Cultura vikinga: siempre mirar a los ojos del contendiente y ambos brindar con un cacharro sujetado con las dos manos. Nunca alzar la copa con una sola mano. Era una distracción peligrosa alterar esa costumbre al sellar una tregua o una paz: el rival podría blandir un hacha o una espada y rebanarte la cabeza. Con esa reserva nórdica se encuentra esta semana la cúpula del oficialismo, compañeros siempre bajo sospecha, desconfiados, y atentos a cumplir las mismas normas de aquellos saqueadores expertos en pillaje. Ninguno se fía del otro, a pesar de que celebran la comunión del asado para mantenerse unidos (el edificio del PJ, en la calle Matheu, comprado en tiempos de Carlos Menem y casi nunca utilizado, dispone de un importante quincho para esa función gastronómica).

En apariencia, antes de la simbólica reunión, ya sacaba ventaja el Presidente Fernández: no aceptó una mesa de conducción reducida que propiciaba Cristina, doblegarse a su poder, menos una revisión de su administración. Por el contrario, amplio el proyecto a una “comisión” y, por último, la expande a una suerte de asamblea o congreso con voces del interior con temario inabarcable. Todos los presentes, peronistas o no, saben lo que el general opinaba sobre las comisiones. El camino a la nada.

Se ha vuelto un impertinente dolor de cabeza el mandatario para su Vice, se ejercita para complicarle la autoridad. Además de no incidir en la Justicia por las causas de Cristina, según ella se queja, ahora la martiriza corrigiéndole decisiones. Justo a ella que en la nueva mesa del jueves, junto a su cofradía camporista, pensaba imponerle condiciones al gobierno que ella misma integra. Un desatino de diván.

Algo semejante a la “banda de los 4” que presidio en el siglo pasado la revulsiva mujer de Mao Tse Tung para establecer la “revolución cultural” que eliminó del poder a ciertos burgueses, en particular a los que la primera dama odiaba. Fue un escape brutal al fracaso del propio gobierno, a la hambruna y negligencia de entonces, al mito de que el comunismo al menos proveía de un tazón de arroz a la millonada de chinos. También al fin de un Mao abotagado que había cambiado el humo del State Express 77 por unas yerbas más excitantes. Suponía aquella ex actriz, la banda de “los cuatro”, que a través de escraches, denuncias, pedreas y asesinatos podían cambiar el perverso sentido económico. Como se sabe, solo lo cambio un señor que prefería un gato que cazara ratones sin importarle si el animal era rojo o negro.

La cita en Matheu, un colegiado en ciernes, apunta a la situación electoral del oficialismo. Devino en esa nueva lectura la angustia del oficialismo por una posible derrota si la oposición se conserva unida. Ya están prevenidos: la mayoría de las provincias adelantan los comicios. Cristina se ha refugiado en el corazón del país respaldando en la provincia de Buenos Aires la dupla Kiciloff-Magario y, para el orden nacional, mantiene su aporte de capital a Sergio Massa. No solo como ministro de Economía —aunque empezó a asustarse con el 6% de inflación el último mes— sino también como candidato presidencial. Aunque llueva. Por supuesto, se opone a Alberto Fernández, quien persiste en su campaña de reelección, jura no abandonar el propósito y pretende internas. “Voy a ser yo”, afirmo en público mientras lo respaldaba el gobernador riojano Ricardo Quintela, quien se arroja a cualquier abismo solo por odiar a Massa. En fin, el mensaje de la Rosada: basta del dedo inmenso de la vice, se reprueba hoy lo que ayer fue un éxito, el método que llevo a Alberto a la Casa Rosada.

Se ha reforzado el mandatario con la designación de Agustín Rossi en la jefatura de Gabinete, menos transigente que el elusivo Juan Manzur, y no entregó el mando que este disponía en la AFI (sigue su segunda, Ana Clara Alberdi). Ni siquiera intento colocar a su amigo “Pepe” Albistur como reemplazante. Se excusó aludiendo a razones personales: “Te quiero proteger, Pepe”, le dijo al marido de su ministra Tolosa Paz. El poderoso publicista debe pensar al revés sin manifestarlo. Posible respuesta: mirá Alberto, dejá que yo me protejo solo.

Lo cierto es que el mandatario, con mucha firmeza oral, sostuvo ante una serie de gobernadores que no se baja como pretende Cristina, que va a pelear, que sus números son superiores a los de Sergio Massa, el único contra el que por ahora compite. Ya que Daniel Scioli, un íntimo de su corte, tiene en suspenso su lanzamiento, nunca —asegura— se propondrá postulante si Alberto conserva su propósito de renovación. Nunca competirá con su “hermano”. Igual, había consultado la opinión de la Vice sobre su nominación, alguien que no puede considerar “hermana”. Ella simplemente le respondió con una escueta ambigüedad: “Camina, Daniel. Camina”. No ignora Scioli que la Vice auspicia, como muleto de Massa, a uno de los miembros de la nueva “mesa electoral”, Wado de Pedro, un entusiasta por cumplir las órdenes de la jefa. Sin embargo, por ahora está retenido, no le bajan la bandera. Igual él firma como suplente si lo envían a cualquier club.

Otro dilema sacude a la “mesa electoral” del oficialismo: Cristina es la única en todo el núcleo que recoge una notable ventaja sobre el resto partidario en todas las encuestas, en particular en la provincia de Buenos Aires. Y en otros distritos. Al menos para la primera vuelta. Pero, como ha prometido no presentarse en las próximas elecciones, nadie tiene en claro su capacidad para transferir a otro candidato su volumen de adhesiones. Inclusive, hasta se desconfía de que su propio centro de admiradores, “los muchachos de la revolución”, se incline por respetar su mandato a favor de Massa. Tendrá la Vice dura tarea de persuasión.

No solo hay evidentes ideologías distintas —por decirlo de algún modo—, tampoco los resultados por ahora no son gratificantes al ministro, sino que podrían asombrarse de una última restricción. Hasta La Cámpora debe cuestionarse el control del número de valijas para quienes viajan al exterior — quienes deberían volver con la misma cantidad en el regreso— como si fuera una medida clave del plan económico para conservar reservas. Como si no fuera sencillo eludir ese limitante y como si la tentación por comprar con el dólar a 400 fuera lo mismo que el “deme dos” de los tiempos de Martínez de Hoz. Insólito el desconcierto.

(Perfil)