Una parece que pierde, uno parece que gana. Bajo el ingenuo propósito de que “lo hace por la patria”, Cristina motorizó —o dejó que prosperara a su alrededor— la opinión contraria al acuerdo con el FMI. Ni tuvo capacidad para contener a su hijo, quien proponía voltear el edificio sin tener planos de reemplazo. El fundamento de la dama dice: con ese acuerdo no se triunfa en las elecciones. Esta negativa expuso la herida profunda dentro del gobierno ya que, en el mandatario, hubo menor pretensión patriótica o interesada. Impuso su voluntad opuesta de acuerdo a una promesa: “Siempre dije que alcanzaríamos un acuerdo”. Sabe que el default sería el principio del fin.

Además, era optimista con el resultado parlamentario, la gestión de Manzur y de Massa en esa tarea. Con ella, imposible hablar: no le atiende el teléfono. Aparte de la descortesía, Cristina guardó prolongado silencio, inclusive cuando él se arrojaba al océano invocando su aspiración por renovar el mandato presidencial en el 2023. Atrevido el oriundo de La Paternal. Como diría el filósofo Berni, Alberto cortó el cordón umbilical pronunciándose sin pedir permiso a quien lo había designado. Un desencuentro sentimental, como reza el tango de Catulo Castillo. Si se refiere a Alberto, “Querés cruzar el mar y no podés”. Otra línea para ella en su rabia: “La araña que salvaste te picó, ¿qué vas a hacer?”. La cúpula en crisis.

Habrá quien piense, con razón, que se descuartizó el frente oficialista. Sea porque Wado de Pedro se le rebela a Máximo (tal vez se cree la tapa de Noticias que lo promovió como candidato presidencial), demanda votar el acuerdo en el Congreso y sin pudor camporista se fotografía afectuosamente con los dueños de Clarín y La Nación. O debido a que el intendente nestorista Mario Ishii, en un acto con el Presidente, denuncia como traidores a los que reniegan del convenio y votan en contra. Se añadió el ministro Aníbal Fernández, quien pidió que “algunos compañeros se deben sacar la careta y no operar contra el Presidente”. Por si fuera poco, esta sucesión de disgustos incluye el deleite de Cristina por el procesamiento a un íntimo y ex socio de Alberto, Pepe Albistur, a quien aborrece por la tirria que le profesa a su mujer, la legisladora Victoria Tolosa Paz, ambas distanciadas desde los tiempos de la campaña.

La crisis oficialista, como se sabe, estalló con la deserción de Máximo en Diputados, protestando con su grupo contra el gobierno y su relación con el FMI; hoy hay varios díscolos, se quejan de lo que hizo el vástago no ha sido la mejor decisión y, reconocen, que él no existe si no existe su madre. Tampoco aceptan la teoría del jaque mate: nos derrotan si hay default y nos derrotan si hay acuerdo, expresa el deprimido cristinismo. Son pocos, sin embargo, la mayoría sigue con los videos ofensivos contra el Presidente, las agresiones, furiosos con la tardía aparición del “albertismo” que tal vez implique cambios en el gabinete. Hay que agregar el encono de Cristina porque siente que Alberto la adula en público y la cercena en privado. Y, lo peor, no la obedece.

Otro síntoma de descomposición son los gobernadores: entre Massa y Manzur juntaron diez (y dos vice) para la foto y decir que apoyan el entendimiento con el Fondo. No fue un gran número de adhesiones, aunque los propios se dicen 15. Podría ampliarse la lista de episodios divisorios, pero la coalición gobernante fingirá que no está rota ni se romperá aunque se constituya bajo un enorme legajo de embestidas internas. Aunque muchos piensan en contar muertos como en la epidemia, quizás se suavicen las tensiones cuando en cualquier momento nazca el bebé de Fernández y Fabiola, haya felicitaciones y el padre crea que viene con un pan bajo el brazo. Por lo menos, él mismo intenta cambiar: dieta, disminución de tertulias y de los acompañamientos etílicos que siempre acompañan la trasnoche.

Como se sabe, el cristinismo se niega a compartir las medidas económicas que vienen con el acuerdo, y el acuerdo mismo: afirman que. un gobierno popular no puede disminuir el salario como habrá de ocurrir. O validar la suba de tarifas, los combustibles, las tasas. Son incapaces de explicar el ajuste. Y temen perder. Al revés, los opositores sostienen que pueden apoyar el acuerdo pero no las decisiones económicas que le corresponden solo al gobierno: no desean involucrarse en el proceso de aplicación. Y, por supuesto, suponen que ese apartamiento del malestar social venidero será agradecido por la población y, por ejemplo, consideran que 5 o 6 provincias hoy en manos del Frente de Todos podrían cambiar de conducción en el 2023. Se entusiasman con esa perspectiva. En cuanto al acuerdo, al endeudamiento, le brindan respaldo bajo la excusa del horror del default y para que no se caiga Alberto, teoría de Carrió que sigue a pie juntillas el radical Gerardo Morales, de particular adhesión a la Casa Rosada. Como si fuera posible escindir el contenido del compromiso.

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