Final playero de Horacio Rodríguez Larreta, promesa de no repetir travesías estéticas con flores y verduras en la cabeza, gorras y tocados diferentes, como si fuera el austriaco emperador Rodolfo II pintado por el atrevido italiano Giuseppe Arcimboldo. Discusión en la sede de Uspallata por esa gira veraniega y humanista que culminó en un lanzamiento presidencial que tuvo más desaprobación que simpatía en el público de Cambiemos al que se le solicitó likes (9.000, en total). Y ni hablar de los que opinaron sobre el spot en sí mismo, 16 mil en contra. Una bagatela, claro, para la millonada de votantes que espera cautivar el alcalde. Han cuestionado a los asesores que lo han coacheado artificialmente, que lo volvieron impersonal, casi sin identidad previa, con la biología impostada de aquel De la Rúa que por tv le gustaba “dar buenas noticias”.

Justo cuando el jefe de gobierno ha cambiado el humor y, ahora, hasta lo serena volver a su casa, como le explicó Elisa Carrió a un interlocutor. Ya no es un amargado ante los reproches de la esposa —como tanta gente—, varió a una mimosa compañera, Maylin, que lo estimula desde que se instalaron juntos. Más joven, obvio.

Hubo lamentable déficit en el haber publicitario de Rodríguez Larreta, no precisamente barato, y que incluyó desopilantes fotografías para hacerse popular: hasta podría haber copiado a Eduardo Duhalde en un festejo con una damajuana en la cabeza, en tiempos de Menem, tapa después de la revista Noticias. La fama a cualquier costo. Se sabe que no repetirá esas andanzas que escaso provecho le han dado en las encuestas, aunque mantiene sin cambios el personal contratado y propio. Ningún apartado por no saber geografía ni entender la significación de un faro en el spot, tampoco por tener que explicar el mensaje: si es necesario hacer esa tarea es porque está mal hecho.

Su lucha es otra: la creciente y odiosa porfía con Mauricio Macri, quien lo vapulea alentando otros candidatos. Por ejemplo, a Patricia Bullrich, a la que en confianza ya le volteó dos postulantes a ministros en el caso de que ella ganara la final. Y, seguramente, intentará poner a futuro al que lo sigue como una sombra, aunque habla, el ex funcionario Guillermo Dietrich. De noche y de día, como la oración.

Con el alcalde, en todo caso, dialogan sobre una imputación del ingeniero: “El producto que vos ofreces carece de mercado, no es cierto que la grieta solo entretiene a las minorías. Así nadie te compra”, le habría observado, parece imposible —según él— tratar con los primitivos que en el medio de un debate legislativo insultan o cantan la marcha (como los oficialistas esta semana en el caso de la moratoria). El intendente, en cambio, un pastor: presume en la necesidad de disentir, hacer comprender al adversario y, en todo caso, dejar que se cancelen o aíslen los ciegos y fanáticos. Dos posturas, como las dos Españas, que terminaron en guerra civil.

Si uno mira bajo el agua, supone que otros intereses separan a esos dos hombres del PRO. Uno y principal: la conservación de la Ciudad como territorio propio del partido, Macri promoviendo como única salida a su primo Jorge y Rodríguez Larreta sin estar convencido del todo a pesar de tenerlo en el gabinete. Tampoco pone energía en Quirós como alternativa.

Sabe que su administración ha empezado a ser criticada no solo desde el gobierno de los Fernández y que el ex Presidente está rabioso por las concesiones otorgadas a Martín Lousteau, al radical que no le gustaría volverse a encontrar ni en la calle (como si la designación de embajador en USA, en su momento, no la hubiera firmado él).

Si Horacio se reúne con López Murphy, al rato lo recibe Macri. Si Macri se encuentra con Manes —“pediría que digas en público lo que me decís en privado”, le señaló cuando el médico le habría reconocido una buena gestión gubernamental—, enseguida lo convoca Horacio. Quizás son casualidades. El encuentro con Rodríguez Larreta permite el recuerdo de una cena desopilante entre los dos en la casa de Manes que merecería atención periodística en otra oportunidad, deuda del cronista.

Macri se ha molestado con López Murphy porque se postula a intendente en la Capital, un territorio que considera escriturado por el Pro (“no tengo plata para hacer campaña en 24 jurisdicciones y 300 ciudades grandes”, confiesa el economista”) y en el cual no quiere interferencias divisorias. Piensa al revés de Rodríguez Larreta que supone más poder porteño cuantas más parcelas aparezcan. En cambio, lamenta que López Murphy haya desertado de la postulación presidencial en la interna, entiende que le podría arrebatar adhesiones a la Bullrich. No es necesario entonces tener ojos biónicos para advertir los intereses de los dos gerifaltes de Cambiemos.

Los divide a ambos otra persona: Javier Milei. Mauricio se escribe a menudo con la nueva estrella de las encuestas y éste se detesta con Horacio al que le carga infinidad de miserabilidades. Difícil que alguna vez concilien, una complicación para la candidatura del intendente, quien ya no podrá decir como en otros comicios: “No tenés más alternativa que votarme a mí, te guste o no”.

Otro tema es Santilli, quien hace carteles personales de propaganda, salvo otros en los que se acompaña con Rodríguez Larreta porque los solventa la municipalidad porteña. Temen, quizás, que haya una acción judicial en contra del aspirante bonaerense como derivación de unas escuchas en las que le atribuyen responsabilidad. El mundo de perseguir a los otros también ofrece otra curiosidad: a pesar de que el gobierno capitalino dijo que Marcelo D’Alessandro iba a volver a su cargo en Seguridad, el tiempo ya caducó y no se sabe de su futuro destino. Salvo que permanece intocado su despacho, al cual visita con frecuencia.

Otra bifurcación entre Macri y Rodríguez Larreta es Sergio Massa, al que el intendente introdujo en el mismo lodo de “Alberto y Cristina” Fernández, frase insólita para quien rememora la amistad que han sabido tener los dos durante años. Parte del putiferio de la política, a pesar de que no se escuchó todavía al ministro de Economía referirse a Horacio. La inflación no lo deja pensar. A su vez, Macri odia a Massa, aunque alguna vez estuvieron juntos, objeta su política económica y ruega que su gestión explote por los aires para que los escombros aparezcan antes de que llegue Cambiemos al gobierno. Si llega. Parece que no se le va a dar, que el sistema financiero —bancos y compañías de seguro— acompaña por unos meses al elegido transitoriamente por Cristina como sucedáneo de Alberto, hasta para aliviar la terrible deuda de las Leliqs.

Perdón, olvidaba el cronista citar otro respaldo, cada vez más notorio a favor de la continuidad de Massa: el Fondo Monetario Internacional que se distrae de los incumplimientos de la Argentina, que no respeta siquiera su propia Constitución. Pero, lo importante es cobrar, según rezan todas las religiones, aun cuando se empieza a divulgar un apodo para ese organismo que imaginó un veterano economista. Lo llaman Kicillof al FMI. Permite aprobar sin dar examen, como el gobernador proponía en la provincia de Buenos Aires. Y pensar que Máximo y Cristina suelen reiterarse en denigrar al organismo que les permite sobrevivir.

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