El presidente Fernández sostuvo: “El albertismo no existe”. Pero quienes pintan paredones han empezado a escribir –en la Panamericana, por ejemplo– que AF es el jefe, que es el conductor, que es el futuro. Quizás gente espontánea que tira la plata en artistas del pincel e indeleble pintura y que no se ha notificado de las declaraciones del mandatario. O, lo más probable, está demasiado notificada. El barullo se encarniza en la provincia de Buenos Aires: allí Alberto estimula a los intendentes, cada vez más exigentes para conseguir la posible reelección en sus cargos. No es menor su apoyo: el Presidente goza de importante adhesión en las encuestas de la Provincia y, además, “billetera mata galán”, dispone de asistencias y recursos para los jefes distritales. Va a contramano de Cristina y su hijo. Tanto que ella le encomendó a Máximo una pretensión: “Tenés que ser el presidente del partido peronista en la Provincia”.

De repente, a los dos les brotó el amor por el General y la marcha, al menos en ese territorio. Y, si es necesario, apelar también a los escombros de Duhalde, quien se pronuncia contra Alberto cada vez que lo habilitan. Pura casualidad. Salió entonces el heredero en jefe a conquistar caciques comunales, hasta intentó negociar con el más albertista de todos (Juanchi Zabaleta, Hurlingham) para ofrecerle la titularidad del FAM (Federación Argentina de Municipios), una agencia pública que alinea a todas las intendencias. Siempre Máximo recogió la misma respuesta: “Con todo gusto te acompañamos, pero antes avalen la reelección”. Condicionante amargo e insolente de los baroncitos del Conurbano que, además de continuarse en la gestión, reclaman colocar figuras propias en las listas de las próximas elecciones. Y quieren cobrar al contado, antes de concluir el año. Caso contrario tal vez se inicie un proceso de diáspora incontenible. Hoy no parece sencillo para madre e hijo mandar a los intendentes a la cochería para reemplazarlos por camporistas.

El clima de intriga romana de la familia contra Alberto llegó al punto, dicen, de que alguien le sugirió al mandatario la contratación de un praegustator, un probador de comidas y bebidas, no  exactamente para saber si están excedidas en sal. Ya nadie niega el litigio interno, indisimulable en Cristina durante el velatorio de Maradona, en el que se reveló tensión y desprecio, justo cuando Alberto sostenía que no estaba distanciado de ella. Una foto o un video pueden más que mil palabras. Ni alcanza aquel discurso de que entre los dos ganan, de que “el peronismo unido jamás será vencido” (como acaba de ocurrir en Río Cuarto). Ahora priman otros términos sotto voce: “Decile a tu mamá que por sus caprichos ya nos hizo perder las elecciones con Macri”.

Justo también cuando Alberto, quizás como si fuera un sueño, imagina un plan triunfal para los comicios de medio término de 2021. Cada uno tiene su mundo de interés personal, uno más ficticio que el otro. Se enumeran las condiciones favorables que acumula en teoría la Casa Rosada: 1) La instalación de la vacuna como recurso electoral, un cambio radical con el año en curso que hasta le costó la reelección a Trump. Esa irrupción sanitaria modificará la conducta de los votantes. Confían además en que se atrase el segundo brote y se adelante la aplicación del antivirus.

2) El acuerdo con el FMI entre marzo y abril que, se supone, podría estabilizar los mercados y facilitar un aporte de 4 o 5 mil millones de dólares por la emergencia. Siempre y cuando, claro, se cumpla lo que se promete. En ese plano, hay reservas: se comprobó con la reciente modificación que Cristina impuso en la escala jubilatoria de aumentos, opuesta al ajuste que había prometido Guzmán. De otro bolsillo deberá salir la plata.

3) Faltan cuatro meses para que empiecen a liquidar dólares los exportadores de soja.  Buena cosecha por ahora y mejores precios, impensados hace sesenta días. Alberto festeja, con o sin praegustator.

4) También se computa como un refuerzo substancial para el sosiego económico –y enfrentar con más holgura la campaña electoral– lo que a mediados de año se recoja por el controvertido impuesto a la riqueza. Entienden que la judicializacion al tributo por inconstitucional no afectará demasiado su recaudación.

5) Aparte de los números fiscales a cumplir con el FMI, de difícil y compleja ejecución, también concederían un maquillaje consensuado con los gremios a ciertos cambios laborales amparado en un “pacto social” y, en materia impositiva, avanzarían con un criterio a vender como proveniente del mundo más desarrollado: cobrarles más a las personas que a las empresas, más a la renta (ganancias) que al patrimonio. Habrá fiesta en el Fondo: no les importan los medios, solo el resultado.

Si le pagan a una consultora, podrían sumar otras 15 condiciones favorables a Alberto para ganar, el año próximo, las elecciones. La esencia es que la economía no se cae en el primer trimestre a pesar de los disturbios, se ha tocado el piso (al menos, algunos sectores) y solo les queda rebotar, poco o mucho. No es así para la inversión, pero la Argentina tiene ociosidad por no menos de dos años. También es cierto, como alguien escribió, que se puede tocar fondo y, en lugar de rebotar, seguir escarbando. Porque las desavenencias del sector político del Gobierno invitan a ese patético fenómeno, la crucial disputa interna entre el Presidente y su vice –cuyo desenlace se ignora, pero cuya celeridad se advierte– indica un desencuentro imparable.

Sea por la excusa judicial o por el arribismo progresista de Cristina. También resta para la fantasía de los que pintan AF en los murales la escasa nutrición que aporta un gabinete torpe, de la encargada de la seguridad al responsable sanitario, sin olvidar al Ministro de Relaciones Exteriores que caracterizó su vida con una frase notable: “Para hacer política, en la Argentina, hay que hacerse el boludo”. Nadie entiende la razón por la cual se quiso hacer el vivo por primera vez al revelar o inventar un diálogo de su jefe con su futuro colega de los Estados Unidos. De geriátrico.

(Fuente www.perfil.com).