…Y si no apela? Desde este miércoles, vienen veinte días corridos expectantes, decisivos. Se conocerá la apelación de Cristina Fernandez de Kirchner a la Corte Suprema de Justicia por el fallo del Tribunal que la condeno a 6 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. O, tal vez, la ocurrencia de evitar ese trámite porque guarda el prejuicio de que el máximo tribunal ya está en su contra, que la habitual mayoría del dos (Rosatti y Rosenkrantz) a uno (Lorenzetti) de los ministros confirmara la pena y, entonces, podría recurrir a una determinación de índole política y alto costo personal: no apela, va presa directamente, se entrega a lo que dicto el tribunal esta semana.
Deserción que ha analizado —no es un disparate del periodista— y que supone exponer su caso, a cambio, ante un jurado internacional como el de Costa Rica o adecuarse al contingente de los otros castigados (unos diez) en la misma causa corrupta de Vialidad: todos reclamaran ante la Corte y, en consecuencia, a ella le va a corresponder el mismo destino, finalmente la confirmación del delito o la ausencia de esa figura celebrada por el organismo. Esto último, semejante a lo que ocurrió con Carlos Carrascosa en el caso del asesinato de su esposa María Martha García Belsunce. Aunque Cristina vocifere contra la mayoría de la Corte y diga que “no voy a ser mascota de nadie”, por último se atendrá a la sentencia venidera, se entregará seguramente a su designio.
Difícil pensar que opte por una alternativa que la prive de la libertad en poco más de dos semanas. Menos con la incertidumbre de la duración del encierro hasta que, quizás, lo repare un tribunal externo o la propia Corte Suprema. No ofrece tanta renta política una victimización, ni nadie imagina una algarada popular para defenderla, como tontamente creyó Carlos Chacho Álvarez cuando invito a sus simpatizantes para un discurso y movilización que terminara con De la Rúa en la Presidencia. Terminé él fuera de la Vicepresidencia. Los abogados de la viuda de Kirchner recomiendan apelar, que transcurra el tiempo y no anticiparse al destino que tuvo Lula, en una cárcel común, u otros personajes del siglo pasado, como Mandela, Makarios, Sukarno, que volvieron al poder tras varias temporadas detrás de las rejas.
Tampoco parece un desafío grato para quien estaba dispuesta, como máximo, a presidir el Partido Justicialista y conservar una lapicera que nombre candidatos mientras su hijo acecha a Axel Kicillof para el 2027. En ese plano, tampoco le va bien, el gobernador conserva un núcleo propio en el país. Además, bajo ningún aspecto, por ejemplo, ella contemplaba aparecer el año próximo presidiendo una boleta en la provincia de Buenos Aires como legisladora. Y si no apela, los acontecimientos se precipitan para su vida privada, un patrullero la va a buscar a la casa, la detienen en un presidio común de mujeres y, más tarde, luego de su pedido, le conceden la prisión domiciliaria. En la que ya está viviendo, en rigor, yendo de su departamento al Instituto Patria y viceversa, como recomendaba Perón (de casa al trabajo y del trabajo a casa), masticando el legado de un marido, Néstor, que a pesar de jubilaciones millonarias y presuntas fortunas desconocidas, finalmente la condeno a vivir en Constitución y volver a militar en la provincia de Buenos Aires, a ensuciarse en esa tierra disfrazándose de peronista a los 71 años, a trabajar en suma desatendiendo los zapatos de Louboutin y las carteras de Hermès.
Si no apelara y se sometiese a los jueces internacionales de Costa Rica, tan o más lentos que los argentinos, con el agravante de estar en prisión, podría recurrir a la violación del debido proceso, con el sustento del principio de igualdad de armas. Algo así como el personaje del film Gladiador, al que enviaban a la arena para pelear sucesivamente con distintos contrincantes. Son tantas las causas que la complican que ese encuadramiento a su favor parece factible. Tampoco se puede tener a una persona peleando por lo mismo en diferentes cuadriláteros. La otra variante, siempre desde la cárcel y con la reiteración de sumar días sin libertad, sería que ella aguardase a que la Corte liberara de culpa y cargo a los otros imputados en la misma causa, tal vez por el principio de indivisibilidad del hecho, ya que según se explica en el colegio secundario una cosa no puede ser verdadera y falsa en simultáneo. Menos le pueden endilgar estafas reiteradas, siempre hay una sola, con abundante doctrina al respecto. Por supuesto, estas explicaciones provienen de la biblioteca de quienes alimentan su asesoría letrada, nada barata por otra parte. A los abogados no los caracteriza la generosidad.
En el fallo reciente, a Cristina la descolgaron del cargo de “asociación ilícita”, lo que irrita a sus numerosos enemigos, pero mantiene la acusación por fraude, aunque ella no tocaba el dinero. En todo caso, como en muchas derivaciones, la responsabilidad podría recaer en un funcionario de menor categoría de la provincia, entusiasta en colaborar con las obras del amigo del jefe, Báez. Si, en cambio, le hubiera cabido a la viuda de Kirchner la imputación de “tráfico de influencias”, observación que fiscales y jueces no contemplaron en esta oportunidad. Tampoco se alude en el fallo a la cartelización con los empresarios mágicamente elegidos, tema en que la Corte podría interesarse por simple curiosidad. Pero el cuerpo tiene sus límites: solo está habilitada para confirmar o revocar la sentencia del tribunal. Nada más.
El criterio interesado de Cristina, por el momento, parece caer en la apelación a la Corte que detesta —salvo a Ricardo Lorenzetti— y acompañar al gobierno en la comisión del Senado para aprobar el pliego de Ariel Lijo en la semana. Sería una asociación compleja y de incierto resultado: en el recinto, luego, a Lijo le costará conseguir los dos tercios de la Cámara alta: el juez se ha convertido en un instrumento al servicio de otros más que al interés personal del ascenso. Aunque Javier Milei y la conveniencia de Cristina tal vez decidan nombrarlo en comisión, a considerar luego por el Senado. Una forma de empardar las fichas en la alta magistratura, como si fuera un resultado de futbol. Mientras, Mauricio Macri y otro grupo de opositores a la designación impulsan instalar la ficha limpia, una barrera que no puede superar Cristina por si se le llegara ocurrir postularse. Ella volverá a hablar de proscripción, mientras vuelve a la militancia, habla y saluda a la gente como si fuera otra. No quiere el riesgo de ser heroína política luego de pasar por Devoto.
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