El embajador Marc Stanley, copiando la docilidad de su jefe Biden, revela una tolerancia envidiable: pidió ver a Cristina, la alabó y se propone comer chocolates patagónicos con ella. Encantado de la charla que mantuvo con la reina del Senado, según comunicado del texano abogado, un excéntrico que se saca fotos en monopatín.
Ya hubo otras presencias características en Buenos Aires. No le han importado las expresiones de la Vice —por ejemplo, su discurso en la asunción de Ximena Castro en Honduras— que maldicen la existencia de USA, la valla para que los pueblos regresen al gobierno, el entrenamiento de militares en el pasado y el de jueces en el presente, la hegemonía en el FMI y la certeza de que este organismo impone planes para habilitar la propagación del narcotráfico.
Una teoría que se resume en que las escuelas que no construye el estado por los planes de ajuste son instaladas por los reyes de la droga. Entonces, de acuerdo a ese criterio, si Pablo Escobar viviera hoy sería ministro de Educación gracias al gobierno de Washington.
No se conoce ningún reproche norteamericano a esas imputaciones de la viuda de Kirchner, el embajador se remitió en apariencia a las convenciones de la diplomacia de salón. Un portento de cinismo. Como ella le dijo que “no está en contra de “yanquilandia” —según expresión de un visitante al despacho—, evitó reiterar sus críticas al imperio, al eje del mal, solo se respiró cordialidad. Ella mantuvo inclusive la sutileza art deco de la diplomacia en tiempos que el minimalismo simplón de los jefes de Estado se permite insultos en público y se confiesan las más perversas y francas intenciones. Parte del mundo moderno.
Atrasado en esa dimensión, el diálogo entre la Vice y el embajador que rozó la naturaleza en la que viven: la periferia, el borde del subdesarrollo, cierto atraso en las costumbres. En esa fingida tertulia, Stanley esquivó explicar la razón por la cual, 48 horas antes de aprobarse el acuerdo con el Fondo, su país todavía retaceaba el consentimiento excusándose en la inestabilidad política entre el Presidente y su Vice argentinos.
Una reserva sensible de la delegación norteamericana: las escaramuzas entre Alberto y Cristina no garantizan el cumplimiento de los compromisos asumidos hacia el futuro. Nadie sabe si Cristina estaba notificada de esa situación ocurrida en Washington, tampoco si la conocía el embajador y mucho menos el discreto nexo que reúne la sinecura de los Estados Unidos con la principal ocupante del Senado. Y no es nuevo este vínculo.
Lo que trascendió, en cambio, es una constancia: a pesar de que La Cámpora & Cía., el Patria y otros conmilitones del oficialismo se oponen al pago de la deuda con el FMI, la ex Presidente encontró un desvío para salir de ese atoramiento cuestionado por las encuestas: honrar las obligaciones por medio de un proyecto de blanqueo encubierto. Un recurso repetido, acompañado por patriótico relato: ubicar a los fugadores de dólares negros, descubrir sus cuentas en el exterior y, luego, convertirlos en pagadores del descubierto con el organismo internacional por medio de impuestos o aportes. Como si los anteriores blanqueos, el de ella misma y el de Macri, no hubieran dispuesto un propósito semejante y la norma tributaria que observa estos comportamientos evasivos no fuera lo suficientemente grave.
Le pidió Cristina al embajador la colaboración de la CIA, el FBI o cualquier organismo para esa tarea, sabiendo que el intercambio de información financiera no ha sido demasiado próspero a pesar de sucesivos documentos firmados. Más bien ha sido el periodismo, en ese sentido, más eficaz: por ejemplo, descubrió las tenencias millonarias de tres ex secretarios de Néstor Kirchner, privilegiados personajes del entorno familiar. La ocurrencia legislativa parece un recuerdo de aquel encuentro entre Néstor Kirchner y su colega uruguayo, Tabaré Vázquez, cuando el santacruceño reclamó el catastro de Maldonado para conocer los propietarios argentinos en Punta del Este. Casi la pretensión oculta del funcionario Feletti con los dueños de departamentos en Miami.
Hay un dato novedoso en la iniciativa: si bien siempre se pronunció el cristinismo contra la figura del “arrepentido” —muchos de los cuales han contribuido a las causas de corrupción para dolor de cabeza de la dama—, en este caso se apela a un símil al que llama “colaborador”. Se trata de hacer rico, de la noche a la mañana, como si fuera el Quini 6 universal, a quien delate las cuentas no declaradas en el exterior. Un premio a empleados infieles de los bancos, por ejemplo, que hasta ahora prestaban ese servicio solo cuando entraban en crisis con sus patrones o clientes.
Abundan los ejemplos, recordar el centenar de casos delatados del HSBC o la exportación de esos secretos balances que se cruzaron particularmente entre Alemania, Francia y Suiza. Al margen de la aprobación o no del blanqueo, de su éxito o de millonarios repentinos por contar lo que es de otros presuntamente mal ganado, al embajador —dicen— debe haberlo sorprendido que el impulso provenga de Cristina, a quien la leyenda le atribuye una fortuna inmensa almacenada por su difunto marido en paraísos como Seychelles. O en manos de sociedades o testaferros. Más allá de este rumoreo, lo que más debió sorprenderle a Casey es que medidas económicas de esta envergadura no sean conocidas antes por el Presidente Fernández ni por su ministro de Economía, Guzmán. Lo que revela el océano que distancia a la número dos del número uno.
Fuente: Perfil