Finalmente, ocurrió: Aníbal Fernández estuvo en la Casa Rosada, lo invitaron a comer un pescadito de dieta hace 48 horas y empezó el renovado trazo de especulaciones sobre una eventual incorporación al equipo de ministros. Parece que Alberto Fernández se había tentado —siempre para trasladar la culpa a otros y no reconocer errores propios— con una reciente frase futbolística que entregara el hoy interventor en Río Turbio: “Alguien en el Gabinete tiene que pedir la pelota”. Respondía esa incursion a un vacío obvio y se sumaba a una crítica de Cristina: hay funcionarios que no funcionan. Se justificaba entonces un pedido de consejos, quizás una propuesta de asistencias, alguna designación. Pero las versiones sobre el ascenso a un cargo superior, mas protagónico, idea que el propio Aníbal se encargo durante mucho tiempo de reclamar (y de la que, descarnado, ya había desistido), se disipo con un dato: el convite al almuerzo hace 48 horas fue un agradecimiento presidencial y personal, un atento gesto. Raro entre los ocupantes de la Casa Rosada que siempre han considerado los favores recibidos como una obligación de los ciudadanos, mas raro en un mandatario poco afecto a esas gratitudes.
En verdad, Alberto intermediaba el almuerzo con la recompensa de su mujer Fabiola. Más importante que la propia, claro. Según un allegado de la casa, fueron decisivas las sugerencias jurídicas que Aníbal le había acercado al jefe de Estado cuando se plantearon denuncias sobre el presunto plagio que la dama había utilizado para aprobar una materia en su carrera. Una cuestión casi doméstica que la investidura agigantó y que la sapiencia del profesor de Derecho no había iluminado con la certeza que sí lo hizo Aníbal para el juicio. Se devela el propósito agradecido de la reunión, pero nada aún se sabe del saldo que produjo el intercambio gastronómico. Seguro que Fabiola se sentirá gratificada por el acto de Alberto, más en tiempos difíciles cuando en las redes la bombardean con rupturas, desafectos e inversiones supuestas. Fue, el pescado azul con fuerte contenido de omega 3, una contribución a la paz interior de la pareja luego de cierto rumoreo por otro almuerzo, mas culterano en este caso, que el Presidente le deparó sorpresivamente a la atractiva pintora Florencia Aise —con recorrido turístico por la Rosada incluido y foto en el sillón de Rivadavia como si fueran los perros Balcarce o Dylan—, quien como se sabe tiene la habilidad artística y fotográfica de hacer resucitar a las naturalezas muertas.
Esta reparación de amistades con Aníbal no incluye a Florencio Randazzo, alguien mucho más íntimo en su momento de Alberto y que ahora dice que el Presidente “no se atreve a llamarlo por vergüenza”. Igual, para el cristinismo, siempre se vuelve sospechoso ese vínculo en apariencia perdido. Lo cierto es que Randazzo lanza este domingo su campaña en la provincia de Buenos Aires con una metodología diferente a la habitual: hace dos reportajes simultáneos en La Nación y Clarín. Parece preferir lo mediático a los actos convencionales. Postula una tercera vía — “la del medio” está mal gastada— una reforma sindical que suspende ciertos derechos al personal nuevo, con semejanzas al régimen de la Construcción, fuerte oposición a que los Grabois de turno controlen la CGT en el futuro, con el slogan mas trabajo y menos planes, quizás la obligación de que los maestros no puedan hacer huelgas (al igual que la policía) y ciertos postulados económicos que aportan de Jorge Remes Lenicov y Jorge Sarghini a representantes de Roberto Lavagna, tal vez en su última participación partidaria antes de retirarse a observar la procreación de sus vacunos.
Nítido el rol peronista que habrá de asumir Randazzo, con respaldo de colaboradores de Duhalde en la provincia, la determinación de no personificar sus criticas ni en Alberto ni en Cristina —cuestión que no parece sencilla—y hasta evitar roces con Miguel Pichetto, quien no le dio una bienvenida grata en la campaña a pesar de un encuentro pacífico que tuvieron. Tampoco se mezclara, dice, en el delicado tema de la vacunación. Se manifiesta adherente al capitalismo occidental, lejos de Venezuela, Nicaragua y Cuba, y a quienes le imputan ser un caballo de Troya en la oposición al gobierno, recuerda que ya rechazó oportunidades para ser gobernador o titular de la Cámara de Diputados. Imposible comprarme, otro slogan. De ahí que su proyecto no está en línea, ni por asomo, con el gobierno. Pero, por tratarse de la próxima elección y la necesidad de Cristina por aumentar su caudal de diputados, se observan prevenciones a la candidatura: una faz es anterior a los comicios, crítica y contundente, otra puede ser la que prevalezca luego de consagrados los diputados y les toque votar. Ya ocurrió esa deserción. Por lo tanto, Randazzo se arroja al vacío con ese interrogante y la necesidad de otorgarle un seguro de caución a sus posibles votantes porque el peronismo ha mostrado cierta facilidad para cambiar de color una vez concluida la competencia. Como reza la popular canción camaleónica.
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