La baja de Mauricio Macri encendió otros fuegos. No apaga incendios en la oposición, más bien los extiende al oficialismo. Menudo epílogo de carrera. También selló la cantidad de candidatos a la Casa Rosada: no más de cinco por ahora, aunque se inscriban 20. Se reduce el esqueleto general: si no puede el potentado ingeniero con recursos de todo tipo, ¿podrá un atrevido cusquito? Por lo tanto, resta solo un quinteto: Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich compiten desde el Pro (a los radicales los llevan en la mochila del vice, sean Morales o Negri). Javier Milei conquistó un tercer espacio de altura incalculable y aparece en varios escenarios de encuestadores como un finalista. Un enigma en potencia.

Y, en el gobierno, se achicó el espectro de soñadores: Daniel Scioli se ha vuelto sucedáneo de Alberto Fernández si este abandona el propósito de reelección y propiciará a un sector oficialista (“estoy a la derecha de la derecha”) en contra de Wado de Pedro, quien representa a la izquierda iletrada de La Cámpora con respaldo de algún gobernador, tipo Santiago del Estero o Salta. Nada más en el tanteador. Queda, por supuesto, un gesto pendiente de Cristina: lanzarse para capturar, en una primera vuelta, una mayor cantidad de legisladores para su fracción, aunque ella pierda en una segunda vuelta. Inmolación dadivosa que exige demasiado altruismo.

Se fue de la carrera Macri (anticipado en este medio varias veces) luego de hablar, recorrer, publicar libros, entusiasmar medios propios y postularse por todo el país sin una explicación contundente. A menos que uno coincida con Elisa Carrió, su exsocia invitada por Juliana a comer milanesas y quien desde el encono ahora sostiene que al ingeniero no le daban los números. O que la tendencia de las muestras era inmodificable: podía ganar la interna, nunca la general.

Raro en Macri esa admisión: siempre pugnó contra la corriente, la opinión pública porteña era mayoría en su contra. Tanto que Alberto Fernández, con el aval de Néstor Kirchner, presumía y apostaba que “Macri quizás un día pudiera ser Presidente, pero nunca sería jefe de gobierno en Capital Federal por la audiencia negativa en su contra”. Por supuesto, se equivocó. Y tampoco pagó los retos. Un clásico.
Mas allá de que la observación de Carrió no se aplica a sí misma, pues sin asomar a los dos dígitos de adhesiones persiste como aspirante presidencial, sus declaraciones siempre se observan como amigables con el alcalde porteño, el colorado Santilli y la protección de quien fuera encargado de seguridad porteña que Rodríguez Larreta debió despedir (D’alessandro) por un escándalo de grabaciones. Se explican esos actos de Carrió hasta para los más inocentes. En cambio, la deserción de Macri resulta más misteriosa: si era tan bueno y generoso como dijeron propios y extraños luego de su anuncio, ¿por qué se bajó de un triunfo seguro? Ni que fuera San Martín después de entrevistarse con Bolívar en Guayaquil.

Tampoco se conoce la repentina divulgación de la renuncia cuando él mismo ya había confesado que su pronunciamiento sería en mayo. Se apresuró o, como dicen otros cercanos, quiso aliviarle a la Bullrich la construcción de un andamiaje en el interior que, hasta ese momento, muchos le negaban la confianza electoral debido a que confiaban en la presentación del ingeniero. Otro detalle oculto en la renuncia es el convite a participar como candidata a María Eugenia Vidal, sin territorio y con exangües apoyos. Queda una conclusión elemental: seguramente esa ilusión perjudicará a alguno de los otros dos aspirantes en la interna, le quitará votos. Cada uno deduzca. Bajo esa misma mirada de daño hay que interpretar la simpatía —por lo menos— con la que Cristina de Kirchner debe observar las andanzas proselitistas hoy de Martín Lousteau en Capital contra Rodríguez Larreta: aunque está molesta con su ex ministro, le encantaría que el radicalismo se apodere del distrito porteño.

La vice atraviesa su propio calvario al margen de estas menudencias: en pocos meses comenzará a perder influencia si no se presenta como candidata. Y, hasta entonces, Alberto Fernández habrá de hostigarla en una misión personal sin límites. Inclusive, burlándose, ya que la fotografía que obtuvo con Joe Biden le importaba más como afrenta contra ella que por la discusión sobre el apoyo o no de la Argentina al acuerdo nuclear con China que supone una cuarta central de más de 8 mil millones de dólares. Como se sabe, esa fue la clave de la reunión entre los dos presidentes —negada, por supuesto—, al margen de otras sutilezas que se plantearon.

Hoy Washington se preocupa más por el avance chino que por la guerra de Ucrania y, como presunta contrapartida del apoyo norteamericano en el FMI a la Administración de los Fernández, se afirma que Biden había pedido la suspensión de ese pacto con la potencia asiática. Hubo puja interna en la delegación y, al parecer, triunfó la versión Sergio Massa: no podemos descalzarnos del pacto con China justo cuando tenemos una negociación pendiente por el swap para estabilizar la economía. Curioso que el ministro al que la sociedad entiende como más cercano a la embajada de los Estados Unidos haya sostenido esa oposición, como siempre hubiera estado contra el imperialismo. Cristina se habrá alegrado de esa decisión: ella sostiene a Massa a pesar del riesgo país, la inflación y la falta de dólares. Tanto respaldo femenino igual parece insuficiente para que Massa sea candidato presidencial en el iniciático quinteto.

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