pero con Massa no alcanza y menos cuando está peleado con Sergio Berni.
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