Volvió Alberto Fernández de los Estados Unidos sin cumplir la misión soñada, más difícil que la imposible del cine: su colega Joe Biden sigue sin consentir recibirlo, no parece figurar entre sus prioridades la audiencia que hace unos meses debió suspender por un resfrío. Contraría al iluso embajador argentino Jorge Argüello, quien sostiene que la entrevista “está acordada pero sin fecha”. Lo que viene a ser un embarazo sin bebe. Habrá que esperar entonces, en una reposera como consejo, la confirmación del Departamento de Estado norteamericano citándolo a Fernández para que visite a Biden en Washington. Un orgullo para Alberto, lograr lo que no pudo Cristina, el ingreso a la Casa Blanca. Un propósito que hoy el Tom Cruise argentino no podría alcanzar ni con ayuda de la Cienciología.
Demasiadas complicaciones hemisféricas para esa reunión, políticas y personales. Se advierte, por ejemplo, una profunda diferencia en los criterios de dos delegados: por un lado Argüello en Washington, por el otro el embajador norteamericano en Buenos Aires, Marc Stanley. Sorda y explosiva porfía. Argüello apelo a recursos varios en USA para conseguir la fantasía subdesarrollada del encuentro presidencial, al que considera el epítome de su carrera y la consagración internacional de su mandatario en jefe: hubo pedidos insistentes y colaboración profesional de trajinados lobbystas. Poco éxito. Hasta el momento tropieza y el transcurso del tiempo no lo favorece: se acercan las elecciones en USA y Biden habrá de lanzarse a la campaña, quizás postergue su atención sobre países menores. Y mayores también. A Stanley, quien habla con su amigo de la Casa Blanca sin necesidad de intermediarios —recordar que ha sido un importante levantador de fondos para los demócratas— le atribuyen una pretensión opuesta a la de su colega argentino: arguye que no hay temas clave para la agenda entre los dos mandatarios y, además, sospecha de cierto pícaro desdén en los actos de Fernández que podrían desnaturalizar el encuentro. No recomienda la audiencia para su Presidente, así como Argüello la considera vital para el suyo.
Si bien las exposiciones en Naciones Unidas se reiteran como una rutina —el reclamo argentino sobre Malvinas, por ejemplo—, el ultimo discurso de Fernández incursiono en otras cuestiones de su barrio mental: al mensaje esbozado por el antropólogo Alejandro Grimson, se añadieron observaciones de la Cancillería y, por ultimo, Alberto le incorporo su sello al protestar contra los bloqueos cuando son en verdad son embargos, imputar las desgracias del mundo al capitalismo y a la derecha o deslindar a las dictaduras de izquierda de la violencia. Hasta un párvulo descubre al destinatario de su mensaje. Por si fuera poco, en el organismo introdujo una cuestión doméstica que ni siquiera ella hubiese pedido: el intento de crimen contra Cristina. Sin conocer el manual del embajador Stanley, uno puede colegir que él considera innecesarias algunas referencias y hasta incompatibles con la buena voluntad de diálogo. Para Fernández, en cambio, no mencionar ciertas inquietudes de su cabeza implican abandonar las convicciones en las escaleras de la Casa Rosada. Ni por un instante piensa que son infantilidades progresistas de otra época.
Estas desinteligencias entre dos diplomáticos no explican los viajes y gastos duplicados del gobierno argentino, la costumbre del “deme dos” que hoy se vuelve inalcanzable por el tipo de cambio. También parece obra de Argüello ese recurso, quien le vendió al Presidente y al ministro de Economía un itinerario igual, paradas semejantes y los mismos resultados. Debe tener una grandiosa fotocopiadora el embajador. Con algo más de una semana de diferencia, los dos funcionarios deambularon por destinos análogos por Washington y Nueva York para culminar con una breve estadía en Houston. Como si allí, en esa tierra, hubiera que repetir —bajo la expectativa de potenciales inversiones en energía— la disposición kirchenerista, cristinista, massista y fernandiana al ingreso de capitales para explotar gas y petróleo. O para decirle a los jeques texanos que rehabilitarán un viejo decreto del secreto convenio Chevron que le permitía a las compañías retener un porcentaje en dólares de sus exportaciones en el exterior, mantenerlo a prudente distancia de la Argentina. Demasiados vuelos y comitivas para decir lo mismo. Al menos, en algo coinciden el Presidente y su ministro, casi un hallazgo.
Más que redundante la gira doble, tanto que unos sospechan que hubo fervor celoso de Alberto para no aparecer disminuido por Sergio. Un error: apenas fue el “deme dos” de Argüello con el que se han educado los argentinos. Aunque permanecen dudas sobre la actitud de ambos, como el mandoble recibido por Massa por un comunicado del Banco Central al objetar o precisar con retraso la liquidación del dólar soja. Temiendo por la transformación del alud de pesos en activos externos, y su incremento en la cotización, el organismo oficial impuso restricciones que ya estaban contempladas originalmente. Falta de fe, conocimiento e improvisación, endilgándole la medida limitante a Miguel Angel Pesce, hombre de Alberto y reafirmado al frente del BCRA unas horas antes por decreto y sin ninguna necesidad. El bombazo al dólar soja era contra Massa, una presunta operación perversa del Presidente, quien además se ocupó de impedir que un soldado del ministro accediera a la vicepresidencia primera del organismo, Lisandro Cleri (permanece en la vice dos, otra jerarquía). Pero lo cierto es que Pesce faltó al trabajo el lunes, era su cumpleaños, y la publicación y corrección del comunicado ocurrieron ese día y bajo el control massista. La justificación: contener e impedir el incesante avance de los dólares alternativos. Fue un error, un tiro en los pies que descoloca la frágil estabilidad cambiaria armada en las últimos semanas. Otra improvisación y alerta para los meses que restan hasta fin de año, cuando bajan las exportaciones y los ingresos. Atención en estos tiempos de vuelos repetidos: no por anunciadas, las turbulencias dejaran de existir.
(¨Perfil)