Antes del discurso del viernes, estaba entusiasmada. Eufórica, Cristina Kirchner agradecía a Sergio Massa, como encargado de la unidad antiexplosivos, por desarmar una bomba financiera anticipada y deseada por parte de la oposición. Quizás no lo diga en público, pero la hace dormir más tranquila el nuevo acuerdo con el FMI y el costoso auxilio que le brindaron bancos y compañías de seguros en materia de deuda. Le encanta a la vicepresidente que la protejan aquellos que en apariencia más la detestan.

Ni esperaba, tampoco, que al Gobierno le otorgaran un crédito bancos de Centroamérica, que viene a ser como sacarles plata a los indigentes del África. Por hambre, además. Ahora le resta mantener su rabia con la Justicia y elegir el patíbulo donde le arrancará la piel a Alberto Fernández, una misión a cumplir cada vez más invocada. Con ceremonia pública y transmisión en directo. También debe mantener viva la pasión de su grey, que la reclama candidata: faltan noventa días para resolver un misterio.

Al revés, el oxígeno del FMI y el tiempo de gracia local complicaron a Mauricio Macri, interesado en que las bombas financieras no se trasladen —como va a ocurrir ahora—al próximo gobierno. Mala noticia para quien desde Italia, donde algunos dicen que estuvo esquiando y, al mismo tiempo, visitando Ferrari para darse unas vueltas en uno de sus bólidos (se supone que debió calzarse el equipo anti flama, no hay foto aún). Como se sabe, esa fábrica dispone de un departamento para el regocijo automovilístico de invitados especiales o eventuales clientes de poderosa billetera. Tan entretenido parece que hasta se prepara a competir en un torneo internacional de bridge, en Buenos Aires, para mayores de 60 años.

Son actividades que no se relacionan con una candidatura, aunque el ex mandatario no se olvida de su tierra de sus intereses políticos: telefonea para ungir posibles ministeriales (dicen que sugiere a Garavano en justicia para taponar otros postulantes, además de Dietrich para cualquier sinecura) y observar los actos de Horacio Rodríguez Larreta, quien por su tradicional moderación pareció beneficiarse ante personajes más extremistas por el momentáneo compromiso con el FMI, bancos y compañías de seguro. Al menos, frente a Patricia Bullrich y Javier Milei endiosados si ocurren catástrofes.

“La Argentina tendrá elecciones, no podemos contribuir a favor de uno u otro”, explican en el FMI para justificar el apoyo a un arreglo que burla sus propios fundamentos y exigencias. La Argentina debía tener más reservas, tiene menos. El país prometió menos inflación, tiene más. Nada se cumplió y, a última hora, dijeron que no era correcta la aventura de Massa por comprar bonos de la deuda casi sin tener dólares en el tesoro. Protesta mínima luego de más de dos meses de esa operación. Insólito. También parece que cambiaron los términos de la revisión del programa.

En paralelo, también, con la lógica de los bancos para refinanciar e impedir que se caiga la escenografía del gobierno, aparte de obtener una rentabilidad mayor con la refinanciación de Leliqs y otros agregados. Más un aporte garantías de todo tipo para cobrar los nuevos títulos, con inclusión de algún cuco que impida cualquier escape. Como el peronismo es dual, hay bonos duales, se pagan con el índice de inflación o con el de los dólares, con lo que más le convenga al cobrador. Ambas partes festejan: salir de un intríngulis es alivio para el gobierno y las entidades financieras angustiadas por no saber que hacer con la plata. Hoy nadie toma crédito en pesos, ni aún con diferenciales a favor contra el índice de precios. Un drama a observar.

En la asociación de bancos afirmaban que la alusión de Macri a la “explosión” había sido un disparate, contraria a la estabilidad, presumía un colapso. Inclusive para ellos. Decían estar enojados y, en la negociación, trataron de fijar la opción del put para ejercerlo cuando se les diera la gana. Debieron retroceder. También con otro ítem: obligar el pago de la nueva deuda al precio del dólar nominal y no de mercado. “Si se firma eso, van a ir presos ustedes también”, sugirió un experto que ya vivió las penurias judiciales del dólar futuro. Ahora viene, para petroleros, entes financieros y otras multinacionales la repatriación de dividendos, por lo menos una parte. Curioso que este proceso tan agradable ahora para Cristina sea cuestionado por ella misma y su elenco de La Cámpora & Cía.

La ruptura entre la vice y su presidente parece insalvable, ambos recalcitrantes en la enemistad. Para Cristina, Alberto es algo más que una piedra en aquellos zapatos Louboutin que ella contribuyó a hacer famosos. Y él, ya jugado, se dispone a continuar el enfrentamiento e insistir con la realización de internas sin abandonar su propósito de reelección (después de ella, dice, soy el que más mide). Está dispuesto a la guillotina, al fusilamiento o al degüello de quien lo eligió para el cargo. Batalla como un insurgente: poco sirvió que el ejercito militante de la dama —incluyendo algún gobernador al que Alberto echó a los gritos de su despacho y los comedidos camporitas que lo rodean— para obligarlo a ese renunciamiento el pasado 1º de marzo.

La salvación del esquisto

A su vez, la distancia entre el Presidente y Massa se ha agravado. Alberto no consuma en política los beneficios de cierta tranquilidad en los mercados y, a su vez, Sergio se queja por ciertas interferencias del Ejecutivo. Sordo pero tenso ese vínculo. El tema de las internas divide al mandatario con Cristina y con Massa, quien como ella pretende ser el “candidato de todos”, no solo de una fracción vencedora en el PJ. Debe recordarse también que, en una interna, al derrotado que consigue la minoría le corresponden varios lugares en las listas. Nada es por generosidad. Igual, en Economía nadie confirma que su jefe sea postulante a la Presidencia, un día jura que está para completar lo que le queda de gestión, recuperar una imagen de eficiencia para otro ciclo y, al otro día, se dispone a legalizar un equipo para que lo ayude en la candidatura. No es tan fácil el roll over en política como en las negociaciones económicas.

Sabe Massa que el alivio por la tensión de los vencimientos no alcanza a la falta de reservas, a la desgracia de la sequía, a las exigencias por una devaluación, a tener cada vez más déficit comercial, perdida de poder adquisitivo y al dramático proceso inflacionario —marzo viene mal en alimentos— ya inmovilizado en 6% mensual. “Lo que vendría a ser un éxito si se conserva durante todo el año”, pronosticó el ex ministro Domingo Cavallo, sin una pizca de ironía y sabiendo que más del 100 por ciento anual hoy se consigue a costa de cepo, restricciones y controles. Otra bomba y un cifra inviable, además, para cualquier tentativa electoral.

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