Después de su día festivo este miércoles, cumpleaños 64, de un cordero lechal sabroso —a pesar de ser patagónico y no cordobés— al mediodía en la casa de un querido vecino y un cierre a la noche en su propia vivienda de Cumelén, con mayoría de hombres invitados, Mauricio Macri se reservaba como costumbre observar la cantidad de llamados que tuvo para felicitarlo. Estricto para recordar amistades, hace su propia encuesta de vida, como suele reclutar mensajes a favor y en contra de su persona luego que visita un lugar de campaña. Afecto al espejo y los efectos que éste devuelve: cada uno tiene sus hábitos.

Parece en plenitud política el ingeniero: como el flautista de Hamelin, logra que su música seduzca a toda la población del PRO, inclusive bailan con su melodía hasta aquellos que reniegan de su poder, los que desean arrebatarle el liderazgo, al menos la candidatura presidencial. Puede parafrasear inclusive a su desavenido Riquelme y decir: “Macri está contento”.

Por convocar y alinear en su púlpito sureño a postulantes de la interna (Bullrich, Rodríguez Larreta, Pichetto) o miembros de los equipos tipo Lacunza, y alcanzar con ellos su mayor pretensión: unificar el mensaje de Cambiemos a favor de un sinceramiento público de la situación económica, denunciar las inconsistencias en materia de tipo de cambio, brecha, reservas o inflación, lo que podría inducir a una crisis. Mejor ahora que después. Entiende el ex mandatario: si va a haber una explosión en esos rubros, la responsabilidad le corresponde al dúo gobernante, no debe permitirse que se traslade a la sucesión. Hagamos entonces —para simplificar— lo que el peronismo siempre le ha hecho a los gobiernos que no son de ellos. Y citan: como hizo Cavallo (Domingo) en tiempos de Alfonsín para anunciar que Menem no pagaría los compromisos que asumiera la UCR. Y precipitó el final.

Ese espíritu combativo de Macri apareció en el último comunicado de la coalición que, hace dos días, modifico la tradicional narrativa de que “la situación no es tan grave” o “tenemos los equipos para salvar al país de la debacle”. Macri impuso el nuevo criterio, lo que significa también una advertencia a los bancos —que están en riesgo pero ganan plata— y al Fondo Monetario Internacional que habilita cualquier contabilidad creativa para evitar que el país entre en default. Una amenaza evidente, no olvidar que en su gobierno reperfiló la deuda en pesos.

Para más de uno de la corte Pro, el impulsor del terremoto económico es Luis Caputo, “Toto”, aquel que alguna vez se creyó un héroe por la cantidad de préstamos que lograba la Argentina. Otros tiempos, no termino bien. Ahora está en Cumelén y dispone de una singularidad: participa en los dos mundos, de la intimidad de Macri y al mismo tiempo es amigo y consultor de Horacio Rodríguez Larreta, de quien fue compañero en el Argentina Modelo. Influye en ambos, bajo el recuerdo de que si se llegó al abismo con Federico Sturzenegger, en aquel entonces se decidió corregir cuando el Banco Central disponía de 70 mil millones de dólares de reservas. Ahora, se repite la situación y no hay colchón en el BCRA. De la miríada de economistas que asesoran en el Pro, uno de los pocos que trata de suavizar el nuevo petardeo es Levi Yeyati, un radical.

En cuanto a lo político, el ingeniero boquense construyó su propia versión sin el “Toto”—analizando los eventuales conflictos que pueden suscitarse antes o después de las elecciones— por las derivaciones de la crisis económica. Aunque acompaña, Miguel Pichetto le señaló ciertos riesgos: la posibilidad de que un estallido revele no solo la incompetencia del Gobierno, su liquidación, también arrastre a Cambiemos, lo lastime y deteriore favoreciendo expresiones más extremistas. Su alerta pasa por la existencia del 50% de pobres y la complejidad, por ejemplo, de que una fuerte devaluación no solo reduzca aún más los ingresos ciudadanos, sino también descapitalice o decapite a empresas con contratos en dólares.

Bandera de largada

Lo cierto es que quien mejor se acomoda al nuevo mensaje es Patricia Bullrich, predicadora de ese rumbo como Margaret Thatcher en la década del 80, quien afrontaba problemas semejantes a los argentinos antes de asumir. Recordar: inflación, impuestos desaforados, cepos económicos, sindicatos prebendarios en combinación con empresas, un festival de subsidios sociales, favoritismos estatales de todo tipo. Mismos dramas a resolver y una certeza destilada en un lema de la dama de hierro que adopta Patricia: “Si querés que alguien diga algo, llamá a un hombre; si querés hacer algo, llamá a una mujer”. Apunta su voz draconiana contra un Rodríguez Larreta vacilante en lo económico, quien repite obviedades como “vamos a crecer con más exportaciones”, un recitado impuesto por Duran Barba para vaticinar esperanzas. Siguiendo con los ingleses, una Churchilliana con “sangre, sudor y lágrimas” y otro vendedor de fantasías laboristas.

Pero el jefe de gobierno también está contento: le arrancó al ingeniero la promesa de que no se pronunciará —en la interna de la agrupación— a favor de ninguno de los contendientes. Sería equidistante. Para Rodríguez Larreta alcanza, a pesar de que en su empeño por ser imparcial, Macri trate de acercarle fondos a la Bullrich en manifiesta inferioridad financiera para enfrentar una campaña. Al hacer equilibrio, vela además por su propio bien: al jefe no le conviene apoyar a nadie, menos al que puede perder. Lo que no define el ex mandatario es su propio destino personal, quizás por el estado de levitación que hoy disfruta. Ni en su cumpleaños reveló pistas sobre una candidatura, solo algunos se enteraron de que agregó un nuevo negocio a su arcón: le atribuyen participar junto a Martín Migoya, ceo de Globant, de un emprendimiento tecnológico acordado en Qatar vinculado a las apuestas en el fútbol en el que Daniel Angelici habría aportado un mínimo know-how, experiencia que le dicen.

(Perfil)